Fiestas clandestinas versus un millón a la calle
Opinión

Fiestas clandestinas versus un millón a la calle

Lo irracional de encarcelar a quienes celebran una fiesta secreta contrasta con la demencia de sacar a la calle tal cantidad de gente al tiempo, para garantizar la prosperidad a una élite

Por:
abril 24, 2020
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Aunque hay muchas noticias con relación al coronavirus, me voy a valer de una para esta reflexión. En distintas partes del país ha sido sorprendida gente reunida en lo que denominan fiestas clandestinas. Un grupo de amigos, mujeres y hombres se citan al parecer en un lugar donde se conciertan para celebrar un encuentro amigable y alegre. Música, licor, y quizás algo más. Se entiende que deben llegar ahí de uno en uno, empleando el disimulo.

Quizás el volumen del equipo de sonido o la algarabía festiva de los reunidos mueve a algún vecino a dar cuenta de la fiesta a las autoridades. Estas llegan prestas en una operación policial que acompañan de cámaras de los medios de comunicación. En un rato, las emisiones de los noticieros y las redes sociales se inundan de imágenes de los sorprendidos, los cuales son presentados como peligrosos violadores de las disposiciones administrativas decretadas.

Los he visto esposados y expuestos a las cámaras, sindicados de haberse reunido para lo que han dado en denominar fiestas sexuales. Es como si este último detalle rematara el grado de criminalidad de los capturados. Si alguno de ellos es empleado de alguna oficina pública, no faltará el implacable anuncio de su jefe, un alcalde u otro cualquiera, en el que pone de presente que el funcionario queda destituido de inmediato por cuenta de su conducta.

Una manera ejemplar de mostrarnos a todos lo que significa sustraerse de la prohibición de la relación social. Tenemos que quedarnos en casa y la idea es hacérnoslo entender a las buenas o a las malas. Yo no sé si me considerarán delincuente por expresar alguna opinión disidente al respecto. Las cosas se están tornando tan complicadas que hasta pensar en contrario puede terminar siendo punible. Pero me temo que hay algo realmente mal tras todo esto.

El encierro al que nos condenan no tiene una causa distinta que la imposibilidad de que los sistemas sanitarios puedan hacerse cargo de los enfermos más graves del coronavirus, los que requerirán hospitalización y tratamiento en unidades de cuidado intensivo. Un número medianamente alto de contagiados a ese nivel haría desbordar nuestro sistema de salud. En otras palabras es la deficiencia de ese sistema la que nos condena a la cárcel domiciliaria.

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El encierro al que nos condenan no tiene causa distinta que la imposibilidad de que los sistemas sanitarios puedan hacerse cargo de los enfermos más graves del coronavirus

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Pero esa precariedad sanitaria es consecuencia directa de los sistemas de salud que se impusieron con el capitalismo neoliberal, es decir su privatización, su entrega a intereses de lucro privados para quienes lo que cuenta en primer grado es la ganancia que puedan derivar de la enfermedad. El derecho a la salud pasó a un segundo o tercer plano. El legítimo derecho de los grandes capitales a crecer y reproducirse pasó a ser la línea dominante en la sociedad contemporánea.

Me parece bien que se adopten medidas preventivas para prevenir la extensión del contagio. Pero creo que en la lógica más elemental, el esfuerzo principal de los gobiernos debía dirigirse a reparar de manera inmediata las fallas en el sistema de salud, así ello implicara su nacionalización inmediata y su financiación con recursos extraordinarios. Eso no puede seguir más en manos privadas, que además se dedicaron a rebajar y explotar sin piedad al personal sanitario.

Parece más fácil enfrentar a cincuenta millones de colombianos con patrullas policiales, batallones del Ejército y aeronaves artilladas, que retar a los todopoderosos consorcios que imponen sus condiciones a Estados y gobiernos. Y que son propiedad de un reducido grupo de personas que extienden a su vez sus tentáculos a la banca y los conglomerados empresariales. Lo cual nos lleva a entender por qué la cuarentena se levanta para ellos, es decir para sus negocios.

La reactivación de la economía, por difícil de aceptar que pueda parecer a muchos, lo que está significando es que se privilegia a unos sectores, los más poderosos del país, sobre la inmensa mayoría de la nación. El millón de trabajadores que saldrá a las calles, a abordar transporte público y someterse a todos los riesgos por la pandemia, el principal de los cuales es la deficiencia en los servicios de salud, son seres desechables que pueden reponerse con los que quedarán en casa.

Lo irracional de encarcelar a quienes deciden celebrar una fiesta secreta con sus amigos en algún lugar privado, contrasta con la demencia total que implica sacar a la calle a semejante cantidad de gente al tiempo. Determinación que únicamente tiene por objeto garantizar la prosperidad a una élite. Aunque de repente todos hemos sido bombardeados con la idea de que tal élite no existe, se trata de humildes emprendedores aún más frágiles que el resto de la sociedad.

Que no tienen negocios, ahorros, ni cuentas en el exterior. Por los que deben sacrificarse todos esos muertos de hambre que reclaman ayuda estatal y para los cuales sencillamente no hay plata.

 

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