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El joven tiene unos 16 años. Va con una tropa de amigos del barrio Boston. Lleva una jeringa gigante que carga con agua de alcantarilla que corre en cercanía del Colegio Salesiano de Cartagena. Al tiempo, en la Avenida Santander, bordeando la muralla, pasa un desfile de música, reinas y danza que abre las celebraciones de las fiestas de noviembre.
Uno, inocente, puede preguntarse ¿por qué o para qué el muchacho llena la jeringa con esa agua? o ¿si ese acto tiene alguna relación con el desfile multicolor que pasa a unos metros del lugar donde hay alguna alcantarilla que se rebosa de inmundicias?
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El hombre va solo. Lleva un jean desteñido, quizá viejo o a la moda. Unas botas punta de acero sucias de barro y de agua de alcantarilla. Luce un buzo negro pegado al cuerpo. Leva la cara tiznada como un soldado de combate. Tiene una escopeta de madera. En su cañón cuelga algo que parece el espinazo de algún animal, quizá el rabo despellejado de algún mamífero enorme o una tira de costilla o huesos de una bestia indeterminada.
El hombre se acerca con su arma a algún desprevenido que se dirige al desfile que sucede a pocos metros del lugar. El sujeto del arma de madera, toma con su mano el maloliente espinazo e intenta colocárselo de collar al transeúnte. El transeúnte logra escabullirse y el hombre del espinazo vocifera que hay gente que no colabora con la fiesta.
Podría uno preguntarse, ¿de qué manera colabora uno con la fiesta si se deja poner la hilera de huesos pestilentes alrededor del cuello, y luego llegar satisfecho al colorido desfile que pasa por la Avenida Santander?
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Son unos ocho o nueve jóvenes que no están atentos al desfile que pasa frente a la cancha de futbol La Tenaza, frente a la avenida Santander. Ellos tienen sus ojos puestos en unos charcos de agua y lodo que se han formado en la cancha. En una acción rápida, que parece bien coordinada, buscan en medio del público, que observa el colorido desfile, a jóvenes livianas que cargan entre todos y luego arrojan a los charcos. La chica queda de un color café con leche y los muchachos gritan y ríen de satisfacción, al tiempo que seleccionan una nueva víctima de su goce. ¿Uno qué podría preguntarse aquí? El asombro te deja estupefacto. Las danzas, carrozas y disfraces no se detienen.
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El desfile que pasa por la Avenida Santander, sin mayores detalles, se conoce como “El bando”. Un título que puede generar sensaciones antagónicas. Desde un miedo pavoroso, hasta la euforia festiva. ¿Por qué sucede? La respuesta es de difícil construcción.
Se ha llamado también “Desfile de la Independencia”, que se apropia del hecho histórico, origen de la celebración. Se conoció también como “Batalla de Flores”. La administración actual (el Barbita Vélez) trajo nuevos nombres y actos. Se realizan ofrendas florales el mismo 11 de noviembre y hay desfile militar con uniformados de varias tonalidades.
El sentir popular no le gustó la idea, y ahora el desfile es mitad militar y mitad folclórico. Es el “Desfile cívico militar folclórico”. Recuerdo a Evelia González, una directora del entonces Teatro Heredia, que para resistir el movimiento que pedía bautizar al teatro como Adolfo Mejía, decidió soslayar las críticas, y bautizó el recinto como Teatro Heredia/Adolfo Mejía. Queda claro que la capacidad de nombrar de los cartageneros es sobresaliente.
El desfile de la Avenida Santander se llama hoy “Desfile Folclórico de la Independencia”, un nombre largo pero incluyente. ¿Uno aquí se podría preguntar por qué un desfile cambia tanto de nombre? ¿Cómo afectan esos nombres el sentir de la fiesta en aquellos que la viven? ¿Se agrede o se afecta la identidad o la tradición de un pueblo con cambios constantes de nombres que no generan ni apego, ni cercanías con las acciones de goce?
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La directora del Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena, IPCC, Nacira Ayos, debe dar respuestas más claras sobre las actividades que organiza. Al preguntársele si ese desfile de la Avenida Santander, era el mismo desfile de carrozas con reinas del Concurso de Belleza, respondió que Raimundo Angulo era el más indicado para dar respuesta a esa pregunta.
Uno, inocente, podría intuir que Raimundo es el alcalde de la ciudad. En realidad es el chaperón mayor de la Heroica. Heredero legítimo del Concurso Nacional de la Belleza, un evento cuya popularidad es proporcional a los escándalos o boberías que genere. Es patrocinado por grandes firmas nacionales e internacionales. Seguido, segundo a segundo, por los dos canales de televisión nacional que compiten por cuál de los dos reseñe más estupideces. Se pregunta uno ¿En qué compagina el reinado de Raimundo con las Fiestas de la Independencia de la ciudad? ¿Será esa la otra independencia que deberán lograr los líderes de la fiesta popular? Habrá que preguntarle a Raimundo, ¿cuál es su punto de bizca sobre este punto?
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¿Cómo entender lo que vive la ciudad de Cartagena durante sus días de fiesta? ¿Cuántos son los días de fiesta? ¿Por qué los colegios y universidades no tienen clases durante 10 días con sus sábados, domingos y festivos? ¿Cuál es la programación de esa fiesta que ocupa tantos días? ¿Por qué el Cabildo de Getsemaní que rememora la libertad alcanzada el 11 de Noviembre de 1811 no es la actividad central de la fiesta? ¿El hecho que haya tanto cabildo, bando, carnavalito, bandito, de colegios, barrios y sectores es muestra que existe apropiación con la festividad o fragmentación de la celebración?
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El viernes 14 de noviembre, hice un recorrido nocturno por la ciudad. Al llegar a Bocagrande y El Laguito la desolación era total. Igual sucedió en Marbella y Crespo. Pensé que era un asunto de élites barriales. Sucedió lo mismo de paso hacia El Socorro, Blas de Lezo, y La Plazuela.
Uno puede entender que alguien decida irse de la ciudad porque no le guste su fiesta. La es para el que se queda y el que llega a gozársela, pero ¿cuántos vienen a disfrutas de la fiesta tradicional y popular que Cartagena ofrece en eso 10 días?
Si un muchacho de unos 16 años en vez de pensar en un disfraz creativo piensa en una jeringa para rociar de agua de alcantarilla a los que asisten a un desfile, hay una generación que está haciendo de la festividad otra cosa. ¿Qué se está haciendo para combatir esas y otras formas de hostilidad?
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Si uno ve pasar por ese desfile de la Avenida Santander a Maritza Zúñiga y su disfraz de cobra verde, hoy una colorida comparsa con más de 50 miembros, es reconocer que más allá de una política pública que resguarde, organice o dirija la fiesta, está un sentir de actores creativos que alimentan y construyen una tradición.
Cuando eso pasa, pienso que esa es la primera respuesta clara para hacer que la fiesta de Cartagena sea de otra manera.