“Cuánto dolor se experimenta al pensar que la iglesia, nuestra iglesia, se ha identificado económicamente con los ricos, socialmente con los poderosos y políticamente con los opresores”
No tenías hemiciclo y en plaza los rostros suplicantes se morían sin el óleo del dios de los cristianos ahogados en los ríos de la sangre.
Hoy me niego a escribir alabanzas a la muerte y aplaudir la indolencia de la ermita y la vianda sacrosanta que pisotean tiranos y verdugos.
Aún percibo el alarido de la hiena olfateando las llagas de la carne y la descarga retorciendo la vida en los pantanos.
En ti mataron la historia de la patria para ocultar el pillaje de los buitres, el grito de la piedra bombardeada y la censura del tirano en veredas infinitas.
Por las decenas de halcones que ametrallaron los plantíos,
por los críos sin nombre arrojados a las urbes y espesuras, por los miles de sueños masacrados,
por las bombas incendiarias que asfixiaron los caminos,
por los reclutas que murieron defendiendo la patria de los otros,
por los hijos que se mueren en el tiempo sin conocer el genocidio de la tierra,
por las largas jornadas del huyente tiritando en noches moribundas,
por el hambre devorando raíces y cadáveres hollados e insepultos,
por el aire sangrando en los alares y el grito del viento en los desfiladeros de la jungla,
por los árboles cansados de fantasmas en los agujeros del estío,
por la memoria sepultada en los hangares,
por el llanto alargado de las hojas que se juntan,
por la niebla perenne de los ríos que permean más allá de la conciencia que te oprime,
por la sombra fatal de los designios y las lombrices degustadas de la lluvia,
por los escombros que te habitan y los ripios de paz de los tiranos,
Hoy me atrevo a indagar ¿por qué la muerte se ensañó contigo y qué huracán ignaro te envolvió en los siglos? He venido para ver tu sombra dispersa en los corredores del desastre y endulzar tu nombre con mis sueños de niño en el destierro como los ojos desnudos de los muertos que procuran sanar las quemaduras de la historia.