La historia nunca es mezquina con quien la hace y con quien la vuelve tragedia o comedia. La barahúnda de esta globalización que tanto criticaste y sobre la cual te sentaste a perseguir la palabra, cuando ya eras un viejo –no anciano- cansado que huye de los nietos bulliciosos y del silencio que viene con la muerte; impidieron que tu partida detuviera las miradas del planeta para lamentarlo, llorarlo o festejarlo.
Solo los cubanos que te soportaron y adoraron en toda una vida de lucha y sacrificios cargaron tus restos cremados y que podrían ser presa fácil del viento del olvido. Uno que otro latinoamericano fuimos obligados por los reflectores de la hipocresía del sistema a llorarte en silencio, acongojados dentro de nuestro propio caparazón de resistencia en medio de la mediocridad de las ideas y el pensamiento transgresor. Una partida dolorosa que nos tragamos en medio de un halo casi subversivo y vergonzante que resulta en estos días, por vanagloriarse de profesar la política con las reglas distintas a la mayoría de las del continente.
Muchos nos ilusionamos con tus sueños de poder en medio del Caribe. Con los sueños de una sociedad alejada de las mezquindades y limitaciones en las cuales nacimos la mayoría de nosotros hace casi cincuenta años. Incluso, deliramos con tus barbas descuidadas de la Sierra Maestra para ponerlas en remojo en medio de la selva y las montañas de los andes.
Pero que va. Nos confundieron. Nos disuadieron. Nos hicieron negar la primavera para esclavizarnos en un verano feroz de ideas y salidas diferentes al sistema que pensábamos cambiar y emular desde la unicidad de ideas, sueños y conquistas, por encima de la diversidad, de la libertad y de las diferencias.
Casi nunca creímos en los ríos de tinta sobre tu leyenda negra. Sobre el malvado que gobernaba a una isla náufraga en medio del mar de la soledad. De los lamentos de balseros y los balbuceos de una partida de gusanos en Miami. Nos inventaron una realidad que entendíamos y aceptábamos con la férrea convicción de la propaganda de los enemigos que como corsarios estaban a la expectativa de tu hundimiento y posterior alimento de los tiburones del norte.
Nuestra creencia en tu figura, en tus palabras de encantador de serpientes revolucionarias construyendo un paraíso rodeado de aguas infestadas y de marines por todas partes; sirvieron de almohada para recostar los pensamientos y salir al día siguiente a cazar injusticias.
Varias veces te defendimos contra los improperios del discurso inconsecuente con la dignidad, la defensa de los débiles y las luchas que parían fusiles ciegos y pólvora oscura como la larga noche en que la estábamos delirando con la revolución que no fue y con la revolución que aplazamos para nuestro propio y pequeño paraíso terrenal.
En los momentos actuales somos pocos los que no nos avergonzamos en haber creído en tus locuras barbadas cuando en nosotros habitaba la infancia y brotaba la juventud, en los desafíos al imperio y en las promesas de intentar sembrar tus sueños en noches ajenas y alejadas; en jardines con otros guardianes y en comarcas donde la incomprensión crece como la mala hierba.
Una despedida no es suficiente.
Un discurso corto muy distante a las interminables palabras que armabas
en tu propia guerra contra el mundo desde una isla en medio del mar de los sordos del mundo
Una despedida no es suficiente, muchos ni terminarán esta lectura. Un discurso corto muy distante a las interminables palabras que armabas en tu propia guerra contra el mundo desde una isla en medio del mar de los sordos del mundo.
Viejo Capitán. Un ciento de flores arrojadas al mar en tu memoria. No importa si lo que hiciste se vea bien o mal ante los ojos de la historia. Lo bueno de haber vivido vuestro mismo tiempo es que lo intentaste y muchos te acompañaron, otros desistieron, otros fueron espantados por tu propia sombra de omnipotente particular de un cielo de rumbas y sones.
Nos quedaste debiendo la libertad. Esa que todo revolucionario piensa que nunca alcanzará pero que desfallece hasta dar la vida por ella. Hasta siempre comandante.
Coda: Una profecía del final de Fidel puede ser esto: “Para no hacer de mi ícono pedazos, para salvarme entre únicos e impares, para cederme un lugar en su parnaso, para darme un rinconcito en sus altares. Me vienen a convidar a arrepentirme, me vienen a convidar a que no pierda, mi vienen a convidar a indefinirme, me vienen a convidar a tanta mierda… Dicen que me arrastrarán por sobre rocas cuando la revolución se venga abajo, que machacarán mis manos y mi boca, que me arrancarán los ojos y el badajo. Yo no sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui. Allá Dios, que será divino. Yo me muero como viví.” (El Necio. Silvio Rodríguez, 1991)