Definitivamente, la política es el arte de seducir las esperanzas de los incautos. Nada importa moral, ética, dignidad, buena fe o tan solo algo de eso que llaman sensatez o sentido común. La política se convirtió en oficio de bestias que hoy dicen y proclaman una cosa y mañana otra completamente diferente.
Lo curioso es que sus seguidores, en una especie de metástasis moral, padecen del mismo mal que sus líderes o jefe políticos. Nada les importa el ver o escuchar ante sus propios ojos y narices las destempladas declaraciones de quienes fungen como opositores y contradictores para luego terminar en un abrazo de complicidad y cinismo. Cada quien ve lo que quiere y actúa de acuerdo a sus intereses oportunistas, clientelistas o burocráticos.
Ayer escuchaba a un cristiano expresar su repudio a la corrupción en Colombia y su decisión de apoyar a determinado candidato por cuanto representaba la voz de quienes buscan una mejor alternativa de convivencia social. Conocidos los resultados electorales corrieron a abrazar a aquel candidato que triunfó en las urnas. Nada importó el prontuario que acompañaba las verdaderas intenciones de su antiguo opositor. Estos Judas del siglo XXI acomodan su moral y su fe al tamaño de sus oportunismos económicos.
Tal el caso de los candidatos Federico Gutiérrez y Rodolfo Hernández, enemigos en las tarimas y en los proscenio electorales, jueces del actuar mutuo en sus actos de gobierno y firmes denunciantes de sonados casos de corrupción en Colombia. De acuerdo a sus palabras y declaraciones, unos "corruptos de siete suelas" que merecían estar en el quinto círculo del infierno.
Curiosamente, a escasos minutos de conocerse los resultados electorales, los dos candidatos que más se increparon actos de corrupción se funden en un abrazo que denota amistad y profundo afecto. Dos corruptos, según sus propias palabras, que sin recato alguno de vergüenza o remordimiento corren a estrecharse en su intento de alcanzar el poder.
Cínicos y malandrines personajes que lo único que merecen de los colombianos de bien es
el repudio colectivo. Seres perversos que juegan con la fe y la esperanza de un pueblo condenandolo a una historia de miseria y pobreza.
Sus seguidores cómo se mirarán al espejo sin sentir asco y vergüenza de sí mismos, sin sentir que en sus entrañas habita la fetidez de su única moral posible. Nada parece importarles las palabras de sus propios líderes, que ayer nada más se gritaban al rostro palabras de desprecio y hoy se sientan en la mesa a repartirse las ganancias que brotan del sudor y la miseria de un pueblo.
Algo nos pasa a los colombianos en materia de moral, de ética, de sentido cristiano y de sensatez fraternal. De tanta corrupción terminamos siendo la llama que aviva a los corruptos en su cinismo y perversidad.
Cómo interpretar las palabras de estos dos personajes que hace poco denostaban de sus actuaciones y hoy se regodean de sus alianzas electorales. Cinicos, sinvergüenzas, malandrines, mentirosos, tartufos diabólicos, satánicos, todo epíteto queda corto ante su desfachatez.
Sigue el circo del cambio y esperanza para un pueblo víctima y cómplice de tanto oprobio. Las palabras no se las lleva el viento, quedan registradas en las redes sociales como testimonio de nuestra estupidez colectiva y del cinismo de nuestros dirigentes y gobernantes.
Nada bueno no espera. Las puertas del averno se pintan en sus palabras. Mentirosos y farsantes para quienes ningún presupuesto será suficiente para saciar su hambre de pueblo. Falsos Mesías que en su dantesco discurso dibujan la barbarie que dejará su paso por el templo de la democracia, mancillado y corrompido por las monedas malditas de su oprobioso proceder.
