Definitivamente no existen jueces más implacables que el tiempo y los hechos para develar la verdadera esencia y propósitos de las personas y sus proyectos.
Para ser absolutamente francos, hasta hace relativamente poco tiempo éramos muchos los que veíamos en Federico Gutiérrez a un tipo frugal, desabrochado y carismático que no representaba mayor peligro para la democracia y la suerte de este atribulado país, y ello pese a saber desde un primer momento que era la carta tapada del uribismo y la oscura derecha radical colombiana, con miras a lograr retener al precio que fuere el poder nacional.
Gutiérrez lucía como un personaje inofensivo, a veces casi ingenuo, rodeado de su halo construidamente provinciano.
Por eso era factible creer que, en caso de llegar a la Presidencia, Gutiérrez tal vez podría deshacerse de la siniestra caterva plutocrática que lo prohijaba y materializar un gobierno decente capaz de alejar de una vez por todas el peligro cierto que representan Petro y su vindicativa, oportunista y no menos maligna secta radical.
No obstante, ante el curso que ha tomado la campaña electoral durante las últimas horas, es preciso reconocer que era demasiada ingenuidad intentar creer que un tipo y un proyecto político con semejantes padrinos y compañías podrían tener un buen propósito y un mejor final.
Gutiérrez, en efecto, no encarna por sí mismo el mal ni un peligro inminente, pero ahora está demasiado claro que este "sheriff de provincia" es un absoluto rehén de las más oscuras mafias plutocráticas que se consideran dueñas, por mandato divino, de este país y del destino de sus habitantes.
Es demasiado evidente para no darse cuenta, con tan sólo hacer un muy breve paneo de algunos de sus más relevantes titiriteros, que Gutiérrez no es más que una marioneta del mal más enconado que ha podido parir esta nación:
—El clan Char, el mismo que aún les debe a los colombianos una respuesta creíble ante las graves acusaciones que contra ellos ha proferido la prófuga Aida Merlano, entre muchas otras cosas.
—Luis Carlos Sarmiento Ángulo y Néstor Humberto Martínez, a quienes algunos llaman los "señores del cianuro"...
—Juan Diego Gómez, ese "prohombre" conservador, hijo de un tal alias "La Ballena" (convicto de la justicia) sumido ahora en líos legales por presuntamente negociar con activos incautados a las mafias del narcotráfico.
—Luis Felipe Henao, el mismo que aparece en una muy cariñosa foto con el asesinado narco alias "El Ñeñe".
—El clan santandereano de los Aguilar, cuyos jefes Hugo y Richard están en prisión por múltiples delitos.
—El ala más extrema de los ganaderos y palmicultores de la Costa y el Urabá, de quienes siempre se han sospechado presuntos vínculos con el funesto paramilitarismo.
—Más del 90% de los clanes políticos regionales, que es un eufemismo para identificar a verdaderas mafias multipropósito (donde se entremezclan politiquería, clientelismo, corrupción, narcotráfico y saqueo de lo público), los cuales son el macabro poder en la sombra de la Colombia profunda.
—Y, como si lo anterior no fuera ya suficientemente escalofriante, el gran titiritero en las sombras de la plutocracia de la extrema derecha colombiana, Álvaro Uribe y su secta.
Así las cosas, no debe por ello sorprender el que -ante la desesperación por haber llegado a un techo en todas las encuestas del 25% que parece infranqueable-, Gutiérrez y su combo hayan comenzado a destapar su esencia real y sus verdaderas cartas, desplegando el más oscuro manual de guerra sucia, terminando de enlodar con ello una campaña y un ambiente nacional ya de por sí demasiado enrarecidos, peligrosamente cargados de tensión, rencor y ánimo de liquidar sin contemplación al adversario.
No extraña entonces que hayan comenzado a aparecer las operaciones de falsa bandera, como la de la supuesta puesta de micrófonos en su sede de campaña de El Poblado, en Medellín, las supuestas grabaciones de reconocidos delincuentes pidiendo u ordenando votar por Petro, etc.
Se equivocan Gutiérrez y sus asesores cayendo en esas inocultables tácticas de guerra sucia. Pero claro, es inevitable no caer en ello cuando sus verdaderos amos y "hacedores" son de hecho lo más "granado" del crimen de cuello blanco...
Y se equivocan fatalmente porque, con ello, lo único que logran es caer redondos en la estrategia de confrontación directa, polarización extrema y generación de odios irreconciliables que desde siempre han venido agenciando Petro y sus "estrategas".
Tienen todas las de perder Gutiérrez y su grupo, no solamente porque están jugando en el terreno y bajo las condiciones de Petro y su bando, sino además porque se les cae la máscara de "adalides de la democracia" que pretendían sostener ante un pueblo colombiano exhausto de odios, guerras y bajezas, y que lo único que requiere con urgencia son propuestas viables, soluciones e integridad a toda prueba.
Y mientras esto sucede, la soberbia implacable de Sergio Fajardo, empecinado en sostener una campaña a estas alturas absolutamente inviable, termina de hundir en la incredulidad y la resignación al pasmado pueblo colombiano.
He ahí entonces la profunda tragedia del pueblo colombiano, obligado en la práctica a escoger entre Satanás y Lucifer, rehén de una lucha a muerte entre dos fuerzas claramente siniestras cuyo único propósito es el poder indiscriminado, el botín del Estado a ultranza, sin importarles realmente la suerte y el destino de cincuenta millones de hombres y mujeres que parecieran estar condenados a no encontrar un lugar de dignidad, prosperidad compartida y paz perdurable en el seno de la Historia y de las naciones del mundo.