Festival vallenato, del uno al cincuenta

Festival vallenato, del uno al cincuenta

"De aquel grupo de campesinos festivaleros que discutía desde la madrugada hoy solo quedan Juan y Alirio quienes ya no cantan ni en el lomo de sus burros"

Por: Luis Oñate Gámez
abril 28, 2017
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Festival vallenato, del uno al cincuenta
Foto: RegionCaribe.org

De aquellas mañanitas lluviosas de abril en despedida todavía recuerdo las acaloradas discusiones de Juan Torres, Alirio Soto, Manuel de la Cruz y de varios campesinos y trabajadores de la finca Las Piedras. En esas madrugadas, antes de tomarse el primer sorbo del café, la palabra inicial que salía a flote entre todos ellos era el festival vallenato. Para esa época, 1968, las comunicaciones no estaban tan avanzadas como hoy, pero esa gente, en su mayoría analfabetos, no se perdían un raund de la contienda vallenata que se realizaba en Valledupar, a unos 200 kilómetros de distancia.

El puente entre ese primer festival y varios de los pueblos del Caribe colombiano lo fue Radio Libertad, una emisora que tenía una amplia cobertura regional y transmitía las principales incidencias de lo que acontecía en la plaza Alfonso López y en sus alrededores. Alirio Soto, uno de los trabajadores de la finca Las Piedras, tenía un radio grande de tres baterías y en el anochecer, antes de comenzar el Diario Hablado y después de terminar el noticiero, todos los oídos quedaban sintonizados con la disputa musical que se daba en el Valle, nombre este con el que los provincianos de entonces identificaban a la capital del Cesar.

Los términos y la jerga popular que se manejan entre galleros fueron los mismos utilizados por los campesinos de la época para darle realce a los atributos melodiosos de los acordeoneros que se batían en un duelo folclórico y parrandero allá en el Valle de Upar.

—Le voy al viejo Mile, ese es un verdadero pinto blanco y es un diablo para improvisar y componer—, decía para picar a los demás compañeros un contertulio seguidor de Emiliano Zuleta Baquero.

—Pero El negro Alejo es el gallo más completo; tiene una metralla en los “deos” para la puya y el paseo, y no le va tan mal en el son—, respondía un simpatizante de Alejandro Durán.

—Ahí el verdadero Pollo es Luis Enrique. Lo ha demostrado en toda la región. Del Valle pa' acá ha arrasado a to el que se le ha enfrentado y muchos le han salido huyendo—, apuntaba otro.

Así se la pasaron los cuatro días del festival. Desde antes de poner un pie en el suelo y ya en la oscuridad dentro de las hamacas seguían discutiendo sobre los protagonistas en contienda. Casi todos los participantes de primera línea en ese festival eran acordeoneros reconocidos y de una gran trayectoria parrandera en este sector de la provincia, que abarcaba lo que son hoy los municipios de Ariguaní, El Copey, Algarrobo, Fundación, Pivijay, Aracataca y Zona Bananera.

Para esa época los ganaderos y hacendados de la región buscaban cualquier justificación para traer al mismo tiempo dos y tres conjuntos vallenatos con los que día y noche parrandeaban hasta dos semanas. Los invitados y no invitados disfrutaban del licor, los sancochos y la buena música, en las afueras la fiesta también se vivía con fervor entre la llamada “familia Miranda” que colmaba los alrededores y avivaba a los artistas.

Estaba muy niño y de vez en cuando con otros hermanos menores aprovechábamos cualquier descuido o pretexto para hacer también parte de esa “familia Miranda”.  En medio de la candidez recuerdo a juglares como Juancho Polo Valencia, Luis Enrique Martínez, Alejo Durán, Abel Antonio Villa, Enrique Díaz, Andrés Landero y Adriano salas y su guitarra, los que más frecuentaban la población de Algarrobo.

En muchas de esas parrandas vallenatas, la mayoría de las veces cuando el licor comenzaba a hacer sus efectos, con versos, canciones y digitaciones del acordeón cada juglar trataba de demostrar su supremacía. Y eran las pullas lanzadas por los propios ganaderos las que más generaban rasquiña entre los acordeoneros. Para ponerle color y picante a la parranda había personas que azuzaba a la jauría musical o hacían las veces de “carbonero” o cizañeros.

Por momentos se daban enfrentamientos musicales con todos los cánones y sería osado decir que ese tipo de contiendas hicieron las veces de un festival pero sí pudieron servir de inspiración. Hechos similares se dieron en muchas partes del llamado Magdalena Grande en donde las parrandas vallenatas eran pan de cada día y hacían parte del acervo cultural de varios pueblos del Caribe Colombiano.

Además, en esa parte de la provincia que abarcaba territorios de la Guajira y el Cesar, los duelos y piquerias entre los acordeoneros eran más frecuentes y de una mayor intensidad y connotación. En medio de una de esas parrandas y duelos nació la famosa Gota Fría con la que Emiliano Zuleta Baquero le puso su sello a la rasquiñita que los cizañeros le habían creado con Lorenzo Morales.

Consuelo Araujo, Rafael Escalona y Alfonso López, principales creadores del Festival Vallenato, esgrimieron entre otros argumentos que la motivación principal para darle vida a ese evento musical fue la necesidad de buscar caminos para preservar el folclor y al mismo tiempo darle visibilidad o “vender” a Valledupar. Hay quienes aseguran que ese pudo ser el fin altruista pero el punto de apoyo fue el deseo de aglutinar a toda la juglería en un solo lugar para armar una gran parranda vallenata y que se supiera de una vez por todas quién se llevaba a quién, pa' que se acabara la vaina! Y la parranda vallenata se convirtió en melado para las abejas políticas a las que no se les escapa ninguna vitrina.

El festival vallenato comenzó con una calificación casi que de cincuenta sobre cincuenta. Para ese entonces el folclor era del campo y estaba cumpliendo con su cometido; los mejores gallos de la región estaban en la gallera, exponían lo principal de su repertorio y los pueblos se sentían representados y compenetrados con el evento. El eje central de la contienda eran los acordeoneros quienes tocaban, verseaban, cantaban y componían al amor, a la naturaleza y esa cotidianidad noticiosa que se daba en la provincia.

En sus comienzos los concursos de canción inédita y de la piqueria fueron importantes para la fiesta cultural aunque le empezaron a quitar protagonismo a los reyes acordeoneros. Eran como un valor agregado del festival y con el pasar de los años, al igual que el concurso de acordeones, fueron cayendo en un letargo hasta llegar a lo que son hoy, una especie de muebles viejos dentro de la gran carpa vallenata; allá están arrumados en un rincón.

La evolución humana no se detiene y es casi una lógica que lo que se queda estático tiende a desaparecer. Al Festival vallenato le buscaron un sostenimiento y para obtener una mejor venta le agregaron arandelas y componentes paralelos los cuales le comenzaron a cavar su propia sepultura. Críticos sostienen que los manejadores del festival tienen un amor frenético por el dinero, que se les ha ido la mano en la comercialización y se han olvidado por completo de lo folclórico.

Hoy el festival en lo folclórico-gente, la concatenación que puede haber entre lo que allí se da en el rango cultural y el público, quizás puede estar con una calificación por debajo de 25 sobre 50, si acaso no menos, y en ello pueden influir muchos factores. Además de esa comercialización desmedida, gran parte de quienes llegan a la fiesta lo hacen atraídos por las grandes orquestas y cantantes internacionales y no por lo del festival en sí.

Existe una monotonía en lo que hace referencia a los principales concursos que se dan en el marco del festival. La creatividad natural parece que hubiese desaparecido por completo en los acordeoneros, casi todos repiten los mismos pitos y pases. Si no fuera por las imágenes nadie lograría identificar quién es quién a la hora del concurso, hasta hace unos años cada músico tenía sus notas propias y eso lo diferenciaba de los demás. Uno hecho similar se presenta en los compositores, buena parte de los que compiten en canción inédita van como por un canal de lamentos recordando los ayeres. Lo que el maestro Leandro Díaz llamaba paseos con más de dos mil palabras que al final no dicen nada.

Hay quienes también enmarcan como determinante de esa decadencia a la degeneración que ha tenido el vallenato comercial, que algunos llaman nueva ola. Lo que se comercializa a través de los medios de comunicación como vallenato puede estar muy distante de la juglería y su nacencia. Gran parte de ese producto tiende más a parecerse al regetón, ese género musical que copa toda la atención especialmente en el Caribe. La mayoría de las veces el mensaje o letra del vallenato de hoy no más que es un juego de palabras de doble sentido invitando al sexo; “lo hacen con un gran sentido de manera inteligente y para engañar a la gente ponen un poco de ruido…”

Otro factor determinante de esa decadencia podría estar en la poca difusión que en los grandes medios tradicionales y redes sociales se le da a los aspectos culturales del festival. Para un amplio número de medios y personas es más importante y le genera más “me gusta” e interacciones escribir o hablar del concierto de Carlos Vives, Marc Anthony, Daddy Yankee o Nicky Jam que de cualquiera de los reyes en acción. El apoyo o arrastre fue tan bueno comercialmente que terminó robándose el show.

Aunque de aquel grupo de campesinos festivaleros que discutía desde la madrugada hoy solo quedan Juan y Alirio quienes ya no cantan ni en el lomo de sus burros, los amantes del folclor guardamos la esperanza que en el vallenato reviva su creatividad natural e intrínseca así sea trasmutado en la ciudad. Algo está pasando y algo hay que inventarse para que cuajen esos miles de retoños que con un potencial enorme despuntan en muchos rincones. Pero vemos con preocupación que buena parte de esa creatividad infantil se esfuma como perfume en el aire al llegar la juventud.

PD: Lamentable la pérdida irreparable que ha tenido el folclor. Al igual que en su momento Héctor, el Difunto trovador, Martín Elías era considerado por muchos de los que amamos el vallenato como una de las esperanzas del folclor. QEPD

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