Se inauguró esta semana la 30ª edición del Festival Biarritz América Latina con Perú, invitado de honor y como lo dijo el delegado general Antoine Sebire en su mensaje de bienvenida, en estos tiempos de crisis provocados por una pandemia el festival cumple sus 30 años mirando al futuro.
Treinta años de cine de América Latina en Biarritz es toda una historia, una tradición. El festival de cine de Biarritz es ya un componente de esta ciudad que por su geografía está implantada en el país vasco francés, pero que por su cultura se siente extendida e integrada al mundo americano.
El trabajo del fotógrafo franco-argentino Daniel Mordzinski, desplegado en grandes formatos visibles en el parque de la Gare du Midi y en el Casino Municipal, es el que mejor resume esos encuentros culturales de tres décadas de cine y literatura principalmente, entre Biarritz y los países de la otra esquina, como diría Mario Vargas Llosa, que ha sido uno de sus huéspedes y cuya foto tiene como tela de fondo ahora el océano Atlántico. Como lo tienen los retratos de Gabriel García Márquez, Joaquín Salvador Lavado o Quino y Luis Sepúlveda. Sus rostros nos recuerden que también ellos estuvieron aquí en el festival de Biarritz, pero que ahora ya nunca más volverán.
Las palabras de Antoine Sebire intentan como exorcizar esa “mala racha” o esa onda de depresión y de devaluaciones que se ensañan con América Latina, que para colmo debe afrontar ahora los estragos de una pandemia que ha hecho saltar de inmediato y a la vista de todos sus insondables problemas. Pero esta vez con una carga de violencia social más expandida y desafiante.
Un virus que de hecho en septiembre de 2020 puso en peligro la realización de la 29ª edición del festival y que ahora deja la incertidumbre sobre el futuro del cine tal y como lo conocemos. Realizadores y productores en el mundo entero, y en particular en América Latina, están confrontados a la competencia de películas y series producidas por las grandes plataformas del entretenimiento digital, poseedoras estas de medios financieros desorbitantes para captar nuevos públicos y desarrollar nuevas formas de ver el cine; es decir, el cine a la carta y en la casa.
El mundo anterior, ese de “antes del coronavirus”, ya no existe. Pero esa inesperada pandemia el cine de América Latina aun no la aborda. Si lo hubiera hecho antes de ella se hablaría de un género de cine latinoamericano de ciencia ficción porque el cine americano ya lo hizo con la película Contagion, estrenada en 2011.
Las películas de esta 30ª edición siguen con los mismos planteamientos a lo largo de tres décadas: el ejercicio de memoria, como lo revelan las cintas Fanny Camina o Date una vuelta en el aire de Argentina y Chile; o la violencia transgénero como Madalena y Candela de Brasil y República Dominicana. O aquellas con trasfondo político y problemas de migraciones, como Hugo Blanco, Río profundo y El otro Tom, de Perú y México.
También vienen aquellas que exploran mundos oníricos como los define el responsable de la programación de esta 30ª edición Nicolas Azalbert, un lenguaje de mundos paralelos que buscan encontrar un acceso para comunicarse. Puede que sea esta una forma de representar la evasión de la realidad que nos es propia en América Latina y que nos ayuda a vivir. En ese lenguaje tenemos de nuevo a Argentina con Piedra noche o a Brasil con Capitu e o Capitulo.
La Amazonia y sus desafíos locales y globales
Los diez documentales en competición siguen en el intento de sacar a la luz los estragos de la pobreza en el continente, ya no desde un barrio de invasión en una gran metrópoli, sino por ejemplo, desde campamentos empobrecidos en plena selva amazónica.
Se destaca sobre ese tema el conversatorio organizado por el Institut des Hautes Etudes de l’Amérique Latine (IHEAL) este año dedicado a “las Amazonias y sus desafíos locales y globales”. Se entiende por Amazonias el vasto territorio amazónico compartido por Brasil, Perú y Bolivia.
Qué reflexión principal se puede extraer de este encuentro moderado por Olivier Compagnon, profesor de Historia Contemporánea en el IHEAL: que hay que pensar en esos ecosistemas como elementos de integración de sus comunidades residentes y no como en territorios protegidos y aseptizados como lo quieren algunas ONG que evalúan la presencia de un colono brasileño, un “caboclo”, como el factor de mayor destrucción de la selva con sus cultivos de ñame, y al mismo tiempo, poco hablan de los tractores de las multinacionales de la agroindustria que cortan decenas de árboles por minuto para limpiar con rapidez espacios predestinados a la cría intensiva de ganado para el consumo mundial de la carne. El mundo viviente se privatiza porque a la selva se le ha establecido un precio con territorios que pueden generar cuantiosas ganancias.
Los olvidados del Amazonas, un documental de la realizadora belga Marie-Martine Buckens, demuestra sin ambigüedad ese doble discurso que se mantiene sobre ese tema en las instancias europeas donde se habla de la preservación de la Amazonia como patrimonio de la humanidad y pulmón del mundo si pensar en sus habitantes. ONG que validan que se proponga 13 dólares por mes a una familia de campesinos brasileños para que cese de agrandar sus parcelas y acepte vivir en campamentos inventados y trazados por tecnócratas.
La riqueza como la pobreza se nutren de la Amazonia es un hecho. ¿Pero quienes serán los primeros en llegar al punto de no retorno en su destrucción? Según los especialistas, ese punto se alcanzará cuando una buena parte de la tierra amazónica se haya transformado en tierra arrasada destinada al cultivo de soya y en especial a la cría de ganado. Los animales son más fáciles de mantener y de transportar, vivos o muertos, y son más rentables que las plantas. Esto en cuanto a los relatos de denuncia medioambiental.
La Amazonia colombiana no se abordó en este conversatorio aunque fue noticia de la semana: mientras que en el Brasil se talan hectáreas de selva cada día y que Manaos en el corazón de ella es una inmensa ciudad caótica y un basurero a cielo abierto, los territorios colombianos dejados por las guerrillas de las Farc han sido recuperados por narcotraficantes y grupos armados de todo tipo, cuya sola doctrina es ahora trabajar para el crimen organizado. En ese sentido, Colombia puede convertirse en un país con un alto grado de desestabilización interna y en un peligro para sus vecinos. Un tema para tratar en un coloquio.
El cine en Biarritz celebra este 2021 sus 30 años con 30 películas (largometrajes, cortometrajes y documentales), en medio de restricciones sanitarias que si bien son menos rígidas este año que en 2020, son ahora más incisivas. Algunos realizadores latinoamericanos, por ejemplo, no pudieron venir al festival por haber recibido vacunas chinas o rusas, pues estas no han sido validadas o reconocidas por la Unión Europea.
En cuanto al ingreso a las salas de cine: se acepta un aforo más amplio pero todos los asistentes deben portar un pase sanitario como prueba de que han sido vacunados, o en su defecto un test antigénico de menos de 72 horas de vigencia. Se debe ingresar con mascarilla y portarla durante toda la proyección sin olvidar la utilización del desinfectante de manos.
Toda esta “simbología” de una sociedad amenazada por una pandemia forma ya parte del festival, y el público se muestra obediente ante esa nueva configuración social. Al mirar en retrospectiva esos mismos espacios que nos fueron gratos y libres de restricciones en otros tiempos, se teme que a partir de ahora no lo vuelvan a ser más. El cine futuro nos lo contará…
27 al 3 de octubre 2021