En el nordesde de Brasil donde Luiz Inácio Lula da Silva, el líder más carismático de este siglo, creó un poderoso fortín electoral, no salían del asombro ante el candidato recién llegado. Ahí estaba Fernando Haddad, el sucesor, el exalcalde de Sao Paulo, el intelectual, el brillante catedrático experto en Marx de la prestigiosa universidad de Sao Paulo en busca de los electores del Partido de los Trabajadores (PT). Allí, donde se encuentran los petistas más fieles y humildes, no habían oído hablar de él y difícilmente pronunciaban el apellido árabe del elegido de Lula; por eso, con algo de ingenuidad y mucho de pragmatismo decidieron llamarlo Andrade.
Fernando Haddad se está “untando de pueblo” para llegar a la presidencia. Desde la cárcel de Curitiba las cartas están echadas. El 11 de septiembre, al filo del límite estipulado, Lula lanzó el as bajo la manga en una audaz jugada. Escogió un filósofo de hablar pausado, muy lejos de su oratoria capaz de inflamar y emocionar las masas con sus arengas apasionadas; un intelectual de clase media, muy lejos del obrero metalúrgico de la humilde familia que fundó el PT, un desconocido muy lejos del expresidente tremendamente popular, para conquistar en 47 días la presidencia con las banderas del vapuleado partido socialista. Tan grande es el desafío que el propio PT en un video de campaña, muestra a brasileños intentando pronunciar el nombre del candidato hasta que aprenden a repetir “Haddad es Lula, Lula es Haddad”.
El lema está funcionando. En esta carrera contra el reloj Haddad ha tomado un vertiginoso impulso frente a los 13 candidatos que aún están en contienda. Hace escasas dos semanas estaba muy abajo en la tabla con un modesto 9 % de intención de voto, pero “el que dijo Lula” dio un salto triple sobre las Marina Silva y Ciro Gomes de su propio partido para situarse detrás de Jair Bolsonaro, el misógino, homofóbico y racista candidato de ultraderecha que lidera las encuestas. Al finalizar la semana pasada, Ibope le daba 21 % de preferencia de los electores frente a 27 % de Bolsonaro. Y hoy lunes, la reconocida encuesta de la Confederación Nacional del Transporte ya reseñaba un empate ténico en 28,2 %. Además, ganador en la segunda vuelta. Porque en la primera, a pocos días de la votación el próximo domingo 7 de octubre, el tándem ya parece estar definido.
La imagen de Haddad en Facebook
El paulista de 55 años, muy popular entre los jóvenes de izquierda, era un desconocido para un tercio de los 147 millones de electores, decían los sondeos. Pocos sabían que es el hijo de un comerciante libanés y una maestra también descendiente de libaneses, menos aún que solía llevar en su cartera el retrato de su abuelo Habib al-Haddad, un líder religioso cuyas historias influyeron en su educación. Ni que tiene 20 años de matrimonio con Ana Estela Haddad, la profesora de odontología que lo acompaña a todos los mítines y es la madre de sus dos hijos. Quizá pocos sepan también que estudió Derecho en la Universidad de Sao Paulo (USP), completó su formación en Canadá, y que hizo una maestría en Economía y un doctorado en Filosofía en la USP. Lo que se conoce con lujo de detalles en todo el ámbito académico es su magistral cátedra de Teoría de Política Moderna, desde Montesquieu a Marx (su especialidad), por la que a comienzos del milenio se peleaban un cupo los estudiantes de la USP y hasta le pedían infructuosamente que los recibiera más allá del aforo de las aulas.
Esa aura de brillante académico fue la que hizo que Lula lo llamara en el 2005 a diseñar un ambicioso proyecto educativo. Desde el Ministerio de Educación izó, entonces, la bandera soñada por el presidente: la democratización de la educación. De allí salieron 126 campus universitarios, becas y pensiones al alcance de negros, pobres e indígenas que llegaron en masa a las facultades. El éxito trascendió las fronteras, la OCDE lo calificó como “impresionante”. Se estaba en la cúspide de la era dorada de la economía de Brasil, del gobierno Lula y los primeros de Dilma Rousseff.
Era el momento perfecto para dar el salto a la política. Buscó la alcaldía de Sao Paulo a nombre del PT que hacía agua con muchas de sus figuras en entredicho tras el escándalo Mensalão, de la compra de apoyo parlamentario. Ganó. Pero pronto se dio cuenta que manejar la educación era muy diferente a gobernar una de las metrópolis más grandes del continente. En seis meses fue evidente que la luna de mil con los paulistas había llegado a su fin. La estrategia para mejorar la movilidad con muchos kilómetros de ciclorrutas enfureció a la conservadora sociedad de la gran ciudad, el alza en las tarifas de autobús enfureció a los jóvenes que se lanzaron a la calle en una protesta que se extendió por las ciudades que empezaban a cobrarle al PT su frustración cuando la economía se fue a pique y empezaron a aparecer los escándalos de corrupción. Al buscar la reelección pagó caro los errores. Fue una derrota sin atenuantes con tan solo el 16 % de los sufragios contra 53 % de un recién llegado anti-Lula de centro derecha, un comunicador llamado Joao Doria.
Con su cultivada imagen de “hípster” campechano afrontó la derrota con singular tranquilidad a punto que se ganó el apodo Fernando Tranquilão. Después de dos años de refugio en la academia donde vio pasar el impeachment de Dilma Rousseff y el arrasador escándalo Lava Jato sin romperse ni mancharse, ya no fue Tranquilão sino “Haddad es Lula”.
Haddad no era la carta más alta en la baraja de Lula. El indiscutido líder de la izquierda, encarcelado por una acusación de recibir un apartamento frente al mar por parte de unos constructores, cargando el inri de la corrupción de su partido, decidió apostarle a él, convencido de que puede darle al PT la cara de rectitud que está pidiendo a gritos la clase media - y en general, todo Brasil-.
Haddad ha salido de la academia para llegarle al pueblo. Foto: Twiiter/Haddad
Lula entrega un soñado botín electoral -40 % de la intención de voto-. que no es endosable si Haddad no tiene éxito en la tarea que le encomendó el PT: conectar de inmediato con el Brasil que no disputaría un asiento en sus clases de la USP, probar que entiende las angustias de los más pobres, y que el estribillo “Haddad es Lula, Lula es Haddad” que se repite sin cansar en las emisoras de todo el país, es cierto.
El “poste”– candidatos como Dilma, capaces de hacerse elegir con el solo apoyo del director del PT-, le está haciendo tragar las palabras a los del partido que lo descalificaban. No obstante, la apuesta de Lula es difícil. Haddad ya está en segunda vuelta pero casi 20 puntos por debajo de Bolsonaro, el ganador indiscutido el 7 de octubre. Tendrá aglutinar casi todo el 25 % de los candidatos de oposición para llegar al palacio de Planalto. Difícil pero no imposible. Quizá, entonces, el 28 de octubre de la vuelta definitiva, los humildes petistas del nordeste puedan cambiar a Andrade por el presidente Haddad.
Actualizado 7 de octubre 2018