Fernando de Szyszlo, la travesía de un gran pintor
Opinión

Fernando de Szyszlo, la travesía de un gran pintor

El más relevante artista peruano del siglo XX dejó una huella indeleble en las artes de todo el continente

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enero 05, 2019
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La tierra se convirtió en un punto pequeño perdido en un Cosmos y Dios desparece mientras el hombre con Nietzche es un mono con la enfermedad de una conciencia hipertrofiada. Esa angustia filosófica es el testimonio de una inseguridad del hombre.

Como un humanista del siglo XX, Fernando de Szyszlo hablaba siempre con profunda lucidez. Desde la guerra y la paz, sobre la ética y la estética. Sobre lo sagrado y lo profano. Sobre la vida y la muerte.

Su motor interno fue siempre la poesía. Rilke siempre estuvo cerca del alma, Fernando Vallejo su interminable guía. César Moro y Emilio Westphalen sus amigos. Octavio Paz otro amigo cercano trató de describir lo incomprensible en El arco y la lira. “La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de salvar el mundo, la creatividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro… Es plegaria al vacío diálogo con la ausencia, el tedio, la angustia y la desesperación la alimentan”.

Por otra parte, encontramos el lado racional de lo irracional en su cercanía con el pensamiento surrealista y el arte. Lo más importante eran los profundos misterios de lo “sagrado laico”. En la representación del objeto prevalecen las emociones al ejercicio mental. La pintura de Szyszlo proviene de la imaginación y sus ancestros, de las regiones oscuras del sueño de donde salen sus universos sin tiempo y unen lo precolombino con la moderna abstracción.

Dos mundos que recorren caminos ásperos y donde se desarrolla poesía del color en contraluz. Encuentra la búsqueda de lo maravilloso que se ha perdido entre lo racional y lo irracional.

Recorrido en el mundo de Szyszlo

Fernando De Szyszlo nace en 1925 en el barrio Barranco de Lima de padre polaco, un geógrafo que se quedó atrapado en el Perú por la guerra, su madre era peruana. En su condición de hijo era enfermizo y pronto supo cómo cambiarle el sentido a la soledad en la compañía de los libros que encontraba en la biblioteca de la familia de su madre Valdelomar. Creció sin mucho entusiasmo por la rutina del Colegio de la Inmaculada pero a veces copiaba cuadros escondido mientras esperaba la comida de su madre, que recuerda como la mejor. Copiaba en silencio para distraerse hasta que en 1944 ingresó, por fin, a la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Católica de Lima con el síntoma quebrado de que la arquitectura era su camino. Ya en 1945 pintó y vendió su primer cuadro de una naturaleza muerta cubista en bajorrelieve a un coleccionista que, como su padre, era melómano. La obra escueta la recuperó para su colección con el tiempo, pero ella tiene un significado: le dio la certeza que podía vivir de su creación.

En agosto de 1949 se casó con una maravillosa poeta: Blanca Varela. Ese mismo día tomaron un barco que los llevó, después de largo recorrido en la costa francesa, a su destino que era París. Allí fue el encuentro con la magia de surrealistas como Breton, la pintura abstracta en su apogeo, amigos de la vida como Vargas Llosa, mientras encontraba el camino del lenguaje artístico y seguía el poema quechua sobre la muerte del indio Atahualpa que había traducido Westphalen. Otro gran amigo que lo introdujo a los misterios de los ritos precolombinos. También seguía las certezas y las incertidumbres en las traducciones e interpretaciones de Arguedas, la otra voz inca o nazca que hablaba sobre otro orden del universo.

El mundo era grande y él supo serlo. Asimilar el modernismo de Matisse, la presencia de la abstracción, la fuerte figura de Roberto Matta, el periodismo agudo de Vargas Llosa con quien trabajaba en un programa radial: La Torre de Babel. Como amaba la literatura, ser un cineasta era una ampliación visual de la narrativa surrealista. Todos los días de su vida fue al cine.

En París nacieron sus hijos Lorenzo y Vicente, que fueron cómplices de sus proyectos arquitectónicos, desde su casa y sus talleres hasta torres imaginarias para un vitral y casas modernistas. Lorenzo murió en accidente de avión llevando una exposición de su padre a Arequipa en 1996.

Con el tiempo en el Perú encontró su compañera de la vida: Liliana Yábar de Chueca. Sus personalidades eran muy diferentes, pero Szyszlo conoció el amor. En un viaje casual que hice a Lima me comentó: “Me he casado con el amor de mi vida”. Sus personalidades eran contradictorias. Ella era una mujer despistada al lado de un águila rapaz. Szyszlo siempre correcto, con direcciones precisas. Siempre atento a las rutas. Puntual. Era audaz con la tecnología, mientas ella no supo cuál era la derecha ni la izquierda.

 

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No se separaban. Prustianos hasta saberse el punto y la coma de los libros, fueron cómplices de cada frase. Ella lo acompañaba en el taller en sus aventuras creativas. Eran sociables, tenían entrañables amigos. Gozaban comiendo. Viajaban a Nueva York en pimavera y en otoño, donde tenían un apartamento. Gozaron su vida de compromisos.

Lili y Gody, como les decíamos, murieron juntos el pasado martes 10 de octubre, tomados de a mano, en un accidente doméstico.

 

Publicada originalmente el 14 de octubre de 2017

 

 

 

 

 

 

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