El feminismo, como movimiento y apuesta política que defiende los derechos de las mujeres, se ha caracterizado por ser colectivo. Desde la primera ola, encontramos escritoras como Mary Wollstonecraft que en su texto Vindicación de los derechos de las mujeres plantea la idea de no pensarnos como sujeto individual, sino como parte de un conjunto de seres humanos históricamente tratados como individuos carentes de razón. Por ello, realiza por medio de la publicación de este texto —de suma importancia para las bases del feminismo moderno— un llamado al trato igualitario, es decir, a ser educadas igual que los hombres.
Ahora bien, en la segunda ola del feminismo encontramos el movimiento británico de las sufragistas que tras una larga campaña de desobediencia obtuvo un logro político: el voto. Aquí se puede apreciar lo que era una tarea en conjunto, una acción colectiva, que bajo el lema “hechos, no palabras” definió su actuar sobre acciones concretas con la finalidad de obtener su derecho político como ciudadanas de un país.
La tercera ola del feminismo, enmarcada en la década de los 70, reivindicaba el cuerpo de las mujeres como territorio nuestro, el derecho al placer, a tener poder sobre nuestros cuerpos, a elegir ser madres o no y a la aparición de métodos anticonceptivos, permitiendo el pleno disfrute de nuestra sexualidad aun siendo diversa, como el caso de las lesbianas que tomaron voz para decir que eran parte del feminismo. Esta vez el lema era “lo personal es político”, el cual simbolizó el proceso de miles de mujeres que por primera vez hablaban de sus cuerpos y de sus experiencias como sujetos femeninos, estableciendo que lo que nos pasaba de forma personal le pasaba a otras mujeres, es decir, que la conversación entre mujeres fue esencial para lograr exigir el pleno disfrute de nuestro placer y cuerpo.
Con eso en mente, lo que nosotras, las jóvenes latinas, hemos denominado como la cuarta ola del feminismo exige el derecho al aborto, el derecho a la elección sobre nuestro cuerpo, a rechazar de forma contundente la maternidad forzada. Por tal motivo, hemos seguido el ejemplo de nuestras abuelas y madres del feminismo y es trabajar juntas como colectivo, apoyarnos en momentos como la interrupción voluntaria del embarazo. Por ello, las pibas usaron el #JuntasAbortamos y para sorpresa nuestra en Colombia no gustó a algunas feministas académicas reconocidas porque afirman que las mujeres abortan solas, desconociendo una realidad latente y cotidiana como el aborto que ocurre apoyado entre nosotras, las amigas que acompañamos, abrazamos y tratamos que el aborto no sea una experiencia de drama y que, al contrario, no carguen con culpas. Esa es una apuesta del feminismo en la región, que exista el aborto feminista, es decir, un aborto acompañado y seguro.
Ahora, lo realmente preocupante en cuanto a estas académicas y sus críticas es que reafirman la idea colectiva que a su vez abastece los argumentos de los mal llamados “pro-vida” como que abortar es matar, convirtiendo a la mujer en una criminal y ponen como condición una reflexión ensimismada después de realizado el procedimiento. Considero este discurso peligroso, estigmatizante y desenfocado, ya que, en primer lugar, difunde una idea de cargar con una culpa que siempre ha estado sobre nuestros cuerpos, segundo; convierte el procedimiento del aborto en una experiencia dramática y que por tanto debe ser introspectiva, olvidando que las mujeres pobres solo quieren resolver una situación que pone en peligro sus proyectos de vidas.
La propuesta a estas mujeres académicas es que reflexionen sobre esas cadenas de machismo que cargamos de forma inconsciente y comencemos a replantearnos desde la razón, que no es esa que los hombres nos han dicho que es, donde hacer planes con amigas resulta ser algo banal. Las invitamos a nuestra apuesta: para que el sistema patriarcal se caiga, no hay nada más político y contundente que la amistad entre mujeres.