El paro nacional ha sido escenario de un descontento generalizado de muchos, de tantos, que no hubo otra opción más que salir a gritar a las calles la inconformidad con un gobierno del que pocos nos sentimos representados. Ese descontento se ha visto plasmado en mil y una expresiones artísticas, actos simbólicos, arengas, acciones, unas pacíficas y otras violentas, pero todas cobijadas por la misma desazón.
Dentro del descontento de todos que nos tiene marchando en las calles, existe un disgusto específico, que no parece venir de ahora, sino que encontró un camino para pronunciarse a través de un país que parece no dar cabida a las mujeres, a todas, a las muchas que desde el feminismo han salido a las calles a componer una doble lucha: la del paro nacional y la de los derechos de las mujeres. De ese feminismo se han creado muchos estereotipos y visiones parciales, y es que lo interesante es que no existe ese tal feminismo en singular, no hay un solo feminismo que se siga como una religión, muy por el contrario, existen varios tipos de feminismo y de consignas que como objetivo común tienen la garantía de los derechos de las mujeres, eso sí, a través de medios y formas diferentes.
La gama de expresiones feministas que se pueden ver dentro del paro nacional recoge lo que se conoce como feminismo radical, desde el cual no basta con reclamar una "igualdad", sino que se vuelve necesario un cambio estructural de la sociedad, en donde "el feminismo será antirracista, anticlasista o no será", hasta un tipo de feminismo liberal, que busca establecer los derechos de las mujeres bajo mecanismos democráticos legalmente dados. De una u otra forma, el contraste se rige entre un feminismo de la diferencia y un feminismo de la igualdad.
En las calles la pugna también se ve, y no precisamente entre feministas, sino más bien entre sus diferentes feminismos y el establecimiento. Las acciones han sido muchas: la puesta simbólica en la revista Semana que echó tinta roja a borbotones, simulando sangre, sobre la flamante fuente de agua que enmarca con grandes letras su entrada, los cientos de plantones para denunciar los abusos sexuales a manos de agentes de policía; se ven torsos desnudos y encapuchadas en las marchas, grupos enérgicos de colectivas que, con aerosoles en mano, rayan las paredes acusando al estado de ser un macho violador. Todas ellas cohesionando sus feminismos, pues la igualdad y la diferencia también confluyeron en un solo motivo para salir a marchar.
La naturaleza humana dicta que debemos entender algo para poder aceptarlo y no temerle. Eso es lo que nos pasa con el feminismo: no lo conocemos y por eso le tememos. Para cualquier mujer feminista, sea cual sea su línea de acción, el feminismo es un ejercicio volcado hacia las "compas", hacia las mujeres que engrosan los números de la violencia sexual, de desaparecidas, de feminicidios, y también hacia todas aquellas que potencialmente podrían ser agredidas, violentadas o asesinadas por el simple hecho de ser mujeres.
En Colombia, las violencias contras las mujeres son tantas y tan seguidas que en ocasiones superan las acciones de las mujeres que hacen del feminismo una forma de vivir la vida, una forma de resistencia. Y en consonancia, hoy se ve en la Plazuela de Las Aguas la estatua de La Pola maniatada en el mismo sitio que hace 111 años, pero esta vez armada de una expresión de protesta y rebeldía, encapuchada como una manifestante más, convertida en símbolo de lucha feminista, silenciosa pero jamás callada, con grafitis que en su altar levantan la voz por los derechos de las mujeres campesinas, negras y hasta las vándalas. La Pola, cual comandanta feminista del paro nacional y sin decir ni una palabra, grita.