En mi opinión, el género es un constructo social, un lugar donde nos relacionamos desde el imaginario y el cual expresamos en la cotidianidad, moviéndonos dentro o fuera de ese dualismo. Durante décadas el movimiento feminista nos ha invitado a repensar los términos asociados al género y la sexualidad para encontrar un discurso inclusivo que nos abarque como sujetos sociales.
El feminismo es una revisión a la organización jurídica, social, económica y política de los pueblos sustentada hoy en postulados de discriminación y en la reproducción de la violencia hacia un grupo subyugado por el modelo heteronormado. Pero es también el acuerdo de un nuevo escenario cultural que nos permita vivir de manera civilizada, descartando las desigualdades estructurales que mantienen a la mujer en una situación de opresión totalitaria.
El feminismo es la formalización de una coalición preeminente que supere el valor de mercado que la geopolítica ha establecido para los seres humanos, al destacar lo “diferentes” que somos desde lo sexual, lo étnico, lo económico, incluso lo geográfico. El feminismo no busca establecer un poder andrógino y totalitario de las mujeres, por el contrario, es la convocatoria a la sociedad para establecer un modelo viable para todos, no es radicalismo caprichoso, sino una propuesta de libertad, justicia y equidad que supere el dualismo de género.
El feminismo debe ser entendido en su dimensión universal como un movimiento transversal de alcance global donde cabe la heterogeneidad, lo étnico, lo social, lo sexual sin distinciones, una fuerza social y política para superar las ideologías y paradigmas actuales. El feminismo es y debe persistir en seguir siendo el movimiento de desalienación de las multitudes, robustecer su capacidad de convocatoria y contribuir en la erradicación de las posturas supremacistas y discriminatorias hacia las personas cualquiera que sea su condición.