La tradición ha querido que consideremos la Navidad como la época más agradable de año. Y de hecho puede serlo, para algunos. Es el momento del descanso después de meses de trabajo o estudio. Coincide con las vacaciones largas de los colegios de calendario A, que son la mayoría, con las vacaciones en empresas y negocios, lo cual permite que las familias se reúnan durante un tiempo que no está marcado por los afanes, las obligaciones y las tareas propias del diario vivir. Es el momento también para reanudar el trato con amigos que hace meses no se ven, para leer lo que no se ha podido, ir al cine, visitar lugares desconocidos de la ciudad, o viajar a otros destinos en el país o por fuera del mismo.
Ojalá esto fuera así para todos los colombianos. Pero la realidad se muestra bien distinta delo que pretenden hacernos vivir tradiciones foráneas, que nos impulsan a un consumismo desbordado, que pocos disfrutan y que terminan imponiéndose a nuestras más modestas navidades de pesebres, villancicos, natillas y buñuelos. La gente se queja porque tiene que salir a comprar aguinaldos destinados a personas con quienes se siente comprometida, sin que haya un sincero deseo de hacer un regalo que ellas, quizás, tampoco apreciarán pues no cumple con las expectativas, porque ya recibieron uno igual, o no era lo que necesitaban. Los hijos exigen juguetes costosos, las más de las veces motivados por la publicidad. Si hay un viaje los gastos se incrementan, lo mismo que la canasta familiar a la cual se añaden toda clase de licores y manjares imprescindibles en estas fechas.
Lamentablemente, esto no ocurre para los catorce millones de colombianos que viven en la pobreza. Basta pensar en los niños que en su inocencia le piden el ansiado juguete a un Niño Jesús que ignora sus ruegos, sin que ellos entiendan el porqué. En los padres que a duras penas tienen cómo alimentar a esos hijos que jamás probarán el consabido pernil, el pavo, ni los dulces de otros con mayor suerte. Es duro saber que mientras algunos disfrutamos de las navidades, hay miles de colombianos sinun techo bajo el cual armar un pesebre o encender las luces de un árbol de Navidad. Esta, supuestamente la época más feliz del año, es también aquella en la cual la inequidad se hace más evidente, más dolorosa e injusta.
De otro lado, es en Navidad cuando con más desparpajo violamos la ley. Se bebe inmoderadamente, se rompen las reglas de tránsito. Si en Colombia está prohibida la venta de pólvora, basta anunciar la “venta de juegos pirotécnicos,” como si el eufemismo bastara para que estos peligrosos ventorrillos proliferen a plena vista de posibles clientes y de las autoridades, con el consabido resultado de niños y adultos quemados, muchos con terribles secuelas.
La Navidad es también un tiempo de dolor para las familias, donde con frecuencia afloran malos entendidos,viejas rencillas, rivalidades que llevan a penosas rupturas, envidiasque salen a relucir motivadas por la obligación de aparentar buen entendimiento y amor entre personas que no tienen en común más que la genética. Incluso el número de divorcios aumenta, debido al estrés financiero y emocional. Pero más grave aún es el incremento de la violencia intrafamiliar, ese flagelo que azota a las familias colombianas de todos los estratos.
Según un estudio del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, diciembre es uno de los meses del año donde se presentan mayor número de casos de agresión por parte de familiares, en especial de los hijos, hacia el adulto mayor. Paradójicamente,el día del mayor número de agresiones es el domingo.
La mayoría de las víctimas son mujeres casadas, en una edad comprendida entre los sesenta y los sesenta y cuatro años. Los agresores son principalmente los hijos, seguidos de familiares de la víctima, que casi siempre es golpeada en su residencia. El mecanismo de agresión es el golpe contundente, la caída, la herida con armas punzantes o de fuego. Las lesiones van desde el politraumatismo, el trauma de miembros, el trauma facial, además de múltiples secuelas físicas y sicológicas. La razón principal para estos ataques, que si bien se dan durante los restantes meses el año incrementan en diciembre, es la misma que afecta a la sociedad colombiana: la intolerancia, seguida del abuso del alcohol y de otras sustancias tóxicas.
Decir que la paz no es únicamente la que firman los representantes de los dos bandos suena a lugar común, pero es cierto. La paz es un proyecto colectivo que se construye desde el interior de la sociedad. Mientras no eduquemos a nuestros niños en el ejercicio de la tolerancia, el respeto, la conciencia de los propios límites, la del otro y sus derechos, nunca, por más tratados, podremos ofrecerles una vida más digna, unas navidades más armoniosas, ni un país que pueda llamarse civilizado, donde las oportunidades no sean solo el privilegio de una minoría.