Ante el saludo de mi amiga Heidy Guerrero Vélez, mujer encantadora, de versificación estupenda, respondo:
Heidy, gracias por honrarme con el título de poeta. Su generosidad, en este sentido, hacia mí me conmueve. No me considero hombre de estas magnitudes, no alcanza mi existencia para tanto honor. Cuando leo autores admirables de la poesía, de dimensiones genuinas al trascribir el eco de la palabra, su resonancia emana de cuanto existe, -para mí esta es la poesía- me pregunto ¿qué hago en estos senderos imposibles de recorrer por parte mía…?
Para dar una respuesta aproximada, acudo a mi razonamiento absurdo. A propósito me contradigo de manera deliciosa, me excito, me vuelvo sexual y sensual con el vocablo y a la vez malabarista del silencio -el trasfondo del arte de escribir y leer debe ser sexual y sensual para darle lubricidad y plasticidad a la expresión, no siempre erótico- así aprendo a no ser nadie importante y tornarme en un habitante efímero de la felicidad, luego regreso a mí mismo, emerjo de forma involuntaria hasta salir con la capacidad de observar la palabra desde la lejanía para pronto regresar, de manera lúdica, a los tiempos de mis tiempos donde me busco como aguja en un pajar.
Es decir, cuando practico la escritura juego conmigo mismo al gato y al ratón, sin saber quién soy, sin darme cuenta dónde está el gato, el ratón, el queso ni la trampa. Así es este vivir o este oficio, como se le desee llamar a esta analogía poética.
Soy admirador de la belleza superficial y a la vez de lo profundo de la belleza. No espero nada a cambio. Voy por el mundo y estaciono mi mirada en la herrumbre donde se posa el ave peregrina o en el vacío donde se tamiza el universo o en palabras macondianas con saltos de sapo por calles de Caicedonia o en el abrigo sobre la espalda encorvada del hombre pensativo, incapaz de dar un paso más allá de la alegría de vivir o en esa sonrisa juguetona de ciertos rostros, el suyo por ejemplo, capaz de compaginar la existencia con un vocablo, por simple que sea, a la altura de la esencia vital.
Leo poesía a través del idioma de la basura, del cristal grasiento, en la mirada del perro junto a su amo muerto, en la hambruna del orbe, en el tiempo de las hormigas sin descanso, en el estertor de la sombra pronta a entrar en el mito de la caverna, en la magnificencia del día kafkiano, en cuanto está por descubrirse, en el río de lágrimas de doña M la sepulturera de gansos finos, en el sereno con todos sus estados de ánimo, en el clavel fértil y en la gladiola marchita, en zanjas de corte vallejiano, en bisagras de puertas imposibles de abrir.
Leo poesía en el cortinaje de la lluvia, en el atardecer de los híbridos, después de cerrar un manual de recetas donde se recomienda condimentar nuestra sangre visceral, con la energía de páginas inmortales en blanco. Mircea Cartarescu sentencia: “ser poeta de verdad, y no solo alguien que compone versos, supone ser capaz de ver la vida como un todo”. Me atrevo a complementar: urge buscar el Zen de la literatura universal.
Borges se sintió orgulloso de sus lecturas y no tanto de su obra publicada. Así de simple. Sin embargo no debemos dejar de escribir y leer y leer y leer y escribir y escribir, arrojar al cesto de la basura y volver a escribir… permanecer en este círculo infinito hasta tener la capacidad autocritica de no sentirnos poetas, entretanto seamos poetas. Repito, me contradigo y me interiorizo como humanoide irónico, de verdad gozo mis incongruencias existenciales, no me supedito a nada, eso sí, sin perder la visión estética, ética, filosófica, social y política de la palabra.
“Extrañas nubes se ciernen sobre mi cabeza mientras arrastro mis huesos por calles solitarias. Mis manos no responden, y tímidos gritos de auxilio revientan en el aire. Lluvia de ojos tras las ventanas transparentes. Paso los días y las horas calculando el peso exacto de mis confusiones. No volveré a frotar la lámpara mágica, desecharé mis sueños vespertinos, masticaré con resignación el pan de la incertidumbre.”, dice su poema GRIS. Ahí está el lenguaje del poeta, libre y angustioso, en muchas ocasiones. Verso a verso bella su poesía, a pesar de lo tormentosa, producto de viajes sin compañía alguna, mezcla de inteligencia subjetiva con visualización objetiva.
Contradigámonos poetas y no poetas de la órbita terrestre, a plasmar nuestras sensibilidades aunque nos decodifiquen como artesanos de la palabra. A masturbar nuestros espíritus. Capitalicemos la nada y el todo como poetas, como no poetas. Tengamos el pudor y la valentía de no buscar ser primeros en las letras municipales, regionales e internacionales. Respecto a mí, continuaré siendo yo mismo por intermedio de cuanto no soy, de cuanto soy.
Sí, luchar por ser nadie, salvo un “yo categórico” mediante mucha lectura y bastante escritura, hasta dejar páginas en blanco inmortales. Y no pido perdón. Soy, seamos…
Heidy, con aprecio y admiración, le habló Carlos Alberto.