Cuerpo mío de cada día, disciplinado por la religión, el Estado y el trabajo mismo, contra mí se han perpetrado injusticias, inequidades y desafueros.
Con Foucault, el día de hoy puedo decir: “soy un cuerpo”, soy persona, trabajador o ciudadano, como quieras llamarme.
Allí me escondo o me esconden, allí vivo, allí tengo mis experiencias laborales a plenitud, moderadamente, en forma precaria o como desempleado.
Me explico: la forma estética del cuerpo, en una sociedad como la nuestra, no tiene el perfil de los cuerpos semejantes, tanto que en las relaciones con los otros cuerpos veo que existen diversas jerarquías y esos niveles están establecidos por el lugar que ocupó en la producción y administración de la sociedad.
En tales condiciones, mi cuerpo está estratificado, soy trabajador, es decir cuerpo que produce pero no recibe todos los frutos de la producción. No soy cuerpo que compra otros cuerpos.
Como cuerpo soy cuerpo creador, productor y ordenador.
Como cuerpo nuevo, adolescente, no soy muy interesante, apenas existo bajo el dominio de la familia y la escuela, y cuando ambas instituciones me faltan soy víctima del abandono, el hambre y la desidia, máxime donde la pobreza es global.
Es evidente, los cuerpos de los niños no producen ganancia, no generan plusvalía, lucro o dividendo, aunque excepcionalmente vendan rosas en los semáforos y restaurantes.
Ya tendrán valor cuando los cuerpos sean jóvenes y vendan sus fuerzas de trabajo.
Los cuerpos nuevos, en la mayoría de países de América Latina, trabajan como raspachines y, como no pueden votar, pertenecen a las minorías no seducibles por las ofertas políticas y las promesas.
Claro está, hay que ir estableciendo diferencias, cuando nuestro cuerpo tiene dieciocho años lo irrumpe la ciudadanía, el cuerpo del hombre tiene más libertad que el cuerpo de la mujer y, desde esa edad, empieza a consolidarse con más vigor el patriarcado.
Se observará, además, que el salario laboral del cuerpo femenino será inferior al salario de quienes desarrollan las funciones masculinas.
Cuerpos de mujeres, que en la mayoría de las veces, se caracterizan por tener que alistarse en las llamadas tareas inconclusas, nunca acabadas.
¿Recuerdan a Penélope? La esposa de Ulises, la misma que dejó parados, por esperar el cuerpo de su esposo, durante veinte años, a quienes le pretendían la mano.
Como cuerpo femenino bordaba de día y destejía por la noche y como todos los cuerpos de las mujeres que viven en condiciones infrahumanas, limpian la casa todas las mañanas y por la noche la encuentran llena de basuras, proceden a limpiarla, cocinar y lavar los platos, en una misión perpetua, interminable.
Y como vivimos en una sociedad de consumo los cuerpos son adquiridos, consumidos y gastados.
Son los cuerpos que venden su fuerza en los mercados laborales, arrojados a la orilla cuando son considerados viejos, tal como ocurre con el tratamiento injusto que reciben al reclamar su tratamiento pensional.
Y, cuando los cuerpos de hombres y mujeres no están en condiciones de trabajar, los arruman en las empresas prestadoras de servicios de salud, para que se mueran en las puertas de los hospitales.
Como vemos, el orden vigente, respaldado por unas minorías injustas, es inicuo y la forma de adquirir cuerpos para que el Estado y la sociedad funcionen es arbitraria y, cuando esto ocurre, la represión y el castigo social contra los cuerpos que trabajan se realiza dentro de los parámetros legales considerados como legítimos.
Cuerpos, podríamos decir: ¿Feliz Día del Trabajo?
Salam aleikum.