Eso de que Colombia es uno de los países más felices del mundo ya no es verdad (y lo más probable es que nunca lo haya sido). Algunos estudios nos llegaron a ubicar en el segundo lugar a nivel mundial [i]. Ahora, según el último informe de la ONU, aparecemos en el puesto 43 [ii], posición todavía bastante generosa para lo que ocurre en la realidad.
La felicidad se asume casi siempre como un asunto personal. Lo cierto es que ella tiene un componente social y colectivo sin el cual no puede complementarse. En el estudio que realiza la ONU con base en algunos datos de Gallup se toman como variables para medir la felicidad aspectos como el producto interno per cápita, la esperanza de vida, la libertad para tomar decisiones, la generosidad y los afectos (risa o enojo). Queda claro que hay asuntos individuales y sociales. Por nuestro lado anotamos: lo individual está condicionado por lo social, aunque no lo queramos reconocer y en contra de lo que los libros de autoayuda nos dicen y repiten una y otra vez hasta el punto de convencernos de que si somos pobres o marginados es culpa nuestra y no de una sociedad injusta y desigual.
Los colombianos en general asumimos la felicidad como un asunto eminentemente individual (individualista) y, muchas veces, material. Abundan los casos, como el recientemente patético de Jenny Ambuila a quien criticamos y miramos con menosprecio desconociendo que así somos, de lo contrario no abundarían por estas tierras la corrupción y la violencia. ¿Por qué ese desespero por ganar dinero y tener cosas materiales a costa de todo? Lo sorprendente es que muchas veces quienes más se desesperan por obtener riquezas son quienes viven ya una vida con un nivel superior al del 90% de los colombianos; siguen en su búsqueda de la felicidad entendiéndola como un asunto de riquezas y de superioridad frente al otro (“¿Usted no sabe quién soy yo?”).
La felicidad individual es un asunto también colectivo. En Colombia, país de la farsa y de farsantes, se desconoce esto. Nos oprime no encontrar la felicidad que se nos niega al mismo tiempo que se nos dice que es asunto exclusivamente nuestro. Como no la encontramos recurrimos entonces al alcohol, la droga, los fanatismos religiosos y, en los casos extremos, a la violencia y el suicidio. No se puede entender que en un país “feliz” la tasa de los mismos haya alcanzado un pavoroso 52 por cada 100.000 habitantes después de haberse ubicado en el 2017 en 35 [iii].
Se necesita reformular lo que somos. El país debe entenderse como diverso y multicultural. Hay que hacer realidad la posibilidad de expresarse con libertad y sin temor a ser discriminado, censurado e, incluso, violentado. El Estado tiene como tarea ante todo buscar el bienestar de los ciudadanos, no del capital ni de las grandes empresas. Los hombres y mujeres de a pie no entienden, por ejemplo, cómo el nuevo Plan Nacional de Desarrollo baja el IVA a la gasolina sin que esto tenga ningún impacto en el precio al consumidor. Parece que en algún lugar que nunca nos dijeron las matemáticas no funcionan. Los ciudadanos, en consecuencia, ven en el Estado a un monstruo que saca de sus bolsillos todo cuanto puede para entregar las monedas que encuentre a los ogros del bosque.
La educación también tiene una tarea pendiente. No se puede reducir a aprender a hacer (y a veces sólo hacer para la vida laboral). La tarea es recuperar el concepto integral de ella. Las artes son fundamentales en el proceso de construcción de sentidos; y el sentido de las cosas son la vida misma. En tiempos en los que la poesía y el arte en general aparecen como objetos inútiles, es cuando más necesario se vuelven para la vida.
Buscar la felicidad constituye una búsqueda personal y social, de lo contrario la tarea quedará inconclusa. Cada quien tiene el derecho a ser feliz a su manera, no obstante, la felicidad es asunto de todos.
[i] Segundo país más feliz, 88 de cada 100 colombianos se sienten felices
[ii] Índice Mundial de la Felicidad
[iii] Salud Mental, Convivencia Social y Consumo de Sustancias Psicoactivas en las cinco Regiones de Colombia