Si Keith Richards y Ron Wood se fueran de rumba a la 19 con 4 lo más seguro es que pasarían desapercibidos. A lo mejor un policía les pediría papeles a ese par de señores astrosos, los raquetearían por la pinta de drogos y, si no los golpean, los llevarían a pasar la noche en una celda. En Colombia, qué duda cabe, no conocemos a los Rolling Stones.
Los sobrevivientes de los años sesenta, achacosos y reaccionarios, dicen que lo único que escuchaban de esa época era a los Beatles que se vestían de corbata y se peinaban bonito. Los Stones… cómo decirlo… eran demasiado duros.
Claro que son duros, mientras que los de Liverpool hacían cancioncitas para niños bien tipo Obladi-oblada Jagger y Richards hicieron que los muchachos que salieron a marchar en Mayo del 68 cantasen, como si de un himno de lucha se tratase, Street fighting man. Música demasiada subversiva, demasiada satánica para esa capilla grande que era Colombia en los años sesenta.
Uno de los grandes aportes de Andrés Caicedo y el combo de Cali fue poner a sonar a los Stones una década después. Fue Pepe Metralla quien trajo el primer Exile on main Street a este tierrero y mostró, tardíamente, que esos muchachos, que ya eran dinosaurios en los setenta, habían creado ni más ni menos que la rebeldía juvenil. Pero los jóvenes acá no entendieron el evangelio caicediano, estaban demasiado ocupados escuchando a Billie Pontoni y las plegarias de Monseñor Builes como para tener algún tipo de Simpatía por el diablo.
Lo rico para la reducida comunidad stoniana que habita el país es que nuestros ídolos van a estar de moda de acá a marzo. Lo triste es que muchos de nosotros vamos a tener que vender, como muchos barranquilleros en Carnaval, hasta el inodoro para pagar la boleta más cara que, extraoficialmente, rondará los novecientos mil pesos. No le encuentro sentido estar a cien metros de Jagger y Richards quienes apenas miden uno setenta. No los quiero ver a través de una pantalla gigante, quiero verlos de frente, quiero ver como escupe cada verso de Midnight Rambler.
Sé que no lo podré hacer. Los malditos niños ricos que se drogan cada fin de semana en Baum con una música hecha por un computador, estarán atentos el 16 de noviembre para comprar por internet las VIP que queden. Se comprarán camisetas de lengua roja y se aburrirán la hora y media de espectáculo esperando que suene Angie, Satisfaction y esa canción de Pelotón del deber de cuyo nombre no podrán acordarse jamás.
Cincuenta y tres años de desconocimiento sobre la banda más importante de la historia del rock tratarán de zanjarse en unos cuantos meses. Manolo Bellon tratará de dejar su fe beatleniana a un lado para sumarse al lado oscuro. Los únicos que podrán sacar pecho serán los señores Luis Ospina, quien en su documental Unos pocos buenos amigos, hecho en 1985, se atrevía a poner de banda sonora Gimme Shelter y el impenitente stoniano Sandro Romero Rey quien los ha perseguido por todas partes del mundo.
Para el resto será protocolario ir y cantar, en el clásico inglés de Soacha, Brown Sugar o Miss you y hacer cachitos con el dedo y confundir a Jagger con Axl Roses y a Richards con un espantapájaros. De todas formas los toleraré y, no lo niego, seré feliz de acá a marzo: por primera vez los Rolling Stones serán un tema obligatorio de conversación en Colombia.
