Ninalé Naya fue la canción que abrió el concierto de Fatoumata Diawara en el teatro Adolfo Mejía. Al instante todo el público quedó en un silencio contemplativo. Su voz era como un espíritu que iba invadiendo el escenario y los acordes de su guitarra un cálido e irresistible llamado.
Al finalizar el tema, el aplauso fue sutil. Una especie de corresponsabilidad, para no deteriorar la atmósfera que se había creado.
De inmediato, el baterista Baptiste Gbadoe, introdujo el tema Boloko con beat de platillos hit hats y bombo. Fatoumata contó entones que Boloko trata sobre la mutilación genital femenina. “Aún tenemos esa práctica en África, es el momento de detenerla, nuestras mujeres africanas no la necesitan. Ellas son poderosas, espirituales, amorosas. Necesitamos salvar a nuestras niñas de esta práctica, esto es Boloko”, dijo con fuerza y vitalidad. Fluyó como un melodioso y discurso. Mostró su faceta de activista en defensa de la dignidad de la mujer africana y su lucha por mejorar las condiciones de vida de millones de niñas y niños africanos. Mientras la canción introducía algunos solos de batería y guitarra, ejecutada, de forma magistral, por el francés Gregory Emonet, Fatoumata hacía de su lírica un llamado a la reflexión: “Este mundo es espiritual, necesitamos un mejor futuro para África, no podemos estar felices viendo a nuestras niñas llorando”.
Hizo una seña a su guitarrista para indicarle que venía su solo, el que realizó con una segura digitación. Sonido de blues, con marcadas armonías que indagaban en raíces wassoulou, música raizal de su natal Malí, ritmo ancestral que para algunos etnomusicólogos es la génesis del blues norteamericano.
Al finalizar Boloko, Fatoumata dijo buenas noches Cartagena, el público tuvo una lenta reacción, y preguntó: “Are you okey?” (¿están bien?) , como quien interroga a un sujeto que ha sido víctima de una intempestiva bofetada (musical) en su rostro.
Luego interpretó Sowa, uno de sus temas más conocidos, al final dijo: “Yo soy de África”, y el público la acogió con toda la fuerza de sus aplausos. Hizo el tema Clandestin, dedicado a la gente: “Que no puede viajar libremente por el mundo como ustedes y como yo. Hay que decirle a los gobernantes de África que este mundo es uno solo y que la música es lo opuesto a la guerra”
Vinieron los aplausos y guardó silencio. Tomó un trago de agua; secó su frente sudorosa; tomó su guitarra y preguntó con cierta timidez si sabían quién era Nelson Mandela. El que primero reaccionó, fue el poeta Pedro Blas Julio, que ocupaba una de las primeras filas: “Yeah” contestó, con su vozarrón de tambor amplificado. Fatoumata sonrió: “Mandela fue un hombre fuerte, poderoso, necesitamos más gente como Mandela. A él solo tengo que decir gracias, gracias padre, por ser Mandela”.
Lo que siguió, fueron momentos de éxtasis y baile, guiados por una voz que parece estar compuesta de muchas voces. Fatoumata recoge el espíritu primitivo del wassoulou, que regularmente interpretan coros de mujeres en cantos responsoriales. Si se permite la licencia, el wassoulou es una especie de baile canta’o (bullerengue sentao, chalupa, fandango) que reúne a las mujeres en torno a cantos libres sobre su condición y vida, que es sinónimo de libertad y de lucha. Eso es lo que recoge en su voz Fatoumata Diawara.
Se quitó su turbante en tonos azules y amarillos, dejó ver sus trenzas tejidas con pequeños caracoles, hilos de colores y figuras diminutas con mapas de África.
Bailó de todas las formas. Qué versatilidad. Con lo que llamó la base de la rítmica africana de fondo, explicó que el tiempo cambia pero la raíz es la misma. Con el mismo beat musical, en diversos tiempos, mostró las variaciones desde Marruecos hasta Sudáfrica y desde Guinea hasta Somalia.
Mostró como se baila en Kenia, Nigeria, Ghana, y en qué parte del cuerpo pone el bailador su énfasis. “En Argelia o Libia, todo está en las caderas, en la cintura”, dijo. Los movimientos de su vientre dejaron claro que es una artista que no solo es versátil en el escenario sino que es capaz de sorprender en cualquier instante.
El público bailó con ella, algunos subieron al escenario. Se despidió, agradeció, y la ovación pedía más. Se hizo un silencio y se escuchó nuevamente su voz. “Realmente no sabía que tenía tantos hermano en Colombia, y eso me hace muy feliz, y aquí les voy a presentar a uno maravilloso”. Regresó con Justo Valdez, que cantó acompañado de dos los integrantes de su grupo Son palenque. Un momento de reconocimiento al talento afropalenquero.
Fatoumata se gozó el tema de Justo, sonando un pito y danzando por todo el escenario. Para cerrar dijo: “We are Africa, a place to go, a place where all of us have to go back”. (Somos África, un lugar para ir, el lugar donde todos tenemos que regresar”. Todos los asistentes al teatro Adolfo Mejía estaban de pie. Ese espíritu sereno que Fatoumata había entregado al comienzo del concierto se había convertido en un tormenta de baile y alegría que harán memorable este concierto, marcado por la tradición, una voz de un espíritu apacible y la versatilidad de un ser cálido y amoroso.