Los obreros van y vienen con sus carretillas cargadas de concreto fresco para vaciarlas en una de las 83 placas que deben fraguarse para construir sobre ellas un poco más de 500 habitaciones necesarias para alojar a las tropas insurgentes del Bloque Sur de las FARC-EP.
Entre los trabajadores de construcción, 15 son guerrilleros, de un total de 46: entre aprendices, oficiales, maestros, técnicos e ingenieros, acometen la tarea de erigir las obras civiles de la ZVTN ‘La Carmelita’, llamada así por su cercanía al caserío del mismo nombre en el municipio de Puerto Asís (sur este del departamento de Putumayo, Colombia).
El chasquido de las palas al entrar con fuerza entre la grava; el zumbido de las hélices de un motor a gasolina; el crujir de los piñones de una mezcladora de cemento –tropo, dicen los obreros-; las volquetas que llegan con recebo y otros materiales; el temblor de la pisada de oruga de una retroexcavadora que recorre el suelo húmedo y plástico; esa extraña y metálica ‘sinfonía’ del mundo urbano, se funde en el aire con las notas de un merengue que interpretan Los Rebeldes del Sur a poca distancia de los obreros. Una mezcla surrealista con el trasfondo de la selva húmeda amazónica.
Un mes atrás, antes de que el grueso de la guerrillerada llegara, 100 hombres y mujeres de las FARC ya lo habían hecho para ayudar con las obras. Ni quince días pasaron cuando prescindieron de su ayuda porque era ilegal vincular indocumentados. Son las sinrazones de la burocracia estatal, la misma que con sus enredos de papel impide que una asociación campesina de facto pueda suministrar la arena y la piedra, abundantes en las orillas del río Putumayo, a pocos kilómetros distante. Con todo, un nuevo paisaje emerge en el corazón rural de Puerto Asís, en la misma área en la que tiempo atrás se produjeron cruentos enfrentamientos entre las FARC-EP, el Ejército y los paramilitares, según cuentan los pobladores más cercanos a ZVTN.
Sobre la media mañana los trabajadores hacen una pausa para refrescar sus cuerpos. Hay veranillo en la región y el sol es implacable y la sombra de un higuerón los obreros se trenzan en una casual conversación. A Yeisón y Nilson solo los distingue el color verde oliva de su pantalón.
Con un retraso de al menos 75 días, contados desde el día D –el acuerdo del Teatro Colón se firmó el 24 de noviembre y se ratificó por el Congreso el 30 del mismo mes de 2016–, se ha avanzado acaso un 20 por ciento en las aproximadas 5.3 hectáreas del predio arrendado por el gobierno.
En teoría, setenta y cinco días antes de la llegada de los guerrilleros todo debió estar listo. El afán presidencial era evidente: “refrendado el acuerdo, hoy es el Día D y se inicia el proceso de implementación. En cinco días comenzará el traslado de todos los miembros de las FARC a las zonas veredales de transición y antes de finalizar el año deberán estar en esas zonas”, dijo el presidente Juan Manuel Santos como arengando a sus tropas durante una ceremonia de ascensos realizada en la Escuela Militar el 1 de diciembre de 2016. Hoy los guerrilleros han cumplido, pero el afán gubernamental quedó enredado en la maraña de trámites y burócratas por donde pasan los recursos para el posacuerdo.
Para muchos de los guerrilleros quizás sea este el preludio de la atmósfera urbana que envolverá los días de su vida civil. Del fusil a la pala, a la computadora, a la máquina industrial… a la lucha política sin cuartel en plazas de pueblos y ciudades.