Con motivo de la celebración del día del periodista (9 de febrero), es pertinente hacer algunas reflexiones sobre el “el oficio más bello del mundo”, principalmente en lo que tiene que ver con la objetividad, la imparcialidad, la veracidad y, por supuesto, la responsabilidad y la independencia de los grandes medios de comunicación en el cubrimiento del “posconflicto” y en la construcción de una paz estable y duradera.
Y mucho más si tenemos en cuenta la época que estamos viviendo, cuando hemos llegado a lo que se podría denominar el milagro prodigioso de los avances tecnológicos en las comunicaciones de punta, que hacen del mundo contemporáneo una pequeña aldea global, con la avalancha de informaciones al instante que no atina uno a saber si están en el camino del progreso de la humanidad o en el comienzo del fin del género humano.
Por eso ahora los medios de comunicación se constituyen en el llamado “cuarto poder”, porque sin su concurso es imposible la construcción de una sociedad verdadera y realmente democrática. Eso es lo que, en gran medida, está pasando en nuestro país, no obstante la existencia de medios pluralistas que recogen las versiones diversas de los interesados en los grandes problemas del país, como lo hace el programa radial de la Hora 20, dirigido y orientado por Diana Calderón; Semana en vivo, de María Jimena Duzán; la revista digital Las20rillas, dirigida por María Elvira Bonilla, o La Silla Vacía, de Juanita León. Todos ellos aportan desde distintos escenarios los diferentes elementos de juicio para que los “pacientes” de esta sociedad tengan las herramientas suficientes para orientarse en la formación de su propio criterio.
Sin embargo, a pesar de este esfuerzo democrático y pluralista, que maneja cierto grado de independencia y de imparcialidad, hay que decir que en nuestro entorno, el “establecimiento mediático” está amplia y profundamente mediatizado por los grandes intereses económicos que en la práctica se convierten en los “verdaderos dueños del país”, con la capacidad de formar y movilizar la “opinión pública” de conformidad con sus intereses económicos, políticos y financieros, moldeando a su antojo los sentimientos, las emociones y las pasiones de las grandes mayorías, para encausarlas por los caminos del consumismo, la sumisión, el individualismo, y la indiferencia.
Ardila Lule, Santodomingo, Sarmiento Angulo y el Grupo Gilinski, que ahora ha comprado el 50% de las acciones de Semana, dominan el monopolio de la radio, la televisión y la prensa en este país, de tal manera que, en el mejor de los casos, el movimiento democrático solo cuenta con los programas antes mencionados, sin pasar desapercibida la tarea extraordinaria del Semanario Voz, que, a pesar del bloqueo de la pauta económica del sistema dominante, la persecución violenta a sus lectores en las zonas de conflicto, de la exclusión y del marginamiento, ha sido capaz de sostenerse ininterrumpidamente durante 60 años como vocero consecuente de los intereses de los trabajadores, de los campesinos, de las mujeres, de las juventudes, de las capas medias, de los artistas y de los trabajadores de la cultura en general, asumiendo el compromiso de la lucha por la vida, la paz y la democracia, y constituyéndose en el agitador y organizador de las luchas populares y de los sectores democráticos de este país.
Por eso ahora que estamos en la etapa del nuevo gobierno, cuando se discute la nueva ley del Ministerio de las Tecnologías de las Comunicaciones y de la Información (Mintic), al movimiento democrático y popular le corresponde exigir la democratización de los medios de comunicación en todas sus manifestaciones, mucho más si tenemos en cuenta que este punto es uno de los más importantes de los acuerdos de La Habana para poder aclimatar, implementar y desarrollar los elementos que hagan posible la vida, la construcción de la paz y de la democracia.
La parcialidad de muchos medios de comunicación se ha hecho ostensible en los casos de corrupción como el de Odebrecht, que en un principio fue focalizado con una sensación de asombro y que luego pasó al olvido con motivo del atentado del ELN a la Escuela de Cadetes General Santander; o como ha sucedido con el cubrimiento parcializado y fuera de contexto del conflicto Venezolano, abriéndole camino a una guerra fratricida entre los dos países hermanos; o como ha pasado con el comportamiento sigiloso de las causas de la crisis del proyecto de Hidroituango, y, en general, como pasa con casi todas las “investigaciones exhaustivas” en los casos monumentales de corrupción.
Nunca antes habían hecho tanta falta los medios alternativos para el cubrimiento de las luchas del pueblo y de los sectores democráticos y humanistas, precisamente ahora que soplan los vientos de guerra desde la cúpula del imperialismo internacional buscando las riquezas naturales de los países débiles, con el cuento mentiroso de la defensa de las libertades y de la democracia; arrasando con la naturaleza y fomentando la miseria de las mayorías populares con el modelo criminal del neoliberalismo salvaje.