Como ocurre con el que cada vez que se toma unos tragos y la embarra en las fiestas familiares, Trump no defraudó en la magnitud y variedad de los bochinches de la semana pasada.
Embistió, por Twitter, al fiscal general Jeff Sessions, su ministro de Justicia, nombrado por él, acérrimo conservador y partidario incondicional suyo.
También por redes anunció el fin de la política de Obama de admitir la incorporación de miembros de la población transgénero a las filas militares, sin consultarle al alto mando, justamente en la semana en que son exaltados los héroes militares gringos.
Nombró a un jefe de comunicaciones de la Casa Blanca, un señor Scaramucci que, en sus primeras entrevistas, apeló a la vulgaridad para descalificar a Reince Priebus, el jefe de gabinete, un moderado republicano a quien Trump terminó echando el viernes después de una reunión con policías a quienes alentó a que no tuvieran escrúpulo en cascarles a los delincuentes después de ser detenidos.
Sin embargo, la joya de la semana y del primer semestre de la era Trump se presentó en el Senado. Cerca de las dos de la mañana, el senador John McCain, republicano de Arizona, votó No, dando al traste con la pretensión obsesiva de derogatoria de Obamacare, la norma sanitaria vigente en los EE. UU. Con todos sus defectos, la ley Obama expandió de forma notable la cobertura de servicios de salud al pueblo norteamericano. El resultado de la votación: 49 a 51 en contra, pese a la mayoría republicana de 52 curules. Fue el fracaso político más estruendoso para Trump y los líderes del Partido Republicano.
El PR no pudo tramitar sucesivos remedos de reforma en los últimos meses. El último proyecto del Senado, de una mediocridad abismal (hasta le pusieron el apodo de escuálido) no contenía una propuesta alternativa para la prestación de los servicios de salud y fue tramitado, prácticamente, en la clandestinidad, sin debates ni consultas a las partes interesadas. Cualquiera de las propuestas, en el curso de pocos años, le habría negado cobertura a millones de norteamericanos. Incluidos muchos de aquellos que integran la base política de Trump, los blancos que alguna vez fueron trabajadores de poderosas siderúrgicas, compañías automotrices y otras tradicionales como las de explotación de carbón, hoy venidos a menos, dependientes de los subsidios públicos.
Ni las lisonjas ni las amenazas de Trump pudieron persuadir a dos senadoras republicanas que también votaron en contra, en defensa de los derechos sanitarios de las mujeres. Sin embargo, el punto de inflexión lleva el nombre de McCain. Republicano de racamandaca, que supo de un cáncer cerebral hace pocos días y se fue del hospital al Senado a discutir y votar. En una de sus intervenciones del viernes, clamó por el voto a conciencia y no por simple afiliación al partido.
McCain representa la decencia republicana. Adversario de Obama en las elecciones del 2008, mostró siempre lo que Trump jamás fue: respetuoso de su rival. Se recuerda, en una de sus giras de campaña, la respuesta a las inquietudes de un asistente, blanco, que decía estar asustado por una presidencia de Obama y de una señora que no podía aceptar que el futuro presidente fuera árabe. Al primero le respondió que Obama era una persona decente y competente y a la dama que lo que estaba en juego era la batalla de los argumentos y que era falsa su afirmación. Variantes de prejuicios similares, incluyendo los racistas, se presentaron con frecuencia y McCain siempre honró a su contrincante.
El contraste con Trump no puede ser mayor. Trump, que en los sesenta capó ida a la guerra de Vietnam aduciendo una lesión temporal, se burló en 2015 de McCain, que fue piloto militar, capturado, torturado y puesto en prisión: “McCain no es un héroe de guerra. Es un héroe porque fue capturado. A mí me gustan los que no fueron capturados…”
McCain, el demócrata: en la pelea de Trump con los medios de comunicación, denigrados por su producciōn de noticias falsas, le trinó: “Así es como comienzan los dictadores”.
El cuento de McCain cobra sentido porque ilustra que el debate principal en el mundo actual no gira alrededor argumentos de izquierda y derecha. La pugna real está entre el respeto a la diversidad y la visión abierta al mundo, incluyendo la lucha común contra el cambio climático, por un lado, y las visiones excluyentes, incitadoras de violencia, de otro.
Por estos lares, los imitadores de Trump no admiran su línea política, de la que carece
Les encanta su estilo a patadas y el supuesto talante de franqueza,
que se traduce en calumnias, verdades a medias, irrespeto, polarización.
Por estos lares, los imitadores de Trump no admiran su línea política, de la que carece (a conveniencia ha sido, también, demócrata). Les encanta su estilo a patadas y el supuesto talante de franqueza, que elogian como políticamente incorrecto, que se traduce en calumnias, verdades a medias, irrespeto, polarización.
Es probable, sin embargo, que el modelo Trump, gracias a la complejidad y la gran diversidad de la sociedad norteamericana, a sus medios de comunicación, a las universidades y a políticos valerosos como John McCain, se desplome.
El lío, finalmente, no es ideológico. Ya que se aproximan elecciones en Colombia, los votos deberían llevárselos quienes puedan acreditar no robar, no propiciar violencia, respetar al otro y demostrar su capacidad de discutir con argumentos.