Uno de los hombres más ilustres y valientes de la Colombia del siglo XX, Jaime Garzón, concebía una visión de la sociedad colombiana muy crítica, tanto de la vida política como del sentido de construcción de nación en medio de las paradojas de la guerra (conflicto armado).
Uno de los tantos legados de este héroe fue su particular manera de analizar los sinsentidos de la sociedad. Por ejemplo, le parecía un absurdo la manera como nos relacionamos con los representantes del gobierno, los funcionarios públicos. En esa relación contemplaba una separación abismal entre ese funcionario y la sociedad que representa, un vínculo que se lleva a cabo de manera vertical y no horizontal; lo expresaba Jaime Garzón así: “… nosotros nombramos funcionarios públicos, funcionarios públicos es para que le funcionen al público, y terminamos haciéndoles venia, es decir, todos sirviéndoles a ellos”.
En medio de este absurdo, analizaba Jaime, se pierde el poder de asumir y construir Estado entre todos los colombianos. Este distanciamiento social de la esfera pública y de los que nos representan, los funcionarios públicos y líderes políticos, se ha mantenido con los años y se camufla de muchas maneras. Desde el colombianismo de llamar “doctores” a cuanto funcionario de cargo medio para arriba encontremos; pasando por la falta de respeto de muchos periodistas al nombrar presidentes a los expresidentes; hasta el de endiosar a los líderes políticos. La mayoría de los colombianos nos obnubilamos por el discurso, por la capacidad histriónica del líder, no miramos su contexto, no somos capaces de cuestionarlos y, si otros lo hacen, se les defiende muchas veces sin saber por qué.
Entonces, haciendo un ejercicio, podría decirse pedagógico y de carácter democrático participativo, por medio de la justa visión de Jaime Garzón de construir horizontalmente el sentido de lo público, invitaría a los actuales candidatos presidenciales a tomarse un café. Sería a manera de metáfora, claro está. Construiríamos la escena y las preguntas para lograr encausar un acercamiento simbólico, acortar esas distancias tan enormes entre dos líderes tan distintos, posicionándolos en el terreno barrial y no en el divino.
Con Gustavo Petro, siendo costeños los dos, le saludaría de “compa” y le preguntaría de una: “¿cómo anda la vaina política?”. El lugar, la esquina de barrio, sentados en unas sillas de palo viejas y escuchando música a alto volumen. Ya en confianza, le preguntaría si en verdad es así de egocéntrico como dicen, de “enchollao”. Ahora con preguntas ya con un carácter más crítico: “viejo Petro, dime, ¿en verdad eres malo administrando, malo con los equipos de trabajo?”. Dependiendo de su respuesta y, claro, de si no se enoja, le preguntaría ¿qué pasó con Bogotá?, ¿por qué tanto problema con la “nevera”?, que el metro, que las basuras, que no cumpliste, que un poco, en fin. Seguramente me contará un poco de cosas sobre su aventura en esa administración citadina. Siendo más trascendentales y de cara a sus pretensiones presidenciales, le preguntaría: ¿cómo realmente se puede contar con universidad pública gratuita para tantos jóvenes colombianos?, ¿es eso un proyecto realizable? Lo mismo para la salud y las IPS. Sé que es un defensor del proceso de paz, pero en virtud de los incumplimientos a las víctimas, tanto en el proceso con las Farc como con los paramilitares (AUC 2003-2006), ¿cómo piensa garantizarles la restitución de derechos a las víctimas del conflicto armado, desde lo jurídico, material y lo intangible? Bueno, ya con esta pregunta creo que se termina el café y tocó pedir otro…
Con Iván Duque, mejor le entraría a una panadería citadina de barrio. Aprovecharía para pedir de esos buenos panes de la “nevera”. De entrada, lo saludaría de “señor Duque, ¿cómo se encuentra?”. Como se trata de comprender su contexto de funcionario público del cual no conozco muy bien, le preguntaría de manera general sobre su experiencia como senador (2014 -2018). Es bien sabido que su mayor crítica es sobre su identidad de líder, la cual está supeditada a su predecesor Álvaro Uribe, por lo cual sería bueno saber: ¿cómo piensa gobernar con esa carga, con esa figura casi paterna? Claro, en términos de influencia, no de posicionamiento personal. Es difícil desligar ese lazo consanguíneo (a nivel de herencia política), de plano casi todas mis preguntas se orientarían por ahí, espero que no se enoje. Me atrevería a preguntarle, ¿cómo nos garantiza no volver a caer en la época de los falsos positivos? Ahí ya nos adentraríamos en los temas del conflicto armado y, muy seguro pueden llegar algunas contrapreguntas sobre el proceso de paz con las Farc, sobre los cambios jurídicos que piensa implementar en la JEP desde su mandato y demás. Le preguntaría sobre el tema de las víctimas: ¿cómo piensa garantizarles la restitución de derechos a las víctimas del conflicto armado?, desde lo jurídico, material y lo intangible. Aquí la discusión se alargará, más pan y café. Entraría a preguntarle por su política minero energética, ya que es muy preocupante pues en su campaña ha asegurado que se considerará el modelo de fracking para la extracción de petróleo, sus impactos ambientales y en general: “¿seguirá consolidando la ‘locomotora minera’ y convertir a Colombia en un país lleno de huecos con pasivos ambientales altísimos?” Ya para estas alturas se acabarían los dos cafés, y los panes, pero le insistiría en una última pregunta: ¿es constitucional unificar las altas cortes (creando el Tribunal Constitucional Supremo)?, ¿no se podría generar un ciclo amplio de impunidad con esa medida —beneficiando posiblemente a muchos políticos—?, ¿en dónde quedaría la tutela?
Ahí dejo unas inquietudes frente a las elecciones presidenciales, de manera directa y tratando de construir nuevas experiencias sobre lo público, como lo hubiera querido Jaime Garzón. Me tomé un café —simbólicamente—con Petro y Duque para poder cuestionarlos como ciudadano de a pie; espero no hallar mentiras detrás de sus palabras. Aunque es una metáfora, no perdamos el hilo conductor, la imaginación política para dimensionar sus tentativas respuestas, crear propias —lo de la corrupción quedo en el tintero—, a ver si con eso podemos dotarnos de herramientas democráticas para fortalecer las razones de una decisión trascendental para el futuro cercano de Colombia.