El periodista no debe estar del lado de la gente, del pueblo o de cualquier conjunto de personas mal llamadas del común. Tampoco del lado de la mano de la que se alimenta. Tampoco de lo que más vende. Tampoco de los seguidores en Twitter.
El periodista no está para abanderar ningún lado, excepto el del acogedor y hoy no de moda límite de la información. Porque desde que el periodismo se tomó atribuciones que no le correspondían, cargó el peso gravoso de su palabra ligera.
Aunque no se trata de deshumanizar a quien ejerce este oficio, cuando se haya quitado el uniforme de informante, debe hablar a nombre propio y hacerlo en espacios de opinión.
Y ni hablemos de la objetividad, ella murió en significado desde que se colocó en duda la existencia de la verdad. La frase: los hechos hablan más que las palabras ya rechina de tanto que se ha dicho. Pero si mencionamos las redes sociales, de seguro entenderemos mejor lo que esto quiere decir.
Ya desinformar debería provocar mala digestión para quien se dispone a asegurar expresiones sin hecho. Así como señala el autor Jesús Morales, en su obra Ética del Comunicador Profesional, "el informador profesional debe tener la suficiente prudencia para evitar hacer afirmaciones sin las bases mínimas o evidencias que le permitan tener la certeza de la verdad, y así evitar el error. Sabemos que los errores se pueden corregir, pero no resarcir totalmente el daño moral".
Además, el olvido es sistemático en Colombia, pero la falta de confianza lo será aún más con los años. Por lo tanto, elegir entre las consecuencias de ambos elementos puede funcionar para entretener a la conciencia que se asoma antes de dormir por la noche en la mente de quienes se dedican al acontecer noticioso, entre los cuales me incluyo.