A Jaime Lerner, el arquitecto, urbanista y político brasileño creador de TransMilenio, le pasó en Colombia lo mismo que al salsero portorriqueño Cheo Feliciano, quien murió un Jueves Santo de 2014, el mismo día que murió García Márquez. Lo de Cheo hubiera sido una gran noticia al sucumbir en un fatal accidente de tránsito, pero la novedad del fallecimiento del boricua fue opacada por la del deceso del nobel colombiano. La muerte de Lerner, quien falleció en su natal Curitiba el pasado 27 de mayo, en Colombia pasó casi desapercibida, a no ser una nota en el portal La Silla Vacía y algún tuit de Enrique Peñalosa, su imitador a medias.
¿Pero por qué recordar a un personaje asociado con la creación de los denominados BTR o Bus de Transporte Rápido justo en un momento en que los buses ddeTransMilenio de Bogotá son secuestrados y vandalizados y alguna estación del MIO de Cali está siendo usada como piscina pública después de haberse inundado?
Narra la historiadora Diana Uribe refiriéndose al famoso Mayo del 68 francés, que el gran logro de estas jornadas de protesta fue poder llevar el conflicto del plano real al simbólico. Se bloquea TransMilenio porque quizá este medio de transporte representa la frustración del ciudadano común. Si bien TM en hora pico descongestiona de la manera más eficaz posible el tráfago de una Bogotá muy laboriosa y estudiosa, porque son empleados y estudiantes quienes más lo utilizan, también es objeto de ira porque quizá representa la política que no resuelve problemas o la soberbia del poder de la política en la imagen del resistido Enrique Peñalosa.
En cambio, al mirar la trayectoria de vida de Jaime Lerner se encuentra algo completamente opuesto. Un arquitecto y urbanista que desde 1968 (que coincidencia) cimentó las bases de sus ideas opuestas a las del establecimiento desde el Instituto de Investigación y Planificación Urbana de Curitiba (IPPUC). Desde allí se negó a la construcción de un metro subterráneo por considerarlo oneroso y propuso una ciudad integradora, amable con la gente y en el que compitieran sin excluirse los diversos medios de transporte como las bicicletas, los taxis y los buses al tiempo que ponía en segundo plano al automóvil particular. Su idea de los BTR se ha copiado con relativo éxito en más de doscientas ciudades del mundo.
Tal vez por esa misma razón fue elegido alcalde de su ciudad en tres ocasiones, y gobernador del estado de Paraná en dos. Aún recuerdo conferencias en la universidad en las que se exponían sus ideas que parecían asombrosas por lo simples. Revitalizar el centro, privilegiar el carril rápido de la vía para el transporte masivo, crear ciclo rutas en los andenes, generar rampas para discapacitados, conectar el agro circundante de la ciudad con esta para abaratar los costos del abastecimiento y la que aún me parece más admirable, dar la oportunidad de intercambiar a los recicladores el producto de su recolección por bonos de comida.
De manera paradójica la inspiración del espíritu de servicio de Lerner surtió efectos en algunos políticos colombianos de manera opuesta. Es decir, la idea de que el político no está al servicio de la ciudad, sino que la ciudad está al servicio del político. Razón por la cual nos encontramos con alcaldes como Hisnardo Ardila que de manera unilateral hizo llevar la Orquesta Filarmónica de Bogotá para amenizar la boda de su hija (1985), a Peñalosa cobrando comisión por cada autobús Volvo vendido, o a los hijos de Uribe, Tomás y Jerónimo, abriendo plantas de reciclaje en la zona franca a la vez que se sancionaba por esos días (oh coincidencia) una ley que facultaba a la policía a poner comparendos ambientales a los recicladores que esculcaran en la basura.
Jaime Lerner recibió muchos reconocimientos en su vida. El Sir Robert Mathew de la Unión Internacional de Arquitectos, el Príncipe Claus que se otorga en Holanda y el Premio Máximo de Medio Ambiente de las Naciones Unidas, todos ellos por una trayectoria en la que impulsó la sostenibilidad bajo el concepto de que la ciudad no es un problema sino una solución, pero incluso, de manera pedagógica la veía como agente de transformación de las personas. De los libros que escribió uno llama la atención por su ingenio: Acupuntura Urbana. El solo título da a entender el mensaje. Crear una propuesta terapéutica y curativa en la que pequeñas intervenciones en el tejido urbano generen soluciones puntuales para la ciudadanía. Qué bien vendría aplicar algo de esto en una ciudad como Bogotá en la que, solo por dar un ejemplo, justo al costado de muchas bahías de parqueo se hallan letreros de "prohibido parquear".
Sin embargo, quizá el aporte más importante para las nuevas generaciones que piden cambios, es el hecho de que se reconozca que existió en el contexto de un Brasil de ciudades ricas en el sur, la inspiradora vida de este hombre que puso en el mapa y transformó una pequeña ciudad pobre del norte a punta de creatividad, ingenio y sentido común. Pero aún más, Jaime Lerner demostró con su manera excepcional de ver el mundo que en la política no todo es corromperse, o dicho de otra manera, por increíble que parezca, que en el mundo también hay políticos buenos.
