En una reciente visita a la ciudad de Quito quede gratamente sorprendido del avance en la ciudad del país hermano. Sin embargo, me enteré que el gobierno responsable de dicho avance y transformación urbana, en cabeza del alcalde Augusto Barrera, había perdido ampliamente las elecciones al buscar su reelección.
La agenda urbana del Alcalde Barrera era una agenda progresista donde se destacaba una agenda animalista que incluyó un referendo sobre el toreo y prohibir la muerte del toro en la faena, lo que llevo al posterior cierre de la plaza; la ampliación de la red de ciclo-rutas quitando espacio a los vehículos particulares y un programa de bicicletas públicas; un gran avance en la construcción del metro; y una reforma tributaria centrada en la progresividad de los impuestos locales cobrándoles más a los que más tienen, entre otros.
Un parecido sorprendente a lo que ha planteado Gustavo Petro para la ciudad de Bogotá y que tantas discusiones ha generado.
En el caso de Bogotá se ha atribuido el fracaso de esta agenda progresista que es aplaudida a nivel internacional y refleja las discusiones urbanas del mundo de hoy, a un estilo para algunos confrontacional y camorrero del Alcalde, a los obstáculos que ha puesto el Gobierno Nacional como gran opositor del gobierno local y la poca coordinación y colaboración que ello ha generado, y la poca capacidad gerencial y de ejecución de los planes por parte de la administración.
Salvo el tercer punto, el contexto bogotano es casi opuesto al de Quito, con un alcalde de estilo personal amable y conciliador y un gobierno central de la misma línea política, y sin embargo las reacciones en los medios de comunicación y en la opinión general son muy similares. Incluso podríamos agregar el caso de Lima, también muy similar en términos de agenda y percepción de resultados, con contextos y estilos personales muy diferentes. ¿Qué explica entonces esa reacción de la población?
Aventuro dos principales razones:
Primero, una agenda de este tipo en grandes ciudades del continente más desigual del planeta, toca intereses económicos muy poderosos y con relaciones muy estrechas con los grandes medios de comunicación, lo que suele introducir agendas mediáticas adversas y que terminan calando en la población.
Y segundo, la agenda urbana progresista resulta compleja y difusa para la población y por lo tanto es poco comprensible y vaga. Cuando preguntaba a gente del común en Quito las razones de la derrota del Alcalde Barrera la respuesta generalizada era que no había hecho obras, que no había hecho nada.
La agenda urbana tradicional, de construcción de vías, escenarios deportivos, e incluso infraestructuras culturales, o de políticas de seguridad basadas en la presencia física del estado, a través de la presencia policial, es una agenda visible, tangible, fácilmente verificable y comunicativamente también muy fácil de divulgar.
Los nuevos retos y agenda urbana exige de otro tipo de políticas y de soluciones complejas. Pero también requerirá y exigirá una comunicación más estrecha con el ciudadano y estrategias de difusión novedosas, así como un papel mucho más activo de las denominadas nuevas ciudadanías (ambientales, animalistas, urbanas, etc) que suelen ser beneficiarias directas de las nuevas políticas, pero poco comprometidas con las discusión políticas en las ciudades.
El riesgo es que se imponga una agenda facilista que evite asumir los grandes retos y que se concentre en un excesivo marketing territorial y en la obsesión por los rankings y los concursos internacionales, el dominio de lo estético y la omisión de lo estratégico.
@alfredobateman
