Este, fue el grito que penetro mis oídos, la tarde del 16 de julio del 2011, al finalizar el partido de los cuartos de final de la Copa América de ese año, realizada en Argentina, tras perder el combinado patrio, ante la selección de Perú. ¿Por qué salió esta exclamación de descontento, de la boca de un señor de entre 40 y 50 años, ese día? La respuesta es una sola. Cuando el cronometro marcaba el minuto 64, el tigre de Santa Marta, tuvo en su botín derecho la posibilidad única de anotar el primer gol del partido, ejecutando un lanzamiento penalti, que no tuvo como receptor a la red del conjunto inca, que a la postre y en el tiempo extra, firmó su paso a las semifinales del torneo continental.
Recuerdo estar sentado con mi padre y algunos amigos, suyos y míos, en un bar en el municipio de mis amores, Sogamoso (Boyacá); era una tarde soleada y nos dirigimos a este lugar, con la fe intacta de dar un paso más camino al título de la competición. Volviendo al momento especifico, que me motivo a escribir esta columna, recuerdo mi reacción casi que mecánica tras escuchar la exclamación del señor, sentado solo a una distancia de dos mesas de nuestra ubicación. Mirándolo a los ojos, sin vacilar, le dije: No podemos tirar a la caneca de basura, por un error humano, a un jugador del calibre de Radamel, al mundial iremos de la mano de él y de Leonel. Hoy, casi 3 años después de este suceso, se cumplió el 50% de mi vaticinio.
Llegamos a la cita en Brasil, con un nivel superlativo del goleador nacional, pero de la mano de otro entrenador. La respuesta del caballero, apoyada notoriamente por la gran mayoría de espectadores de nuestra charla, fue: No sirve de nada, ¿como puede cobrar millones y errar un penal, que yo hubiera marcado, sin lugar a dudas. Tras escuchar esa respuesta, con ese “argumento” de tan poco peso, solamente lo mire y de mis labios salieron 4 palabras, mientras giraba mi silla, para continuar con la charla que mantenía con el grupo de compañeros de cervezas de esa tarde: Si usted lo dice. De esta forma, la charla terminó, pero desde ese día, tengo más claro, que somos un país, en el que pasamos de ser DIOS a ser Hitler, en tan solo un par de segundos.
Estoy seguro, que ese hombre y quienes lo apoyaron en ese momento, hoy por hoy deben estar sufriendo la lesión del delantero del Monaco, como todos lo que soñábamos con verlo pisar las canchas de Brasil. Inevitablemente, ya no saldrán gritos de gol de nuestras gargantas, impulsados por la calidad técnica del mejor 9 del mundo, como alguna vez lo catalogó el actual técnico del Bayern Munich y ganador de todo con el Barcelona, Josep Guardiola. No juzgo al ciudadano boyacense, que probablemente en un momento de ira, sin sentido, utilizo esas palabras de tan grueso calibre, contra la humanidad del líder de la clasificación a una Copa Mundial, luego de 16 años. Parece que el oxigeno que respiramos en Colombia, contiene alguna partícula única en el mundo, que nos hace cambiar de opinión tan constantemente y lo que es peor, olvidar nuestras propias palabras en tan poco tiempo. Muchos son los casos, en los que un ciudadano nacido en Colombia, ha pasado de ser amado a ser odiado por muchos. Ingrid Betancourt, por ejemplo, era un símbolo de paz para los colombianos y el mundo, por su secuestro llevado a cabo por la guerrilla de las FARC, pero aunque mucho tal vez no lo recuerden (por la partícula que respiramos día a día), a los pocos días de recobrar su libertad y tras pedir una indemnización de parte del estado, completamente justificada, lleno de indignación a millones de compatriotas, quienes pensaban la encasillaron como OPORTUNISTA. Solo espero que algún día, nuestras palabras, acciones y pensamientos, sean un poco más maduros, objetivos y concretos. Ojala esa partícula se extinga y nos convirtamos en un país más tolerante.
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