Fajardo es el verdadero anti-Petro
Opinión

Fajardo es el verdadero anti-Petro

La escogencia del electorado en lo que queda del día para decidir, es entre el populismo y la capacidad de una renovación política de producir un cambio real, para mejor

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abril 24, 2018
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En una escena de la estupenda película Lo que queda del día (The remains of the day, 1993) dirigida por James Ivory, uno de los contertulios de Lord Darlington le pregunta al mayordomo Stevens (Anthony Hopkins), cuyo papel es ser invisible, su opinión sobre los efectos que una guerra entre Alemania e Inglaterra tendría sobre la bolsa de Londres, sobre la estabilidad europea y sobre la política interna, a lo cual el señor Stevens responde con toda cortesía que lamenta mucho no poder serle de ayuda en esos asuntos. Queda así demostrado para el aristócrata la falta de sentido de darle a la gente corriente poder para decidir sobre asuntos que no puede comprender.

Sin embargo, en eso consiste la democracia representativa: personas comunes y corrientes escogen a sus líderes para que decidan sobre asuntos importantes, cuyas reales implicaciones desconocen, porque confían en su criterio, porque les inspiran confianza y porque conocen sus ejecutorias. Y el trabajo del líder es no sólo identificar esos problemas y proponer las soluciones más sensatas, sino sobre todo convencer al electorado con argumentos sencillos, al alcance de todos, sobre el camino a seguir. La política termina siendo un ejercicio supremo de simplificación, para bien o para mal. El populismo nace de la manipulación de esos anhelos y temores de la gente, hecha por quienes tienen esa capacidad de simplificación y el conocimiento de que ninguna de sus ofertas es realizable. Es un ejercicio engañoso y dañino, que tiende a ser exitoso electoralmente y desastroso en el gobierno.

 

Programas aparte, Petro y Duque simplifican la política
a la indignación y al miedo,
ambas cosas una manipulación

 

Gustavo Petro es el campeón del populismo. Propone un nuevo pacto social y político, para que haya paz con equidad y libertad, que supere la discriminación y la segregación (una Constituyente), pero es uno de los protagonistas de la polarización política convertida en  lucha de clases; que la salud y la educación sean universales y gratuitas, sin decir cómo financiarlo; acabar con la industria extractiva (hidrocarburos) para impulsar la producción agrícola (aguacates), cuando la industria extractiva no es la responsable de la timidez empresarial y las dificultades institucionales y logísticas, para conquistar mercados externos; energías limpias, con un panel solar en la casa de cada familia pobre;  volver los ríos navegables; y un modelo económico inspirado en el fracasado Socialismo del Siglo XXI, y en  Hugo Chávez.  Su oratoria excepcional y sus antecedentes parlamentarios, le han permitido recoger buena parte de la indignación nacional sobre la corrupción política, pero sería un mal administrador sin apoyo parlamentario, ni económico, ni nacional para ejecutar una agenda irrealizable.

Iván Duque, es como uno de esos amables fantasmas de las películas de Disney producidos por una máquina infernal. Y no menos populista. Su propuesta de modificar los acuerdos de paz no tiene viabilidad política. La de crear una sola Corte tampoco. La de reducir el tamaño del Congreso, menos. Su tragedia es que no es lo que parece porque detrás de él está el revanchismo político, el tratamiento de los problemas sociales como asuntos de orden público, las gabelas a los inversionistas que no necesariamente producen nuevos empleos; la interferencia en los demás poderes públicos, la defensa del país terrateniente y preindustrial. Tan joven y representando tantas cosas del pasado que el país debería superar. Recoge el temor de la clase media a la entrega del Estado a la guerrilla o al establecimiento del modelo venezolano entre nosotros, que es al final su caballo de batalla. Y la nostalgia de un gobierno fuerte, que sería ejercido por otro.

Programas aparte, Petro y Duque simplifican la política  a la indignación y al miedo, ambas cosas una manipulación, que hace pensar si al invitado de Lord Darlington no le faltaba razón. Demostrado está que la política puede arruinar a un país. Para que la democracia sea real hay que apoyar propuestas realizables, presentadas con realismo sobre una identificación clara de las prioridades nacionales. Sergio Fajardo ha presentados las suyas, desde una posición respetuosa de centro, con un valor que oculta la acritud del debate: la decencia. Contra el enemigo público número uno: la corrupción. Sobre una idea central: la educación. La escogencia del electorado en lo que queda del día para decidir, que no es mucho tiempo, es entre el populismo y  la capacidad de una renovación política de producir un  cambio real, para mejor. Fajardo es el verdadero anti-Petro

 

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