Fabio Rubiano y la sacudida que le pegó a su vida para volverse el grande del teatro

Fabio Rubiano y la sacudida que le pegó a su vida para volverse el grande del teatro

Logró con su obra Labio de liebre conmover a públicos de todos los estratos sociales y ahora con Yo no estoy loca quiere hacer reír

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julio 15, 2017
Fabio Rubiano y la sacudida que le pegó a su vida para volverse el grande del teatro

Su primer ídolo fue Gonzalo Rubiano, un hippie indomable que hacía, a principios de los años setenta, diseño gráfico a mano, tocaba la guitarra, y escuchaba canciones de Bob Dylan y Neil Young que Fabio ni siquiera entendía.  Se le abrió un hueco en el corazón cuando a los nueve años tocaron a la puerta de su casa en el barrio Restrepo del sur de Bogotá y una vecina les contó a sus siete hermanos, a Don Eustarquio y Sara María, los campesinos que llegaron a mediados de los años setenta a Bogotá y ahora veían como el mundo se les deshacía porque al hijo preferido lo había matado a batazos un marido celoso. En ese momento, Fabio decide ser actor para distraer a su familia de un dolor sofocante, para salir de la pobreza, para satisfacer a sus demonios. Tal vez la primera vez que tuvo conciencia de que tenía la capacidad de crear universos paralelos fue cuando se iba a la cama de sus papás a meterse entre ellos e imaginarse que ese colchón era un barco que se perdía en el mar. Cada día era un nuevo capítulo que el futuro dramaturgo iba construyendo. La vocación la llevaba en la sangre pero no había plata para estudiar actuación.

Entonces fue de todo: mesero en las noches durante cinco años en un restaurante francés, vender paquetes turísticos en una agencia de viajes, reparador de máquinas de escribir, vendedor de papelería y artículos de cuero en un local en la Caracas con 57 y, en medio de todo esto, mantener las apariencias de que sí quería ser un profesional con los pies en la tierra: estudió en siete años bioquímica, biología en la Nacional, Ingeniera industrial, economía en La Salle y hasta sicología. Era un hombre de principios, no terminó ninguna. Y además estaba La Ratonera, un bar de salsa de mala muerte en la 66 con 11 adonde iban sus compañeros de la universidad y los mamertos más salseros y vaciados de la ciudad. El negocio lo tenía con un amigo y ambos tenían un código inquebrantable: Fabio le decía a los amigos de él que hoy no se fiaba y su amigo hacía lo mismo con los de él. Ahí, entre los sones de Ismael Miranda y Hector Lavoe aprendió a tenerle respeto al trago y pavor a la embriaguez. La bohemia la disfruta desde un balcón y todos los que lo conocen saben de su ferra disciplina y compromiso con el arte que domina.

Y entonces apareció Marcela Valencia en su vida cuando apenas tenía 20 años y la encontró en la Escuela Superior de Teatro de Bogotá. Un profesor les dijo a su curso que tenían que hacer un trabajo por parejas. Los dos se juntaron y no se separaron más: en 1985 fundan el Teatro Petra y así el matrimonio se haya disuelto a finales de la década pasada, entre otras razones porque ya no se aguantaban o porque, como dice Valencia “Fabio es muy neurótico”, él no duda en afirmar que ella es la compañera de su vida. A su vida apareció otra actriz, Carolina Cuervo, la influencia de Rubiano fue tan fuerte que Carolina terminó convertida más en una novelista que en un actriz de televisión.

La relación con Cuervo duró tres años y volvió a su socia, a su compañera de vida así ya no vivieran juntos. Es que a dirigido a Marcela en más de 20 obras de teatro y en el 2015 despertaron un fenómeno que aún los tiene haciendo giras por todo el país: Labio de liebre, la historia de un paramilitar exiliado en algún país del norte de Europa acosado por los fantasmas de la gente que mató.

Fabio no desprecia la televisión y siempre va a hablar bien de todos sus papeles, desde el primero que hizo, el de un taxista en la telenovela Asunción a principios de la década del noventa hasta el Triplepapito en la comedia Vuelo secreto que lo volvería famoso. Dice que se ha sorprendido al ver tanto profesionalismo en muchos actores de televisión. Ese respeto no lo aleja en ningún momento de su verdadera pasión.

Es una fría noche de martes y, en la entrada de Casa Ensamble, Fabio Rubiano espera a sus invitados con una sonrisa. Es noche de estreno de Yo no estoy loca el monólogo que escribió para Marcela. La gente le pregunta por Labio de liebre y él, fastidiado por quitarse ese fantasma de encima, les responde que volverá a la ciudad en enero del 2018. La gente entra y llena la pequeña salita Buenaventura para ver esa fuerza de la naturaleza que es Marcela Valencia. El público se ríe todo el tiempo, se divierte, pero entre líneas se ve una amargura que puede ser real, un vínculo inquebrantable que ha convertido a Rubiano-Valencia en el tándem mas representativo del teatro colombiano.

Yo no estoy loca puede verse en Casa Ensamble  viernes sabado y domingo

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