Más pendejo soy yo que suspendo mis labores cotidianas para escribir estas líneas. Pero, carajo, a veces hay que hablar por otros y por uno mismo. Y yo creo que si después de una sequía de varios meses escribo esto, es porque recojo el sentimiento de personas que buscamos en Las2Orillas, otra forma de información –perdonen la aliteración –.
Yo hubiese querido escribir sobre un columnista famoso. No sé, decirle a Daniel Samper Ospina que nos tiene aburridos con su ironía fofa y su humor cachaco; o escribirle una diatriba a León Valencia para espetarle que Colombia tiene problemas más grandes que Álvaro Uribe Vélez; o una a William Ospina donde le diga que, carajo, deje de hablar de Europa y de Borges, que a los colombianos no les interesa saber dónde queda Isla Barú, mucho menos se van a interesar por los primaverales prados de la Francia Imperial. Pero no. Yo –escritor de poca monta, polluelo de articulista, potrillo de investigador –dedico estas líneas a un escribidor que muy seguido publica sus intuiciones en este medio. Un fulano que se hace llamar Fabio Andrés Olarte Artunduaga –defensor de las corridas de toros, analista de fútbol, catador de música, consultor del sector educación –. O como socarronamente lo llamaría un lector: el wikipedio colombiano.
A Olarte lo conocí, es decir, lo leí, una infausta mañana cuando publicó una grosería llamada Diatriba contra Mister Black y El Serrucho; más título que contenido, como todo lo que escribe este personajillo. El artículo llamaba la atención inicialmente por su título y porque al lado de Mister Black, en señal de desafío, estaba la foto a blanco y negro de un chamaco de 23 años con cara de monaguillo perverso, sonrisa tenue y bobalicona, ojos entornados y traje impoluto. Empecé a leerlo. Con la primera línea ya estaba decepcionado: “Hace un par de días, me reuní con un grupo de compatriotas en la capital de la Argentina”. Por qué decir ‘compatriotas’ cuando se puede decir ‘colombianos’, por qué decir ‘la capital de Argentina’, cuando se puede decir ‘Buenos Aires’ –me pregunté. Con todo, seguí leyendo porque sabía que quien había escrito esto poco o nada sabía sobre el mundo del picó y la coletería.
El chiquillo continuaba párrafos más abajo de la siguiente forma: “la champeta es un fenómeno sociocultural, que se dio con violencia en la costa atlántica, hace mas de 30 años”. ¡Treinta años! ¡Dios, dónde vive este tipo! Ah, sí, en Argentina.
Así es Olarte: pomposo, pero falaz, adornado, pero cacofónico, rimbombante, pero fútil. No quiero hacer las correcciones respectivas sobre el artículo de marras, porque esa tunda ya se la dio otra persona en una respuesta posterior. Solo atinaré a decir que llamar costa atlántica al Caribe (con mayúscula) es de por sí, insultante. Y así también es Olarte. Parece que de la región el señor solo tiene las nociones que su maestra de geografía le dio en noveno grado.
Sigo leyendo, aunque mi malestar aumenta con cada frase incoherente, con cada lugar común, con cada coma mal puesta. Aguanto. Hago fuerzas para terminar de leerlo. Me salto un par de líneas. Respiro profundo. Pienso. Por fin llego al final: “Emiliano Zuleta, Álvaro José “El Joe” Arroyo, entre muchos otros, deben estar revolcándose en sus tumbas, tras ver lo que hacen con su legado musical”. Ya es el colmo: el tipo metió en un mismo saco al vallenato, la salsa y la champeta, por el simple hecho –creo yo –de ser ritmos caribeños ¡Ay, Olarte, no solo de intuición vive el hombre!
¡Los comentarios, quiero ver rápido los comentarios! Y como era de esperarse, la paliza es grande. Después de leer el artículo, el sentimiento que me generará Olarte será siempre el mismo: pena ajena. A la fecha la diatriba –que ni es diatriba ni es nada –tiene más de noventa mil visitas y casi mil comentarios. Así también es Olarte: lo leen y lo comentan como a nadie más.
La segunda vez que volví a leer algo de Olarte fue también atraído por un título genial: La falacia antitaurina: ¡hay que leer señores! El artículo venía con la imagen de un torero arrodillado frente a un toro en las barandas de la plaza. Reconocí la imagen que yo mismo había compartido mucho tiempo atrás. Empecé a leer: “Básicamente, hay dos puntos de partida para crear una falacia”. Tiene sentido, pensé. Continué leyendo. Líneas más adelante choqué con esta afirmación: “pero lamentablemente hoy vengo a decirles, a quienes creyeron en esta farsa, que todo este tiempo han estado engañados por dos o tres más vivos que ustedes”. ¡Nos iluminaste, Olarte, nadie sabía esa información! ¡Sos un genio, pibe! ¡Oh, grandioso omnisapiente! ¡Estás haciendo con nosotros lo que Whitman hizo con los gringos!
Como les dije, meses atrás yo había compartido la imagen del torero en mi perfil de Facebook y un amigo –defensor de todo lo que los otros atacan y fustigador de todo lo que los otros defienden –me había contado la historia. Lo hizo en dos o tres líneas. No necesitó escribir un artículo. Y algo mejor: no me insultó ni se mostró como el poseedor de la verdad absoluta. Al final, yo le respondí que lo bello de la imagen, era la imagen en sí, sin necesidad de la historia.
Leí el artículo a retazos y me fui directamente a los comentarios. Hubo uno que me llamó la atención: “Serrucho, serrucho, serrucho” –decía. Este tipo ya es famoso, pensé. Eso de que te referencien por algo tiene su mérito; además, la foto de niño bueno también ayuda. Lo chévere de los artículos de Olarte no es lo que él escribe, sino lo que le comentan. Siempre te encontrarás con comentarios de este tipo: “Hay algún tipo de filtro para los escritos que se publican en las2orillas?, porque me cuesta creer que textos como estos puedan ser tomados en serio por alguien con una mínima formación académica. Un poco más de respeto con los lectores por favor!”(sic.). La misma pregunta me hago cada vez que leo algo de Olarte: ¿Por qué le publican? porque lo leen, me respondió alguien.
No seguiré reseñando aquí otros artículos porque mi necedad no es tanta y mis ocupaciones son muchas. Resumiré todo diciendo que el señor en cuestión posee dos problemitas es su escritura: la forma y el fondo. En cuanto a la forma, Olarte abusa de las comas incidentales. Las pone donde le-da-la-gana. Cuando uno lee sus artículos tiene la sensación de ir montado en una carretilla de llantas cuadradas. También abusa de los apelativos. En un artículo reciente utilizó en menos de dos líneas las expresiones ‘la Azzurra’, ‘los tanos’ y ‘la Nazzionale’ para referirse a la Selección de Italia. Sus oraciones son sencillas y su lenguaje pueril.
En cuanto al fondo, Olarte siempre apunta al lugar común. Y quizá por eso la gente se siente representada con lo que escribe. No investiga. Jamás le he visto citar a una autoridad. No menciona a un escritor o periodista conocido. No habla de una última novela leída. Todo parte de lo que conversó recientemente con un amigo o un profesor. Lo que escribe, Olarte lo obtiene de su microespacio bonaerense. Es coyuntural: teclea sobre lo que está en boga. Utilizaré una de las analogías que tanto le gustan a este joven para explicar la situación: los artículos de Fabio Andrés Olarte son al periodismo, lo que Cincuenta sombras de Grey es a la Literatura
Olarte practica una especie de psicoanálisis social barato para estudiar a sus ‘compatriotas’. Es un experto en insultarnos como país. Y lo hace desde su cómodo cuarto en Buenos Aires, perdón, en ‘la capital de la Argentina’. Nos trata de facilistas, mediocres, consumistas, inocentes, estúpidos, ignorantes, narcotraficantes, sibaritas (¿sabes que significa esta palabra, Olarte?). Y tiene razón: hay que ser todo lo anterior para que varios de sus artículos hayan estado durante varias semanas entre Lo más leído en Las2Orillas ¡Mentiras, colombianos, yo también disfruto leyendo a este chicuelo!
Ahora te hablo a ti, Olarte: como en la canción, yo también tuve 23 años y un corazón vagabundo. Yo también sentí el deseo de escribir y publicar. Yo también quise que la gente me leyera y comentara mis textos. Pero cada línea, antes de mostrársela al resto del mundo, pasó por el cedazo de mis amigos. Ellos tuvieron los cojones para decirme lo que yo te digo ahora. Lee, piensa, escribe. Pero sobre todo, corrige. Si haces esto, mucho de tus artículos terminarán en la hoguera. Allá, por recomendación de mis amigos, mandé los que escribí cuando tenía tu edad. Deja de alardear con la columna diaria que ese ritmo no lo aguanta ni el mismo Alberto Salcedo Ramos. Está bien que quieras demostrar que puedes generar opinión, pero no nos insultes ni insultes nuestra inteligencia. No todos somos el país de ignorantes que tanto vituperas. #DESPIERTAOLARTE
Por. Víctor Alfonso Moreno-Pineda
@victorabaeterno