Cuando se nos habla de Fabergé, inmediatamente viene a mente un mundo de lujo y riqueza, un top of mind, que si bien es correcto, es reductor en la medida en que oculta muchos otros aspectos, en particular los de orden artístico.
Habrá de iniciarse la historia recordando a su fundador Peter Carl Fabergé, nacido en San Petersburgo en 1846 y fallecido en Suiza en 1920; de padre Alemán, madre danesa y afianzado en Rusia, después de haber hecho estudios de joyería en Europa y asimilado las técnicas y gustos franceses. Se asienta como orfebre en joyas preciosas en San Petersburgo en donde muy prontamente su talento es descubierto por el zar de todas las Rusias, Alejandro III, casado con María Fiódorovna de origen danés.
Es de importancia ancestral en Dinamarca (como en otros países europeos) la tradición de los huevos de Pascua, elaborados y obsequiados en esta celebración; un símbolo de fertilidad que además marca el inicio de la primavera. Huevos que se fabrican con diferentes materiales o llanamente se decoran de manera original y colorida. Un verdadero arte. La zarina muy apegada a esta usanza encomendó a Fabergé la fabricación de un huevo de Pascua de lujo con un interior albergando una sorpresa. Tal fue el éxito de este pedido que el zar decretó que cada año fuese fabricado para su consorte real un huevo de lujo con una nueva sorpresa que permanecería secreta hasta último momento. En total, Fabergé elaboró 69 huevos de Pascua entre los años 1885 y 1917; 61 de ellos aún se conservan.
La portentosa obra de los talleres de Fabergé empleó gran cantidad de joyeros, artistas y artesanos, en buena parte estuvo destinada a la familia imperial Romanov. Se calcula su producción en 20.000 objetos, que va mucho más allá de los huevos pascuales. En su confección artística aparece toda clase de objetos, como animales en miniatura, cálices, bomboneras, medallas, joyas, pitilleras, cajas y muchos más diseños ornamentales.
Todos ellos de una gran audacia, creatividad y refinamiento que tienen en común denominador el empleo de metales nobles y pedrería preciosa (zafiros, rubíes, esmeraldas, diamantes y perlas), sin contar las gemas semipreciosas y los minerales (jaspe, jade, malaquita, rodonita, cristal de roca, ágata, aventurina, lapislázuli) que también abundan en sus creaciones. A título de ejemplo, el llamado “huevo perla” tiene más de 3.000 diamantes y perlas incrustadas. En su manufactura artística introdujo divertidas animaciones mecánicas que ponen en movimiento ingeniosamente los diferentes objetos.
Cada una de las piezas es una obra de arte, para cuya elaboración Fabergé no tuvo en cuenta la noción de costo, sino solamente el gusto por la elegancia, el estilo delicado y, por supuesto, la estética. Es imposible no quedar absorto frente a cada pieza, ¿cómo no sucumbir a la minucia estudiada y perfecta de las manos artesanales, a la extravagante y refinada pedrería? Piezas de museo, cada una, que están ahora diseminadas por el mundo en colecciones públicas y privadas.
Pudo darse el maestro Fabergé a esta suntuosidad dado que sus clientes, esencialmente de la casa real, no tenían límites monetarios. Estos objetos singulares eran utilizados por los Romanov para su goce y decoración personal, como también para los regalos protocolarios del imperio ruso.
A la muerte de Alejandro III, su hijo, el zarevich Nicolas II, continuó con la tradición del esplendor de Fabergé, hasta que la revolución bolchevique de 1917 acabó con su vida y la de su familia, un asesinato múltiple del cual aún muchos detalles permanecen por esclarecer.
La revolución bolchevique detuvo, entonces, la producción, selló los talleres, confiscó piezas y materiales; muchas desaparecieron y otras tantas se hicieron invisibles. De lo que poco se habla es que esta inmensa y costosísima producción se efectuaba para la familia real y su séquito, al tiempo que el pueblo ruso, en gran proporción, moría de hambre y miseria. Mientras la corte nadaba en lujos extravagantes, el pueblo naufragaba en indigencia y zozobra. La enorme desigualdad social provocó la tan feroz revolución de 1917 y condenó a Rusia a más de medio siglo de comunismo radical, que –oh, paradoja– desde finales de siglo XX se transformó en un capitalismo sin control, en renacimiento de la oligarquía, en corrupción y tiranía. Con Putin, ahora anclado en el poder, estamos viendo el resucitar del zarismo, con su satrapía innata, su desigualdad social, su incorrección y pendencia.
Peter Carl Fabergé terminó sus días en Lausana, Suiza, en donde se refugió y prosiguió por escaso lapso su producción de gran lujo. La marca fue luego abandonada durante mucho tiempo, usada y abusada para otros fines comerciales, como artículos cosméticos y de perfumería, los que amparados por tan prestigioso good will dieron origen a muchos productos, como el famoso perfume Brut y otros tantos que nada tenían que ver con la finalidad del taller de arte. En la actualidad, y desde hace poco tiempo, la marca ha sido retomada y la elaboración de objetos de arte de gran lujo recuperó su objetivo inicial y la producción con métodos más modernos, estilos más contemporáneos y el prestigio de antaño.
Dentro del programa de cine alternativo que nos brinda Cine Colombia tendremos oportunidad de ver en pantalla y en muy alta calidad y resolución el excelente documental “Fabergé, el nombre más prestigioso del lujo”, un viaje al ostentoso mundo de los zares; un espectáculo a no faltar, en únicas funciones el 4 y 5 de agosto 2018.
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PD: También y como parte de la programación alternativa de Cine Colombia, otro documental de gran formato e interés a tener bien en mente: “Hitler vs Picasso”, con el tema: el arte robado por los nazis. Excelente programa para los días 26 al 29 de julio 2018.
