El presidente ya no es Presidente. Es expresidente. Hay una sutil y radical diferencia en lo que va de la s a la x pero él, convenientemente, no lo nota. Cuando alguien le dice expresidente él oye “es presidente” como si todos los días fueran 7 de agosto y estuviera por comenzar su período presidencial. Casi puede escuchar que el conductor le dice al atardecer “¿A Palacio?” pero la noche termina con su cuerpo en una cama lejos de Casa de Nariño aunque su mente lo lleve en sueños hacia allá una y otra vez.
Las memorias que publican los expresidentes colombianos no les procuran un lugar en la historia sino una silla en el club para ser el tema de conversación después del almuerzo de un día entre semana. Su legado no es un pensamiento nacional, esa reflexión trascendental que nos pueda iluminar, sino un recuerdo mal contado que termina por ser una vez más otra forma de atacar. Todos publican libros al dejar el solio de Bolívar pero sus tomos están más cerca de la canasta en la caja registradora del supermercado que de la mesa de consulta en la biblioteca nacional. Qué lejos están de Los sueños de Luciano Pulgar.
A la sombra de una pensión vitalicia, que algunos de ellos podrían no necesitar, se sientan en sus mecedoras como en el corredor de una vieja casona a ver el país pasar y no resisten la tentación de criticar con frases que empiezan con un yo-te-lo-dije y terminan en tono de las-cosas-deben-hacerse-de-otra-manera. Habrá que recordarles que esa caravana triste frente a sus ojos es también el río de sus consecuencias.
Casi como regla general cada expresidente ha sido parte del gobierno de otro que, cómo él, hoy es expresidente. Y ahí salta la génesis de su contradicción: lo que antes le pareció bien ahora le resulta mal. Luego de un tiempo el retrovisor solo sirve para señalar que los pasos del otro nos marcaron un mal camino, pero con él todo sendero sería distinto. La pregunta es obvia ¿si sabe tan bien qué debe hacerse hoy por qué no lo hizo él mismo ayer? El asunto es sencillo: dicen que tienen la medicina y sin embargo nos dejaron con la enfermedad.
Uno de ellos tuvo la sinceridad alguna vez de pedirnos pintar palomitas de la paz en el piso y las paredes. Los demás, aún hoy, nos pintan pajaritos en el aire. Habrá que admitirlo: con ellos tenemos buen material para los episodios de una serie llamada “La isla expresidencial”. Hay uno con dotes de humorista, que es una de las más grandes virtudes de su familia, y le cuenta chistes a su sombra en el rincón. Hay otro que mientras mira las pinturas de su sagrada colección prepara el cambio y la renovación y por eso instruye a su hijo para que el apellido funde una dinastía aunque no lea las leyes antes de firmarlas. Uno más recién publica un libro que puede ser el guión de la próxima narconovela. Está el que está en campaña para el Congreso y la Presidencia en simultánea, desafiando las leyes de la física para ejercer dos cargos al mismo tiempo. Y está aquel que se refugió en la poesía después de la prosa sin métrica ni verso de la política y ejerce con mejor postura y dignidad aquello de ser Ex. Es el mismo que puede pronunciar solemnes silencios como nadie más.
Difícilmente podríamos invitarlos a formar un grupo musical porque cada uno procura solo su propia canción, les resulta difícil acompañarse. Hasta el Himno Nacional tiene en sus voces una intención distinta que no les permite compartir el coro, porque si algo han aprendido es a ser solistas. Esa cosecha también describe a este país.
Su dedicación constante como jubilados que son –aunque no lo admitan- es la de levantarse cada día a prender el radio y preguntar ¿dónde está el teléfono? Ellos necesitan tenerlo a mano porque seguro ya pronto los van a llamar a participar en el tema del día, en el tema del dial. Que me llame Julito, que me llame Darío, que me llamen Yolanda o Néstor, que me llame Vicky o aunque sea que me tengan en cuenta los de alguna emisora regional parece ser su oración antes de irse a acostar. Y alguno de ellos llamará él mismo si no lo han llamado y si el teléfono no suena ya lo oirán cuando comience a trinar en tuiter que es su agencia de noticias personal.
Qué fuerte resulta ser la viudez del poder.
Qué duro insistir en el pensamiento que dice solo yo sé.
Qué pequeña es la herencia que deja el que después de pasar por la más alta dignidad no comprende que hay algo más grande que él mismo. Diga usted vereda, barrio, patria, país y nación. Y a eso, de verdad, llámelo amor.