No me gustan los concursos porque todos los que había visto eran hechos en Colombia. Aconsejado por gente que respeto y sabe del tema me vi las tres temporadas de Glow Up. Es impresionante. Acá no importa el tema sino la calidad. La espectacular serie de BBC, distribuida por Netflix, es deslumbrante, vistosa y todo lo hermosa que puede ser un show sobre cómo encontrar a los mejores maquilladores de Inglaterra. De jurado incluso hay profesionales que han hecho películas en Hollywood. Hay referencias a artistas tan malditos y geniales como H.R. GIger. Los conflictos que se pueden desarrollar dentro de la competencia nunca bordean los temas personales. Es televisión de la buena, de esa que no tiene que recurrir al escándalo, a la explotación de la bajeza humana para conseguir rating. No se parece en nada a Masterchef versión Colombia.
Por ejercicio periodístico me tapé la nariz y entré a esas aguas nauseabundas para ver el encanto del programa que le está salvando la papeleta a RCN. Aunque a veces disfruto las aberraciones televisivas y me hace sentir bien conmigo mismo saber que hay gente peor que yo, nadie puede salir indemne después de visitar ese pozo de putrefacción moral. A diferencia de otros Masterchef emitidos alrededor del mundo, en la versión colombiana no importa en lo más mínimo el talento de los cocineros. Si fuera por eso hace rato habían sacado a la impresentable Marbelle quien es sostenida en el programa sólo por sus peleas. La gente no ve el programa por saber de cocina, sino por disfrutar de los agarrones.
En Colombia los realitys de famosos explotan sólo eso, poner en una casa de cristal a las celebridades para empezar a ver como se degradan, como son iguales a las vecinas que cada tarde de domingos se agarran de las mechas después del fracaso que tuvieron en el bazar. Y por eso las que más se destacan son las conflictivas, tipo Carla Giraldo, que siempre se pone de tendencia por su pelea constante con la divertida Liss Pereira. Por ahí la gente quiere a Frank Martínez, el humorista que se convirtió en el nuevo blanco de los ataques de Carla Giraldo, pero no tanto por sus recetas y no por su carisma. Osea, da lo mismo el tema, si el concurso hubiera sido en una fábrica de ametralladoras y el jurado hubiera sido el General Kalashnikov el interés del espectador es el mismo: no importa el tema, lo que importa son los conflictos ajenos vistos a través de una pantalla. Eso es Orwellianamente inmoral, degradante y asquerosos.
Tengo todas las plataformas y estoy viendo la mejor televisión del mundo. Este fin de semana vi la nueva joya de HBO MAX, Made for love, una mezcla entre comedia romántica y cuento de Phillip K Dick, deslumbrante, como el documental de Val Kilmer en Amazon, como las Calles del Terror de Netflix, como la ambiciosa y a veces inentendible Loki de Disney. En el mundo de lo único que se habla es de la edad dorada de la televisión pero eso no llega por este albañal. Hasta un concurso con la elegancia y buen gusto como Glow Up naufragaría acá si entre sus participantes no hay gente como Marbelle y Carla, capaces de perder cualquier tipo de dignidad para ayudarle al canal, en este caso RCN, ha tener más rating. No tenemos criterio y los canales lo saben.
Lo realmente preocupante no es que las productoras le apuesten a esto sino que la gente lo acepte, los consuma y los apruebe y hable de ellos todo el tiempo en redes y es gente pues que uno considera inteligente pero ahí están, enganchados a su heroína televisiva.
Y RCN se frota las manos y tomará nota para el futuro: que se tenga Caracol porque el truco para agarrar pueblo en países tan desgraciados como este es encerrar a tres personas conflictivas en un cuarto, ponerles una cámara escondida y dejar que entre las tres se despedacen. Es el mismo circo romano pero sin leones: los cristianos se destrozan entre ellos mismos.