Bajando por la calle 76 y cruzando la Avenida Caracas, en el barrio San Felipe se encuentra lo que podríamos denominar el Wynwood criollo. En esta zona está ocurriendo un fenómeno parecido a lo que sucedió en el mencionado sector de Miami: el arte lo está colonizando, pues en menos de tres cuadras hay más de cuatro galerías artísticas y por lo menos dos más estarán abriendo sus puertas en el lugar próximamente. Las galerías de la zona realizan eventos conjuntamente, inclusive inauguran colecciones en paralelo y comparten el ideal de posicionar este barrio como un Bogotá Art District. Todo empezó cuando al arquitecto y coleccionista Alejandro Castaño se le ocurrió difundir entre sus amigos artistas la idea de conformar una zona central en donde las galerías estuvieran localizadas en un solo barrio de fácil acceso. Así llegaron José Ignacio Roca con su fundación Flora, y las galerías 12:00, Sketch y Beta. La venezolana Daniela Camero –junto al argentino Julián Mizrahi- dirige esta última.
A Daniela, quien es Maestra en Bellas Artes de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, el arte colombiano le despierta gran interés pues apenas se está gestando, lo cual da pie a procesos creativos muy particulares que busca mostrar en este espacio. Por esa misma razón nombró a su galería Beta, pues es una forma de indicar que se trata de algo apenas en desarrollo lo cual todavía no está acabado. No es gratuito que al ver algunas de las obras expuestas diera la sensación de que algo faltó por hacer, pues justamente el espectador con su interpretación personal termina de completarla. Para Daniela la obra es simplemente el punto intermedio entre el espectador y el artista. También busca mostrar arte hecha no solo en Bogotá sino en todos los rincones del país.
En efecto la Galería Beta es un lugar donde la lógica no alcanzó a entrar y en cada rincón brota arte. El primer piso alberga una colección temporal de un artista invitado que cada cierto tiempo varía. Por estos días se expone Semillas del cucuteño Yosman Botero, cuyo tema es la violencia que azota los rincones más remotos del país. En una sala se aprecia todo un salón de clase conformado con pupitres en forma de armas flotando en el aire, al lado encontramos la proyección de un cielo en medio del campo durante un día soleado, pero tras unos segundos observando el espectador se da cuenta que se trata del entierro de un cuerpo. Arriba siempre van a estar piezas itinerantes de artistas permanentes de la galería como Diego Mendoza, John Mario Ortiz, Ricardo Cárdenas o Nadir Figueroa.
Aunque el sitio tiene una finalidad que es la venta de las obras –Lo cual permite su sostenimiento al mostrar una variedad de obras y artistas cuyos precios van desde 500.000 hasta 20 millones- se atiende igual al que compra como al que no compra, para este último se pretende que la experiencia sea didáctica, como lo fue por ejemplo para los 15 estudiantes de la Universidad de los Andes que esta mañana le visitaron. El ser artista ha hecho también que Daniela sea administradora y gestora pues sabe que el arte necesita comercializarse, y que el artista necesita comer. La negra fachada de la casa despierta la curiosidad de los transeúntes del lugar pues el único indicio de lo que funciona aquí es el letrero en la esquina superior derecha del enorme cubo azabache visible en la mitad de la calle 75ª con número 20c – 52. Sin embargo, pocos saben que con tan solo tocar el timbre podrían descubrir lo que en su blanco interior reposa pues la entrada no tiene costo alguno. Quien desee recorrer este espacio puede hacerlo de lunes a viernes entre las 11:00 y las 5:00 de la tarde, o los sábados en cualquier momento con cita previa.
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