La campaña presidencial del 2018 no será parecida a las anteriores. Por el contrario, tendrá en su agenda dos de los temas más esperados, pero igualmente complejos, de la historia reciente del país. La consolidación del proceso de paz después de décadas de un conflicto armado sangriento, eminentemente rural pero que alteró la vida de todos, y nada menos que la explosión de uno de los cánceres de este país, la corrupción en todos los niveles de la sociedad. A estos dos grandes retos se deben agregar todos los temas pendientes de los últimos siglos, postergados con el pretexto de la guerra o derivados de una absurda concentración del poder político y económico. Se enfrentará el o la nueva mandataria a una de las agendas más demandantes y difíciles de nuestra vida como ciudadanos.
Pero al mirar la amplia lista de aspirantes a la Primera Magistratura del país y los nombres de algunos de nuevos precandidatos aún no declarados, queda la sensación de que por lo menos algunos de ellos no parecen darse cuenta del tipo de compromiso que adquirirían. Colombia es un régimen presidencialista y con muchos menos contrapesos de los deseables a su inmenso poder. No se trata de Estados Unidos, donde ya es evidente que así se crea el supermago, el presidente se enfrenta a los otros poderes que lo frenan.
Lo primero que se requiere para enfrentarse al manejo de este país en estos momentos es tener una amplia experiencia sobre el manejo del Estado. Conocerlo por dentro y saber por ejemplo su infinita incapacidad de ejecución, la interferencia perversa de los intereses del poder económico y político, la ineptitud de muchos de los recomendados políticos y la necesidad absoluta de tener una verdadera vocación de servidores públicos. Y eso no se aprende sino cuando se hace carrera dentro del Ejecutivo. Una cosa es ser congresista y otra muy distinta es ser funcionario en la administración pública.
Conocer al Estado por dentro y saber su infinita incapacidad de ejecución,
la interferencia perversa de los intereses del poder económico y político,
la ineptitud de muchos de los recomendados políticos
Igualmente importante, es tener una hoja de vida impecable, lo que muchos de los aspirantes pueden mostrar. Pero ojo, la verdadera prueba de esa transparencia indispensable en el manejo de lo público se puede poner a prueba cuando se tiene el poder inmenso de la Presidencia de la República. Muchas veces, grandes errores se cometen por ingenuidad, por falta de experiencia, por desconocer esos hilos ocultos del poder que se manejan en Colombia. El chantaje sutil ο abierto es una de las formas más utilizada por aquellos que se creen dueños y que de hecho lo han sido en ciertos momentos. Solo pequeños errores en una larga carrera en el gobierno, enseña donde están las luces rojas, muchas veces ocultas por la zalamería y aparentes dádivas inofensivas que se les ofrecen a los funcionarios públicos. De nuevo aquí la experiencia es fundamental.
Muchos de los aspirantes apenas se inician en su vida pública y seguramente en algún momento llegarán por sus cualidades. Pero, en este país donde no se acostumbra esperar, hacer carrera en el sentido real de la palabra, la recomendación que nace precisamente de la experiencia es que no se precipiten porque lo que se viene es una de las presidencias más complejas de la historia. Y probablemente será así de aquí en adelante, porque es imposible lograr todas las transformaciones necesarias en cuatro o cinco años.
Sin duda adquirir el título de precandidato presidencial ayuda, pero al paso que vamos con 20 o más precandidatos, esta categoría se puede devaluar como le ha sucedido a la de exministro. Tomen estas ideas como recomendaciones desinteresadas, aunque les sea difícil creerlo.
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