En su última edición del domingo 11 de febrero de 2018, la revista Semana titula en su portada, en grandes letras de 45 puntos de tamaño, resaltadas en negrilla y bien, bien amarillas, la palabra “ÉXODO”. En la foto que acompaña la portada vemos una larga fila de personas encabezada por un hombre de unos treinta años con un bebé en brazos y una pequeña leyenda en la parte inferior izquierda del cuadro que dice: “puente Simón Bolívar, viernes 9 de febrero, 6:37 a.m.”. Por último, en el subtitulo de la llamativa portada Semana nos explica de qué se trata la noticia y afirma: “la avalancha de venezolanos hacia Colombia es hoy el problema más grave del país. Y va a empeorar. ¿Cómo enfrentar esta crisis?”.
Dos días antes de que saliera la revista en circulación, asesinaron en Guapí a Jesús Orlando Grueso y a Jonathan Cundumí, dos líderes sociales y defensores de derechos humanos que engrosan la lista de crímenes políticos después de la firma de los acuerdos de paz; una lista que ya sobrepasa el centenar de personas. Podría argumentarse que lo uno no tiene nada que ver con lo otro, pero en un país en el cual aún se están asesinando personas con total impunidad, el titular de Semana es tendencioso e irresponsable por varios motivos.
Porque no hay que ser muy perspicaz para entender por qué en uno de los momentos más álgidos de la campaña presidencial, en la cual el tema de la posible venezolanización de Colombia si la izquierda llega al poder está en el centro de la discusión, Semana afirma que el problema más grave del país es la migración de venezolanos a su territorio. Mata dos pájaros de un solo tiro: reafirma la amenaza electoral de Gustavo Petro (inclusive de Fajardo, de De la Calle, de Piedad Córdoba, que según los grandes medios venezolanizarían a Colombia) y fortalece la noción de que el sistema político venezolano conlleva a una situación de emergencia social que provoca la migración. Lo peligroso es que enunciarlo como el problema más grave que atraviesa Colombia en la actualidad no hará más que reforzar la ya creciente xenofobia que padecen los venezolanos en el país, más allá de que muchísimos de los inmigrantes del país vecino que hoy llegan a Colombia sean descendientes de colombianos que también migraron, por miles, por millones, en la vía contraria del puente Simón Bolívar desde hace algunas décadas.
Y es que si Semana habla de ÉXODO, así, en grandísimas letras amarillas, esperaría uno que empezara a analizar el tema desde adentro. En Colombia sí que hay tela para cortar al respecto, podríamos escribir miles de libros y tratados, además de los ya publicados. Según la Agencia de la ONU para los refugiados, ACNUR, para 2016 Colombia ocupaba el primer lugar de desplazamiento interno en el mundo, por encima de Siria e Iraq, con 7.4 millones de casos. Aunque tras la firma de la paz en 2017 el desplazamiento se redujo de manera considerable, el Registro Único de la Unidad de Víctimas reportaba para octubre del año pasado 54.684 casos, aunque el desplazamiento masivo interno había aumentado con respecto a los casos de 2016. Se considera desplazamiento masivo cuando en un solo evento son expulsadas dos o más familias; para octubre de 2017, 13.096 personas habían sido afectadas por desplazamientos masivos.
Mientras que en las calles de Bogotá y varias ciudades capitales colombianas cada día vemos más la afluencia de campesinos, afrodescendientes e indígenas —como los emberá y los awá— desplazados de sus tierras y viviendo en una situación de emergencia humanitaria, acosados por el hambre hasta el punto de temer por la extinción de sus etnias, para la revista Semana el problema más grave que tiene Colombia en la actualidad es el de la migración de venezolanos hacia Colombia. Según la revista se calcula que unos 550.000 venezolanos entraron al país durante el año pasado. Nadie niega que la situación de los migrantes venezolanos sea grave; lo que resulta desalentador es darse cuenta de que ahora esos inmigrantes empezarán a ser utilizados como estrategia mediática electoral, porque no es un secreto que poco o nada les importan en realidad ellos a la mayoría de los colombianos en un país que ya, de hecho, le da la espalda a sus propios migrantes internos; y además, un país que nunca abrió las puertas a los extranjeros, salvo que sean rubios, hablen inglés y tengan un alto poder adquisitivo.
Y por eso mismo, muchísimo menos le importan esos inmigrantes venezolanos, morenos y pobres, a la clase social que representa a los dueños de los grandes medios, de la misma manera que no les importaron (ni hablaron de tragedia humanitaria) los más de cuatro millones de colombianos que hace varias décadas comenzaron a migrar hacia el país vecino. Tampoco Venezuela afirmó por entonces —ni con Carlos Andrés Pérez ni con Hugo Chávez— que su más grave problema eran aquellos inmigrantes. Para las élites colombianas la única solidaridad posible no es con el pueblo venezolano sino con sus congéneres de clase: los dueños de monopolios del vecino país que —entre otras cosas— fueron los primeros en llegar a vivir a Bogotá hace ya casi una década junto con sus familias y amigos cercanos.
Lo cierto es que en Colombia —aún hoy y con un sistema político muy lejano de aquel lobo feroz del socialismo con que aterrorizan a la gente— también hay hambre, miseria y desplazamiento; y los ha habido desde hace décadas, por no decir siglos. Mientras ahora la revista Semana y hasta Wikipedia hablan de la diáspora venezolana, se ignora y se invisibiliza el fenómeno del éxodo en Colombia, un país con estadísticas nefastas —aunque fiables— al respecto y con generaciones enteras nacidas en el exilio y el desarraigo. Solo por curiosidad recomiendo visitar el portal Voces del Exilio, en la página web del Centro de Memoria Histórica, para entender aquella otra tragedia de la diáspora colombiana, no tan popular como la venezolana pero aún vigente y ya enraizada, naturalizada, tristemente olvidada.
No habrá que caer entonces en la trampa de la impresentable portada de la revista Semana, así sea solo por el mínimo respeto que se debe guardar con las víctimas de la migración forzada en todo el mundo, de los exilios por motivos políticos, económicos o existenciales y, sobre todo, por el respeto con todos aquellos centenares, miles, millones de colombianos que ni siquiera tuvieron la opción del desplazamiento ni la opción del exilio antes de que acabaran a tiros con sus vidas.