Un sinónimo se define como un vocablo o una expresión que tiene una misma o muy parecida significación que otro(a), según la Real Academia Española (RAE).
Así, habría una sinonimia entre «estudiante» y «alumno», «eficacia» y «eficiencia», «abecedario» y «alfabeto». No obstante, es estudiante quien estudia algo, mientras alumno quien estudia bajo la conducción de alguien (un profesor, por ejemplo). De este modo, sobre el primer vocablo pesa una connotación unilateral mientas sobre el segundo una bilateral. Tampoco es lo mismo decir que alguien es eficiente a que alguien es eficaz. Es eficaz quien da resultado (efecto) y eficiente quien dispone adecuadamente de sus recursos para dar un resultado, para surtir un efecto, que no necesariamente se da. Así, sobre lo primero pesa una connotación teleológica (fin) mientras sobre lo segundo una recursiva (medio). Tampoco es lo mismo decir abecedario y alfabeto: lo primero hace referencia a una secuencia ordenada de letras y lo segundo a un conjunto de signos lingüísticos (sistema de comunicación).
En «conciencia» y «consciencia», la simple ese (s) parece nada y al mismo tiempo lo es todo, pues establece, por ejemplo, el que una persona con plena conciencia política, moral, económica, pedagógica, cristiana y/o humana, al sufrir un infarto y encontrarse en el hospital posado en una cama y sin consciencia de lo que ocurre a su alrededor (inconsciente), una vez se recupere no habrá perdido los criterios de su conciencia: los juicios que fueron creados por el análisis de la experiencia y los conocimientos aplicados.
Por esta y otras razones me mantengo en la postura de que los sinónimos –en realidad– no existen: son solo vocablos casi similares pero con ligeras diferencias de acepciones que utilizamos a fin de ser precisos en lo que queremos se comprenda sin temor a ser malinterpretado.
Si de algo se preocuparon los sabios griegos de la antigüedad fue de crear vocablos para ir concienciándose de sí y del mundo que les rodeaba (incluido el inmaterial). De ellos heredamos una enorme cantidad de vocablos y prefijos sin los cuales no podríamos llegar a dominar el idioma según la profundidad de su alcance. Es decir, transmitir el conocimiento en palabras de tal manera, que la brecha existente entre lo pensado y lo expresado –verbalmente o por escrito– sea tan mínima o estrecha como lo permita el idioma: verbalizar la realidad con exactitud, tanto la experimentada (personal) como la no experimentada (historia).
Después de todo, el manejo del lenguaje ayuda a la comprensión de la realidad, en especial la inmediata. A mayor cúmulo y comprensión del lenguaje y del idioma y de las connotaciones del mismo y de su asociación con la realidad del medio ambiente en que se mueve el individuo (entorno), mayor exactitud e identificación con la realidad en que vive (desde familiares, vecinos, personas en general y lugares, hasta historia, conceptos, valores y formas de socializar y uniones solidarias; análisis para descifrar situaciones existentes y la posibilidad de otras nuevas que caen bajo el marco conceptual de lo aprendido y aprehendido). Luego, las asociaciones que pueda hacer el individuo con su realidad refuerzan su memoria, por los medios de observación y comprobación (experiencias) de orden particular (suyo) o colectivo (su grupo más cercano). Sabemos que una de las técnicas del proceso de aprendizaje recae en la repetición y adquiere mayor convencimiento cuando es descubierto y comprobado por uno mismo. ¡El lenguaje forma el carácter contribuyendo al conocimiento de sí mismo y del mundo en que vivimos: identidad propia ante el medioambiente! (véase Paulo Freire).
Gracias a los griegos y al trabajo de la Real Academia Española contamos con una gran especificidad de vocablos con los cuales poder describir con precisión lo que experimentamos. Entre más específico sea el idioma más cerca estaremos de conocernos y a los demás y al mundo mismo. Luego, hay experiencias a las que el idioma –con toda su especificidad– sencillamente no alcanza a poder describir y es por ello que la negación a comprender esto representa un atraso –terrible– para el conocimiento de sí mismo y de todos y de todo en general.
A esto se refería el Premio Nobel de Literatura (1994) José Saramago (1922-2010) cuando escribiera: “La importancia que puede tener usar una palabra en vez de otra, aquí o más allá, un verbo más certero o un adjetivo menos visible, parece nada y finalmente lo es todo”.
Colofón: A propósito de la muerte de Eduardo Galeano, ojalá la gente leyera a los grandes escritores durante su vida y no durante las primeras horas de su muerte (como lo hicieran también cuando falleció Gabriel García Márquez). Risa dio ver a ultraderechistas que no sabiendo quién fue Eduardo ni lo que hizo lo citaran fervorosamente. Me despido con un hermoso pasaje que, además de hermoso, es también totalmente cierto –poéticamente, incluso–: “De nuestros miedos nacen nuestros corajes y en nuestras dudas viven nuestras certezas. Los sueños anuncian otra realidad posible y los delirios otra razón. En los extravíos nos esperan los hallazgos, porque es preciso perderse para volver a encontrarse” (Bocas del Tiempo, 14 de abril de 2006).
@Ernesto7Segovia