La innegable exclusión que ha vivido la mujer a lo largo de décadas, por no decir siglos, es un asunto bastante delicado, que merece toda la atención, análisis y capacidad de decisión transformadora. Que las mujeres logremos después de un siglo y medio de darse la libertad de la corona española acceder a la ciudadanía y al voto es una pavorosa realidad; que menos del 40% logremos acceder a la propiedad también lo es, que ocupemos menos del 30% de los cargos públicos lo sigue siendo, entre muchas otras situaciones que demuestran la exclusión de las mujeres de escenarios públicos, laborales e incluso sociales.
El feminismo como movimiento ha logrado incidir de manera amplia en el reconocimiento de muchos derechos negados para las mujeres. La lucha y pronunciamientos de osadas feministas han logrado calar en los escenarios públicos conde se negaban muchos espacios de participación. Esa, a mi manera de entender y ver, es la función del feminismo; de ninguna manera comparto una posición de este movimiento ofensiva, que insulte o iguale a todas las mujeres, o a todos los hombres: como víctimas o como victimarios.
Que las mujeres tengamos una vida privada en la que gozamos del coqueteo mutuo: coqueteamos y disfrutamos que nos coqueteen, es otro asunto. Que tengamos una vida sexual más o menos activa, arrojada o más tradicional, que disfrutemos de los juegos sexuales públicos o privados, de la masculinidad explosiva o reservada, de la intimidad, es eso: vida privada, asunto personal, que nada tiene que ver con las luchas de reivindicación de derechos.
En Colombia tenemos casos de acoso sexual. Acoso sexual que surge de los hombres, la mayoría de veces, pero también acoso sexual que surge de las mujeres. No podemos afirmar que todos los hombres son acosadores sexuales; ni que todos los actos de coqueteo y conquista son acoso sexual. Necesario sí es fijarse en el escenario donde se dan esos actos de coqueteo y conquista, por supuesto en una oficina en tiempo de trabajo, en una situación donde una persona es jefe y la otra ocupa un puesto subalterno, y bajo unas condiciones de presión, manipulación o chantaje, no podríamos hablar de simple coqueteo o torpe cortejo.
Un hombre coqueto o una mujer coqueta pueden tener intentos torpes, poco acertados, e incluso destemplados de coqueteo y cortejo en un bar, en una fiesta, en una piscina, en un bus, en la calle; pero decir que un jefe con su subalterno tuvo un torpe intento de ligar en su oficina en medio de un ambiente laboral es otra cosa muy distinta. Tanto para el hombre como para la mujer existen espacios reservados para el desempeño profesional, laboral, de liderazgo y de poder; usarlos para lograr beneficios sexuales, es una cuestión bien distinta.
El tiempo en el que vivimos en todo el mundo, donde persisten inequidades, exclusiones, desigualdades para la mujer en lo laboral, en lo salarial, en el acceso a la propiedad, en el plano político y público, en los escenarios de participación y decisión, en el ejercicio del poder y de gobierno, desviar la atención hacia discusiones incipientes de lo acertado a desacertado del coqueteo, los escenarios y modos adecuados … no tiene sentido y no merece mayor desgaste.
Que cada día asesine a una mujer por celos, ese sí es un asunto que nos debe importar y mucho. Que cada hora se golpee a una mujer, también. Que las mujeres sean parte de la población más pobre del país, eso preocupa, merece atención, noticias, reportajes, artículos de análisis, seguimiento de casos y propuestas concretas para cambiar la situación.
