Eutimio Robayo lleva 10 años trabajando en la Reserva Montiel, tiene una sonrisa tan honesta que los demás nos sentimos culpables sin saber muy bien de qué. Sus amigos dicen que él es el emblema de la reserva, el orgullo del lugar, y de nuevo, Eutimio sólo sonríe.
“Toda mi vida ha sido el campo. Yo trabajé mucho tiempo con químicos, cultivaba papas en Turmequé. Me fui un tiempo para Bogotá, pero a la primera oportunidad volví al campo. Lo orgánico no lo había manejado hasta que llegué a la reserva, pero fui aprendiendo, y ya no cambio, porque he visto los resultados. La diferencia es mucha, es más económico porque se produce abono con las mismas cosas que produce la finca. Tengo un vecino que no me creía que no le ponía nada de químico a la huerta”.
Uno de los mayores orgullos de Eutimio es su huerta, allí tiene zuchini, remolacha, puerro, repollo, cilantro, y más. Sólo utiliza abono orgánico, a veces bocashi, técnica tradicional japonesa que se prepara con cascarilla de arroz, pasto cortado, cal, sal dolomita, roca fosfórica y otras cositas. También usa el compostaje, que hace con pasto, lo que sale de la cocina y gusanos. Huela nos dice, y olemos, increíble, huele a tierra mojada.
Eutimio cree profundamente en lo que hace, nos dice varias veces que ahora los químicos le dan impresión y nos cuenta que un amigo le echó mucho a unas frases y después…
“Me hace feliz que mis hijos tienen otra mentalidad, quiero que crezcan y se den cuenta de la importancia de la naturaleza, que no tumben árboles, sino que siembren… yo vi que tumbaban ensenillos cuando era pequeño, y eso era muy triste. El campo y lo orgánico es mi felicidad. El gusto de comerse una lechuga, una mazorca o una papa que yo agriculto, me los como feliz”.
Eutimio cuida de sí mismo, de la naturaleza y de los extraños.
Y ahí terminó el día. Ellos quedaron allí, felices, luchando por la naturaleza, mientras nosotros volvíamos al trancón, el ruido y la polución.