La tormenta a la que nos ha sometido COVID-19 ha arrojado luz sobre los muchos defectos de nuestro actual sistema político y económico. Uno de los más graves es quizás el hecho de que no tengamos hoy un líder que ayude al mundo a navegar la tempestad. Y como KAL, el caricaturista de The Economist, dibujó recientemente, el COVID-19 es solo el entrenamiento, la verdadera pelea de pesos pesados es contra el calentamiento global. En uno de los momentos más críticos de la historia, el mundo se encuentra sin líder.
El titular está en caos. Es una nación que actualmente se bate contra sus propios demonios. Demonios creados por un modelo capitalista de libre mercado sin restricciones, que generó una división económica y educativa que tomará una generación o dos para cerrar. Incluso si el próximo presidente es demócrata, no se puede contar con que Estados Unidos lidere el mundo durante al menos la próxima década. Tomará no menos que eso para reparar. Como tiene la mayor economía y poder militar, sin duda seguirá teniendo un lugar importante en la escena mundial, pero no puede ser más el personaje principal. No está capacitado para ello. Sobra decir que por el bien de todas las formas de vida en el planeta, un presidente demócrata hará las cosas mucho más fáciles que un segundo período de Trump.
China, el principal candidato a reemplazarlo, está más que contento de llenar los vacíos que va dejando el titular. Y aunque hay muchas lecciones que aprender de su modelo, especialmente en política económica, sigue siendo todavía un país de ingresos medios y su desprecio por algunos de los derechos humanos más básicos como “la libertad de pensamiento y de opinión” lo descalifica para el puesto.
Pero hay otra superpotencia de la que nadie habla, principalmente porque ha estado en proceso de creación. Es Europa. La Unión Europea (después del Brexit) es la segunda economía más grande del mundo (18% del PIB mundial), situándose entre Estados Unidos (23%) y China (15%). No hay duda de que ahora podría estar jugando un papel mucho más importante en la escena internacional.
El momento europeo
Hace ochenta años fueron los estadounidenses los que salvaron al mundo del nazismo. Hoy es el turno de los europeos para salvar al mundo de los monstruos creados por el capitalismo de estado reducido liderado por Estados Unidos. La UE debe abandonar su zona de confort y estar a la altura del desafío. La influencia geopolítica se trata más de crear consenso (nadie tiene más experiencia que los miembros de la UE), y de finanzas y comercio exterior que de aviones de combate.
Desafortunadamente, Europa no ha pesado por tres razones. En primer lugar, la complejidad del proceso de integración, empeorado por sus propias reglas utópicas, como las decisiones que requieren unanimidad (entre 27). En segundo lugar, el enredo de su arquitectura económica, con una unión monetaria pero no fiscal. Finalmente, tener un rol secundario también ha sido una decisión consciente. De un lado por la comodidad de encontrarse siempre bajo la protección de los Estados Unidos y del otro porque su motor económico, economía más grande y país más poblado (Alemania), ha evitado tener mayor influencia dado su pasado tormentoso.
Europa también sufre una división económica como la de los Estados Unidos que genera un nacionalismo extremo. Sin embargo, su mucha más generosa seguridad social, reduce la sensación de agravio y por ende, el apoyo a los partidos políticos que defienden ideas aislacionistas. La fractura principal que impide la integración hoy en día es económica, pero en lugar de educativa, es geográfica. El sur es menos próspero, tiene niveles más altos de corrupción y, en general está peor administrado. El norte es más productivo, ofrece mejores servicios públicos, y como consecuencia tiene niveles de vida más altos. Esta división Norte-Sur, empeorada por el manejo que se le dio a la crisis financiera de 2008-9, es hoy el principal obstáculo para una integración más profunda.
Pero mundo no puede permitirse más que el único adulto en la sala permanezca en un rol secundario. El riesgo es demasiado alto. Para comprender la magnitud del desafío del cambio climático, necesitamos al menos un efecto COVID-19 sobre las emisiones de CO2 cada año desde ahora hasta 2030 para evitar aumentos de temperatura por encima de 1,5C. Simultáneamente, la pandemia ha desencadenado las fuerzas económicas imperantes haciéndonos perder terreno en la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Si estos dos problemas no se resuelven rápidamente, pronto nos encontraremos en un planeta con condiciones climáticas cada vez más extremas, sumado a más regímenes nacionalistas y / o autoritarios, que estarán menos dispuestos a cooperar con las iniciativas multilaterales necesarias.
Orden mundial 2.0 y el ejemplo de la UE
COVID-19 puede tener un efecto positivo si acelera el cambio de rumbo y el redireccionamiento de la inversión hacia una economía menos contaminante y hacia el alivio de la pobreza. El mercado por sí solo no iba a corregirse a tiempo para evitar la catástrofe climática ni a frenar la desigualdad y la pobreza a la velocidad necesaria. Y, a pesar de que la conciencia colectiva está evolucionando en la dirección correcta, este también es un proceso muy lento. Los cambios obligatorios no pueden dejarse en manos del mercado ni de nuestra buena voluntad. El orden mundial 2.0 tiene que consagrarse en políticas públicas.
Esto es exactamente lo que la UE ya está haciendo. Con su aprobación del “Green Deal”, se ha comprometido a alcanzar el 55% de las emisiones de CO2 de 1990 para 2030 y a ser 100% neutral en carbono para 2050. Europa, responsable hoy de cerca del 10% de las emisiones globales, se ha impuesto objetivos más ambiciosos que cualquiera. Dicha decisión debería hacer que otros contaminadores importantes como China (27% de las emisiones totales) o EE. UU. (15%) hagan lo mismo.
La UE también alberga las sociedades menos desiguales y en su mayor parte ha erradicado la pobreza extrema. El denominador común parece ser un mayor ingreso del gobierno como porcentaje del PIB respaldado por sistemas de imposición altos.
A pesar de que tanto en medio ambiente como en la desigualdad Europa podría estar haciendo mucho más, su desempeño hoy es mucho mejor que el de cualquier otra potencia.
¿Qué debe hacer Europa?
Antes de arremeter contra el statu quo, debemos reconocer que sirvió para un propósito. Los niveles de pobreza global disminuyeron en los últimos 30 años como nunca antes en la historia. El sistema hiperglobalizado de libre mercado brindó oportunidades a países que jugaron bien sus cartas, como China, que logró el escape más rápido y más grande de la pobreza jamás registrado. Adicionalmente, en su avance, China arrastró la economía global, disminuyendo los niveles de pobreza en la mayor parte del mundo en desarrollo. No obstante, no hay discusión sobre el hecho de que hoy el modelo hiper globalizado de libre mercado se agotó. No solo el medio ambiente no lo soporta más, sino que la distribución de ingresos y riqueza que crea es una bomba de tiempo social.
Para que la voz de Europa se escuche más fuerte, debe actuar más como una Unión que como un club de estados independientes. Esta es la razón por la cual la reciente aceptación de Merkel de mutualizar algo de deuda como parte de la política de alivio de la crisis actual, es un paso histórico hacia una Europa más integrada, donde cada miembro es más responsable del destino del otro. Irónicamente hoy, para efectos de la consolidación del bloque, Brexit luce más como una oportunidad que como una amenaza.
Indiscutiblemente, los europeos del sur pueden hacer más para atajar la corrupción o frenar a la mafia, pero los del norte no deben olvidar la ventaja que pertenecer a la moneda única ha dado a sus economías orientadas a la exportación en cuanto que sus monedas “nacionales” no se aprecian. Quizás la posición más cínica es la de los Países Bajos, uno de los países más abiertamente en contra de la mutualización de la deuda, que es al mismo tiempo uno de los 5 principales paraísos fiscales del mundo, haciendo que los demás miembros de la Unión pierdan miles de millones de euros en ingresos fiscales cada año.
La lista de tareas es extensa. Para hacer frente a la desigualdad, se podría hacer mucho si solo se controlara la evasión de impuestos y la transferencia de beneficios a los paraísos fiscales. Para luchar contra el cambio climático, hace rato debiera existir un impuesto al carbono generado por todos los bienes y servicios, para que el impacto ambiental de nuestros hábitos de consumo tenga un costo. Europa es hoy nuestra mejor esperanza para impulsar estas reformas tan necesarias.
La UE debe dejar de golpear por debajo de su peso. Tiene tres asientos en el G7 y cuatro en el G20. Como Unión, su deuda gubernamental como porcentaje del PIB es menor que la de EE. UU. o Japón, y tiene un ingreso fiscal mucho más alto como porcentaje del PIB, siendo el ingreso fiscal la fuente más confiable para el pago de deuda. Por lo cual hay espacio más que suficiente para que el Euro pese más en las finanzas mundiales y para que los líderes europeos hablen más duro. Parafraseando a Mariana Mazzucato, COVID-19 ha puesto aún más al descubierto el “gran fracaso del pequeño gobierno”. Una UE más fuerte y más empoderada puede hacer la diferencia entre un futuro global de catástrofe climática (y social), o un destino conjunto verde e igualitario.