¿Y…de qué otra manera se puede llamar al asesinato sistemático de indígenas en el departamento del Cauca, al suroeste de Colombia? Pues así: etnocidio.
Pareciera ser que la cuota de morbo y amarillismo noticioso y editorial que ofrecen los medios masivos de comunicación privados, ya no satisface el insaciable apetito de sadismo del colombiano promedio, dicho en otras palabras, la capacidad de asombro y de horror ya parece agotada, algo tan atroz como el exterminio de un pueblo ya no conmueve a la nación colombiana, incluida, como no, la gente de bien, no indígena, no negra o no campesina del Cauca.
Trayendo a la memoria la respuesta que dio un dirigente chocoano, a su entrevistador en un programa de Tele Pacífico, sobre su definición del Chocó, según la cual, el Chocó es ese maravilloso territorio de cara al océano pacífico y de espaldas a Colombia, no queda más remedio que parafrasear una definición del Cauca, afirmando que, efectivamente, el Cauca también está de cara al Pacífico, de espaldas a Colombia y encerrado entre cordilleras y su pasado, con todo y que ha tenido presidentes de la República, del senado, ministros y demás estrellas de la constelación de la politiquería y la corrupción.
Esta singularidad geográfico-histórica del Cauca, sin embargo, no justifica la falta de solidaridad del resto de la sociedad no indígena, mucho menos, la falta de talante que han tenido y al parecer, aún hoy tienen, los gobernantes departamentales y algunos locales, quienes ante la atroz cifra de más de cien indígenas asesinados en menos de dos años, no han dicho ni una palabra ni mucho menos, han movido un dedo, para intentar, sino resolver el problema, sí, ponerlo de manifiesto ante la nación y la comunidad internacional.
La falta de compromiso por tratar de evitar el etnocidio en el Cauca, que ha tenido y aun hoy, tiene parte de la dirigencia política y económica caucana, quedó demostrada por enésima vez, durante el pésimo manejo que se le dio a la Minga de Sur Occidente, en la que varios sectores sociales, encabezados por el movimiento indígena, que reclamaban del actual gobierno, el cumplimiento de los acuerdos pactados con el estado y la solución a la crisis humanitaria del Cauca y de Colombia, recibieron no solo la grosera desatención del gobierno nacional, sino que recibieron tratamiento de guerra y los, ya tristemente acostumbrados, señalamientos de ser parte o estar infiltrados por los grupos ilegales, hecha constantemente por parte de miembros de los gremios de la producción y del partido del actual gobierno nacional.
El encargado de la presidencia de Colombia, el señor Iván Duque, junto con el anterior fiscal general, Nestor Humberto Martínez, así como sus ministros de defensa, en lugar de afrontar con prontitud y eficacia este genocidio, por el contrario, no han hecho cosa diferente que acentuar su intención de no cumplir con lo pactado en el Acuerda de Paz Estable y Duradera, firmado en la Habana y Bogotá, ofreciendo la militarización del Cauca y el escalamiento de la guerra, profundizando aún más las causas de esta terrible crisis humanitaria del Cauca, no obstante, sus anuncios de ayudas humanitarias para el pueblo indígena, ofrecidas en cabeza de Miguel Ceballos, alto comisionado para la paz, encargado por Duque para liderar un plan de acción social para el Cauca tras los últimos asesinatos, a través de una inversión cercana a los US$390 millones, ofrecida a cuenta gotas y con altas dosis del consabido burocratismo centralista.
La situación para el llamado liderazgo social en el Cauca, cada día es más complicada. Ante la supuesta presencia de múltiples actores armados, el Estado colombiano, bajo el gobierno del Centro Democrático, cada día muestra no sólo su ineficiencia, sino su casi inhumano desinterés por enfrentar esta grave crisis humanitaria.
La respuesta militar, duramente criticada por varios sectores sociales, no ha mostrado su eficacia y, por el contrario, cada día muestra sus yerros; cuando no es un atropello cometido por algunos miembros de las fuerzas armadas, es la duda sobre su real capacidad de enfrentar al narco tráfico y a su violencia, ya que, no obstante tener dizque vigilados, los llamados puntos calientes, el tránsito de drogas ilícitas y de armas, no disminuye y los asesinatos de líderes y lideresas sociales, sobre todo indígenas, en el norte del departamento, son el pan de cada día, ratificando que si existe un etnocidio en el Cauca.