Escindir ética y poder político es un absurdo. De siempre la relación entre ambas disciplinas es muy profunda. Pero ciertos políticos y funcionarios administrativos no solo las escinden, sino que practican únicamente no la política ―noble arte― sino la politiquería. ¿Y la ética?, “bien gracias”, dicen algunos orondos y sin ruborizarse. Esto se evidencia en la aparición de dos pestes, la de Wuhan y la de ciertos mandatarios locales y nacionales igual de virulentos, de pestíferos y no solo en Colombia.
No basta la sola ética privada
No basta predicar la necesidad de solo una ética privada. Se impone igualmente exigirla del poder político como una ética pública que obligue por igual tanto al gobernante como a los gobernados. Que sea pública o privada, la ética no puede ser minusvalorada como algo accesorio, ahistórico o inútil por no tener ―creen algunos―, las sanciones heterónomas del derecho. Es claro, tanto la ética privada como la pública son imperativos ineludibles. Ciertos gobernantes corruptos se sienten satisfechos con practicar en su interior una ética de acomodo y de la pública no se sienten ni enterados. Peor, los gobernados callan. ¿No ven ustedes miles de billones de pesos enterrados bajo el R.I.P. de “elefantes blancos”?
Regímenes sin ética son totalitarios
Comportamientos políticos, jurídicos o políticos-jurídicos sin ética resultan peligrosos, aberrantes. Aceptarlos sería abrirle la puerta al poder corrupto de los totalitarismos nazi, fascista o estalinista, perversas doctrinas que eliminaron la ética como algo inútil, como una traba a la “eficacia” del Estado, a los fines del poder. Resurgencias de este tipo siguen siendo hoy en día peligrosas. ¿No ven ustedes la estratagema del mercadito en cajas solo para los “con carnet”?
La democracia necesita, exige la ética
La libertad que defiende la democracia exige ser protegida por una ética que no tolere la dominación, el sojuzgamiento sin vocación de bien común, de interés general. El sistema democrático exige una ética a la medida de la persona humana, ser integral y digno de valores, y tener sentido de la responsabilidad individual y social. ¿No ven ustedes cuántos regímenes se reclaman de la democracia y solo practican una de “aparato”, de fachada?
La sola praxis no es suficiente en política
La política no es solo praxis. También es reflexión filosófica comunitaria e individual, teoría sobre la dignidad humana, los derechos humanos y la legitimidad del poder. La filosofía política es igualmente reflexión sobre las obligaciones jurídicas de los gobernantes frente a sus gobernados, y sobre las obligaciones de estos frente al poder y frente a sus gobernantes para conducirlos a la acción ética y a la acción política de contenido ético. El discurso político debe tener un contenido no solo pragmático sino también un pensar y un actuar éticos. ¿No ven ustedes gobiernos “eficientes”, pero violadores de los derechos humanos, y gobernados “satisfechos” viviendo bajo dictaduras?
El poder político con contenidos éticos
El gobernante debe tomar decisiones políticas con miras al logro de ciertos fines que se espera vayan en pro del bien común, tanto por su eficacia como por sus contenidos éticos. Las decisiones, órdenes y mandatos del gobernante deben ser entonces ―además de eficientes―, justas e imparciales en la resolución de los conflictos surgidos entre particulares y entre estos y la comunidad. ¿No oyen ustedes con infortunada frecuencia “sí, roban, pero hacen”?
Los contenidos éticos del poder no son solo de ahora, vienen de lejos
Los gobernantes han existido desde siempre al interior de las bandas primitivas, las tribus y de formas más avanzadas como la del actual Estado. Todo empieza con la jefatura arcaica que es de donde comienza a desprenderse la dupla gobernantes―gobernados. Es decir, las relaciones de mando entre un jefe y la mayoría. Son las relaciones de poder. ¿No ven ustedes caciques y cacicas locales ejerciendo un poder clientelar más que arcaico, primitivo?
¿Tenía el jefe arcaico un sentido de la moral?
El gobernante podía ser el más fuerte, el más hábil cazador o el más anciano. Cabe una pregunta: ¿Rodeaba al jefe arcaico un entorno moral? ¿Tenía ese jefe una ética individual? La tendencia es a considerar que la moral y la ética son fenómenos histórico-lineales a partir de un punto cero. ¿Pero y quién lo garantiza? Seguramente en las relaciones interparentales del jefe existían por lo menos el amor de pareja, el amor paternal y el filial que ya son manifestaciones que reflejan no solo cierto instinto sino también ciertas afectividades, ciertas tendencias éticas. ¿No podía acaso el hombre primitivo amar a ese lobezno que devendría en can, en el fiel perro doméstico? ¿Qué autoriza concebir al hombre primitivo, incluido el de las cavernas, como un ser carente de sentimientos y sentido del deber hacia sus próximos? Empero, ¿no ven ustedes cómo hoy en día ese jefe arcaico ama tanto a los suyos que los “nepotiza” con profundo amor de clan?
La conveniencia y la ética cercan y limitan el poder del jefe
Un grupo social ―ahora mayor en cantidad de población y complejidad― exigía una jefatura más exigente que lograra superar las relaciones de “horizontalidad” entre el jefe y los miembros. En estas condiciones ya no bastaba la sola fuerza. Tuvo el jefe que hacer concesiones para lograr un mínimo de aceptación de su poder de mando. Son las muy estudiadas relaciones de do ut des del potlacht, del intercambio de bienes, de roles y de estatus. También las de la oración y el sacrificio. En este grado de evolución se hicieron necesarias ciertas reglas de juego encaminadas a ir limitando el poder solo político. Reglas de conveniencia, pero también éticas. Concebir que por ser antiguo el poder originario era totalmente arbitrario, es tal vez hipótesis de escuelas antropológicas o de ideologías bien pensantes. Admitir lo contrario sería muy peligroso. Sería darle razón y aplaudirle a Carl Schmitt su visión de la política como un juego o dialéctica “amigo-enemigo”, con máxima expresión en la guerra. Pero, también del enemigo “interno”, del disidente, del no “puro”. ¿No ven ustedes cuánto se estigmatiza al “otro”, al que ejerce veeduría ciudadana?
¿Solo fuerza del poder en la justificación de su ejercicio?
No. La política exige y necesita un sentido ético, un utilizar el poder público organizado en beneficio del grupo, luego clama por un acuerdo y decisión colectiva que supere la fuerza bruta. No bastan las relaciones de “fuerza-mando-órdenes” en cabeza del jefe. A este hay que exigirle que adecúe siempre los medios a los fines del bien común y a ciertos valores éticos que le impongan compromisos que procuren el bien general. La ética política debe ser de mutua vigilancia y colaboración entre gobernantes y gobernados. Esto en realidad no es nuevo dado que existe ―por lo menos en la cultura occidental― un acervo de vieja data, obra de grandes pensadores.
El gobernante ético en la filosofía occidental
Según Platón el gobernante no puede basar sus conductas y ejercicio del mando en la utilización del poder para beneficio propio, tampoco puede fundamentarlo solo en la fuerza y de su buen o mal uso rendirá cuentas en el más allá; por ejemplo, haber tenido en su alma un sentido ético individual y practicado una ética pública correcta le asegura un buen fin. Para Aristóteles el gobernante tiene derecho a vivir bien, ser feliz, gozar de salud, poseer bienes materiales y poder cumplir la función que le es propia de acuerdo con sus capacidades (su bien particular); pero, en su condición de gobernante debe supeditar el bien personal al logro del bien común de los gobernados. El gobernante medieval tiene derecho a ser feliz, pero debe practicar la caridad de los Evangelios para que al final de su vida el balance entre lo bueno y lo malo de sus actos de gobierno le permita o no gozar de la visión de Dios, en el entendido de que su obligación ética y política fue la de optar por el mayor bien común. El gobernante de la época moderna ―ahora nutrido de la ética de filósofos de la talla de Descartes, Spinoza, Hume y sobre todo Kant― sabe que en su actuar debe atenerse a los principios del imperativo moral categórico y universal y no solo al principio de búsqueda individual y utilitaria de la felicidad, conducta abiertamente inmoral. ¿Conocen estos imperativos los gobernantes o, si los conocen, los practican?
El gobernante ético de la edad contemporánea
En nuestros días el éxito del gobernante debe ser la propia satisfacción que da el deber cumplido, es decir la que produce haber cubierto razonablemente el bien común y haber hecho avanzar la comunidad en bienestar social, moral y político. Tareas en las que debió ajustar su conducta y labor a ciertas normas éticas cada día de mayor acogimiento universal en procura de una mejor prescripción de lo “correcto”, noción y exigencia que va más allá del pragmatismo del bien propio para alcanzar un grado mayor de abstracción que trascienda el tiempo histórico en lo referente a los conceptos de bien y mal. Lo concreto de la conducta del gobernante contemporáneo no debe quedar solo dentro del propio grupo, sino que debe trascenderlo para que pueda quedar sometida al análisis y juzgamiento de la sociedad universal. Entonces, lo teórico no puede soslayar el análisis de la conducta práctica del gobernante ni la conducta práctica del gobernante soslayar la valoración teórica. ¿Han oído ustedes hablar de utilitarios sobrecostos en barbijos, UCI, tanques de oxígeno y altas cuentas de hospitalización en clínicas privadas? ¿Ya no se muere sino de COVID-19?
Formas actuales del poder político desde la consideración ética
Hoy en día es poder legítimo el “institucionalizado”. Es decir, la relación de mando que actúa al interior de una organización en desarrollo de las competencias y la adecuación de los medios a los fines dentro de los parámetros de la moralidad y la ética pública del medio social y, cada día más, del entorno internacional. Actuando de esta manera, el poder deviene en “autoridad” siempre que no la acumule y sí la delegue o distribuya respetando la tridivisión del poder en ramas autónomas que colaboren en armonía. Autoridad, bien entendido, controlada tanto por la normativa legal como por la normativa ética. El poder se alcanza, la autoridad se merece. Hoy en día no basta el poder “experto” y eficiente del gobernante. Debe además estar acorde con una posición ética. ¿No ven ustedes, en tiempos de pandemia, cómo los legislativos, los judiciales y los órganos autónomos de control están perdidos, ausentes o callados ante la acumulación de poderes y funciones en manos de los ejecutivos del universo?
La ética pública va tanto para tecnócratas como para políticos
Los gobernados esperan de sus gobernantes que sean eficientes, capaces y expertos. También pulcros. La tecnocracia puede ser muy eficiente en resultados y muy laxa en la selección de los medios que le aseguren resultados a como dé lugar o conveniencia. No bastan las “recompensas” clientelares y corruptoras del poder porque están basadas en un desconocimiento de la ética pública y del derecho. El poder solo destructivo y condigno que utilice la capacidad de retener o conceder recompensas con el único propósito de someter a los gobernados mediando el miedo o la amenaza del castigo, es un poder funcionalmente ilegítimo así haya llegado a detentarlo por las vías legales. Sería un poder de fuerza, el poder de un Calicles. Un poder sin justificación ética. ¿Han visto ustedes ―en tiempos de pandemia― a tecnócratas recortando presupuestos para la salud so pretexto de “equilibrios” fiscales y a políticos ampliándolos so pretexto de necesidades “locales” de sus feudos?
Los gobernados tienen derecho no solo a resultados “convenientes” sino también a la tranquilidad social y personal, beneficios que no por inmateriales dejan de ser muy valorados por el espíritu. Una sociedad no es solo materia es también un soñar con diálogos de paz, con construcciones del espíritu y satisfacciones morales. Gobernantes y gobernados tienen por igual una tarea cívica que es igualmente ética. La moral y la ética se exigen para ambos elementos de la relación agonística de mando. ¿Gobernados éticos, secretan gobernantes también éticos? ¿Son los puentes caídos o corrugados resultado de comunidades ausentes al bien común o cómplices?
¿Está la sociedad civil ―a la par del gobernante― obligada a respetar los mandatos de la moral social y de la ética?
En una sociedad no solo existen el gobernante y el gobierno estatal. El poder, afirma Michel Foucault, es como el agua que se cuela en cualquier resquicio y se presenta en diferentes formas. El poder toma formas múltiples en el seno de una sociedad. Hay multiplicidad de poderes en una sociedad. Coexisten en su seno el poder oficial y los subpoderes sociales. Cohabitan ―y a veces se contraponen― el macropoder gubernativo y los micropoderes sociales que ejercen relaciones de autoridad en distintas esferas y niveles del grupo. ¿Tienen los micropoderes exigencias de ética y/o de moral? Sí. Ellos también deben ser no solo soberanía parcial, presión, dominación y represión porque necesitan y se les exige legitimidad, aceptación, condicionantes y controles. Sobre la red de poderes macro y micro ―sea que estén en armonía o en disputa― se hace necesario lanzar una red de moralidad y eticidad. ¿Confinados, cómo arrojarles encima esa red? ¿Cómo evitar que los infantes sean nutridos con equinas carnes en descomposición?
Gobernantes y gobernados éticos son propios de las sociedades abiertas
El discurso del poder debe ser ético y propiciatorio de una democracia deliberativa y crítica y no de una sociedad manipulada, deslegitimada y fundamentada solo en normas y no en principios éticos. Lo propio de sociedades abiertas y ciudadanías activas, cultas e ilustradas es lanzarles esa red de moralidad y eticidad a gobernantes corruptos. Antes se necesitaban pescadores honrados, participantes y vigilantes del bien común.
La utopía no es solo sueño del gobernante individual, sino igualmente de los gobernados. Templanza en el gobernante y templanza en la comunidad. Aplicación irrestricta de los principios éticos de moralidad, vida, humanidad, igualdad y comunidad sana. Ética y poder político escindidos, es aberración. Es dejar al príncipe suelto de ley y al siervo rumiando su culpa.