Ética para los de ruana
Opinión

Ética para los de ruana

Por:
marzo 26, 2015
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Habló Santos en horario triple A y lo que anunció sonó a refrito, como decimos los periodistas cuando sale a colación una noticia vieja. Dio un parte de tranquilidad a los magistrados, abrazó las instituciones, prometió investigaciones “hasta las últimas consecuencias” y un tribunal de aforados que es más de lo mismo. Nada de lo que dijo sirvió para bajar el nivel de las aguas al actual asunto coyuntural de la justicia que, en últimas, es la punta del iceberg de un asunto estructural que viene de tiempo atrás. Se le abona el esfuerzo, aunque se sospecha que sin escándalo, a lo mejor se lo hubiera ahorrado. En fin, los colombianos del montón seguimos perplejos con lo que está pasando, Señor Presidente.

Por más que uno quiera ser optimista, la máxima del pesimista (cualquier situación es susceptible de empeorar) lo acaba disuadiendo. Sobre todo porque la geografía nacional, fuera de contar con tres cordilleras, costas en los dos mares, no sé cuántos nudos y demás, cuenta con una de las mayores variedades de carteles que en el mundo hay; además del de la droga que tanta plata ha dejado no solo a sus integrantes, sino a programadoras de televisión y productores de cine que insisten en explotar esa cantera de incivilización y barbarie, con el estribillo aquel de que la realidad no se puede esconder. (Mientras haga sonar las registradoras).

Entre ellos —los carteles— están: el de la contratación, los falsos testigos, los sapos; el de los cuadernos, los pañales, el papel higiénico; el de la papa, la cebolla, el tomate; el de los puestos en las colas, las multas, los certificados… Y después de muchos etcéteras, el cartel que más apesta, el de la justicia. Con todo y su carrusel de puertas giratorias, clientelismo, tráfico de influencias, intrigas, litigantes mercenarios.

Estamos hechos, nos quedamos sin referentes. Al menos yo. De aquellos hombres de negro que aprendí a respetar desde chiquita porque, según decía mi papá, eran la selección Colombia de la sindéresis, la honradez y la solvencia intelectual, ya no queda nadie. O, bueno, para no ser injusta, casi nadie. La mayoría ha sido contaminada por el óxido de la politiquería, la ambición y el poder. (Despierten Facultades de Derecho y Colegios de Abogados, que la formación académica y la práctica profesional están quedando en entredicho).

Qué vergüenza da todo. Al margen de los savonarolas que se rasgan ahora las vestiduras incitando a una cacería de brujas tan temible como la misma corrupción, qué vergüenza da este banquete pantagruélico que al parecer estaban celebrando, los encargados de impartir justicia, a espaldas de los colombianos. Porque, seguro, Jorge Pretelt no es el único que ha abusado de la majestad que le imprime el cargo que ostenta, ni es el primero que lo ha hecho, las grabaciones clandestinas evidencian los ases que los togados guardaban bajo las mangas, por si acaso alguno se torcía; porque alegar solidaridad de cuerpo es una falacia, cuando de lo que en realidad se trata es de silencio encubridor; porque una cosa es cometer errores, ser asaltados en la buena fe o pecar de ingenuos –a todos nos puede pasar– y, otra, ser acusados, en materia grave, por los propios colegas que, de repente, se escandalizaron o van recuperando la memoria o se han dado cuenta de que bajo sus mesas semirredondas algo huele a podrido.

Porque es perversa la manipulación de la culpabilidad que hizo el señor JIP por W Radio: “yo no renuncio y si me voy yo, nos vamos todos”; porque de su mediática boutade del viernes, algunas denuncias sí que tienen que resultar verdades; porque ni el fiscal Montealegre con su excesivo y estruendoso poder, ni la desprestigiada Comisión de Acusaciones, gozan de la confianza de los ciudadanos de a pie; porque desde que ciertos “doctores” farandulizaron el trabajo de los estrados, los juzgados de Paloquemao se  trasladaron a las emisoras radiales de alto rating; porque a las Farc, este castillo de naipes que se viene al piso, le cae como anillo al dedo en la actual ronda de conversaciones; porque la Constitución no puede ser la manguera que apague incendios, cada que un bombero haga sonar la campana.

COPETE DE CREMA: La ética en Colombia, le cuento Fernando Savater, no es para los expertos en aprovechar esguinces en la norma; esos con su viveza tienen.  Es para los que, tal como usted enseñó a Amador, la cumplen —los de ruana—y no saben cómo llenarse los bolsillos a costa de maltratar la sociedad. Talvez ese cartel, el de las ruanas, es el que falta para romper la espiral de involución en la que el país se encuentra inmerso. Qué vergüenza.

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