Dos sucesos marcaron la labor como sindicalista de Ethelberto Zapata Gil en Urabá: un secuestro de las FARC y un intento de homicidio por parte del Ejército.
En los años 70, ingresó a la empresa Amstercol sin intención de sindicalizarse. Luego de que los trabajadores realizaron un pliego de peticiones, desde la multinacional le dijeron que se metiera al sindicato y ejerciera como secretario general, a lo cual accedió.
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Al momento de hacer el pliego de peticiones, la empresa le manifestó que se debía más a la organización que a los trabajadores, entonces tuvo un dilema ético preguntándose ¿sólo me dieron trabajo para defender la empresa?
Cuando recién ingresó se enteró que a otro sindicalista lo habían puesto en el ámbito administrativo y lo asesinó el EPL, siendo acusado como traidor por este grupo insurgente.
La empresa tenía base militar del Ejército, por la parte alta donde vivían los directivos de la empresa y era de conocimiento público que les pagaba extorsión a la guerrilla.
Esta empresa de Amsterdam radicada en Colombia, operaba en Urabá en el municipio de Turbo.
En ella Ethelberto tenía la función de pagar la nómina a los trabajadores, cuando en la década de los 70 contaba con más de mil trabajadores.
“Si conocemos la historia del sindicalismo, quien lo fortaleció fue la iglesia y el partido Conservador. Los países que tienen economías fuertes son los que tienen unos sindicatos bien constituidos; aquí ha sido estigmatizado por decir que son guerrilleros vestidos de overol”, afirma el sindicalista.
La violencia lo afectó porque tomó partido y la empresa no aceptó que empezara a defender el pliego de peticiones para los trabajadores y como consecuencia le anunciaron que lo iban a despedir, aún teniendo fuero sindical.
Pierde una demanda en primera instancia, pero posteriormente en segunda, falló a su favor, por lo cual afirma que es el primer fuero sindical que se gana en Urabá.
Vivió situaciones muy dramáticas porque cuando le notificaron el resultado de la demanda, le avisaron que tenía que hablar primero con el gerente de la empresa.
Llamaron al Ejército y lo subieron en una volqueta, le dieron un culatazo en la cabeza y después despertó en un socavón de tierra con un techo de zinc; con sangre y tirado en el suelo.
De allí, lo sacaron para interrogarlo, acusándolo de pertenecer a la guerrilla. A lo que él se defendió asegurando que siempre lo habían visto trabajando en la empresa y no en actividades ilícitas.
Al final le dijeron que firmara un documento y que se fuera. Cuando leyó el papel mencionaba que se comprometía a no ser más un guerrillero y a portarse bien con la sociedad. Al expresar su inconformidad, le vendaron los ojos y al escuchar un tiro se desmayó del susto. Luego lo dejaron ir.
Se encontró con un soldado, el cual le advirtió que no cogiera por la carretera, dado que por ese camino lo estaba esperando la fuerza pública para asesinarlo. De ir caminando por plena carretera, tomó la decisión de atravesar el monte y cruzar alambrados.
Se le puso en cruz a un camión cuando salió en otra vía y lo llevó hasta Turbo, regresó sin la moto que le había prestado un tío; un familiar pensionado en la fuerza pública habló en el ejército para que no le ocurriera nada.
Posteriormente un alcalde, que era militar, le dio 48 horas para desocupar el municipio. Con todo lo que le había pasado, lo llamaron para que regresara a la empresa, pero pesó más la tranquilidad y decidió renunciar.
Luego consiguió trabajo en Tolujan, empresa de gaseosas, recibió una carta en la que decían que no se le debía dar trabajo a Ethelberto por sus posturas políticas.
Desde ese momento optó por trabajar en en el rebusque, donde asegura que está relacionado con su formación política al ingresar al antiguo Moir, creado por Francisco Mosquera, con un sindicato de la informalidad llamado "Sinucom" que aún existe y no es el Moir que hoy cambia de nombre al cual no es militante.
Su segundo hecho victimizante transcurrió en los predios de su familia materna. Las FARC llegaron primero al territorio de Urabá y después llegó el EPL.
Ethelberto asegura que las FARC se creían dueñas del territorio, siendo el Partido Comunista su brazo armado, como lo dijo el dirigente Gilberto Vieira, aunque posteriormente lo haya tenido que negar.
“Cuando nosotros quisimos cultivar tierra en los predios de la familia, como estaba en el MOIR de esa época, en el corregimiento El Dos de Turbo, nos dijeron que no podíamos volver porque era del MOIR y pertenecía a la CIA”, relata Ethelberto.
Regresó al terreno, pese a las amenazas, pero nadie quería trabajar con él después de ese aviso.
Su tío fue un liberal que militó en el Partido Comunista, luego militó en el EPL (por eso cuando tomó esta decisión, él decidió dejar de seguirlo y admirarlo por su pensamiento) y lo terminan asesinando.
La anécdota más diciente de su entorno es en una reunión familiar cuando aseguró que había contado 15 muertos, otro respondió que eran 25, y al mes le mataron un hijo a su familiar; con ese homicidio ya eran 26.
“El Partido Comunista o las FARC se llenaron de delincuencia. Yo conozco gente que, de las FARC luego pasaron al paramilitarismo. Extorsionar, robar y secuestrar es de delincuentes”, aseveró Ethelberto Zapata.
Son pocos los sindicalistas que lograron sobrevivir a la violencia en Colombia, país reconocido en el mundo por contar con mayor cantidad de líderes sindicales asesinados, con la deshonrosa cifra de más de tres mil doscientos homicidios.