Como tulueño y hombre que ha intentado con cuestionable éxito trasegar por el mundo del periodismo, la palabra y las letras debo decir públicamente que me sentí inmensamente avergonzado, tanto con el jurista, catedrático y escritor Jairo Ramos Acevedo, como con las personas que el pasado jueves 26 de mayo asistieron a la Biblioteca Pública Municipal de Tuluá, a la presentación de la novela 'El antifaz del escribano'.
Ver a esos asiduos hombres y mujeres amantes de las letras, adultos en su mayoría, entre los que encontré a otros juristas y hasta a un exalcalde de Trujillo, arremolinados en la entrada de la biblioteca sin poder entender por qué no podían ingresar a participar en el evento literario y cultural al que había invitado la propia Alcaldía Municipal, era una escena macondiana. "Para qué Macondo si existe Tuluá", se mofaba el asesinado periodista Marcos Efraín Montalvo.
Todos se miraban incrédulos intentando comprender en que cabeza obtusa pudo surgir la idea autoritaria y dictatorial de boicotear la presentación de una novela, que como era de esperarse al ser promocionada como una biografía no autorizada del escritor tulueño Gustavo Álvarez Gardeazábal, suscitaría el interés de sus coterráneos, quienes hacen gala de ser bastante chismografos.
Uriel, el vigilante que a esa hora estaba de turno como portero en la biblioteca, sentía pena, se le veía en su expresión y hasta se disculpó, el pobre hombre con decencia debió capotear a los agraviados asistentes. "Recibí una orden del coordinador que no podía dejar entrar a nadie a la biblioteca después de las 6 de la tarde. No sé decirle nada más, porque solo recibí esa orden", repetía angustiado.
En lo personal me resisto a creer que la orden dada por alguien con "poder" en la Alcaldía de Tuluá, haya respondido a un pedido tajante de Gardeazábal, como se insinuó entre los presentes, y me resisto a creerlo porque el escritor tulueño es célebre precisamente por su pluma mordaz, pero también por ir en contra de la torpeza institucional y la estupidez que desde oficinas públicas buscan cercenar las libertades, entre ellas, la de expresión.
Vale la pena recordar que 1965 publicó su primera "novela-panfleto", Piedra pintada, en la cual de alguna manera denunciaba al rector magnífico de la Universidad Pontificia Bolivariana, Félix Henao Botero, donde estudiaba Ingeniería Química, para buscar que lo expulsaran y poder irse a estudiar letras, su verdadera vocación.
Ese mismo Gardeazábal, que en 1980 habría renunciado a la docencia universitaria en forma de protesta frente a algunas reformas del gobierno, las cuales, desde su punto de vista, limitaban la libertad de expresión de los profesores universitarios, no creo que haya llegado a la flor de la madurez convertido en un censor. Algo lo conozco y me niego a creerlo. “Nunca me he frenado para decir lo que pienso así me traiga consecuencias muy desagradables”: es una de sus frases cotidianas.
Como Tuluá es un pueblo de una amplia y reconocida fascinación por el chisme, ya me llegó el cuento que al popular 'Taponcho', le habrían dicho, de fuente directa del escritor tulueño, que él no había hecho ninguna solicitud de boicotear la presentación de su biografía no autorizada, y que ni siquiera estaba enterado del bochornoso hecho que devolvió a Tuluá el estatus de pueblo violento e inculto, condición de la que tanto hemos renegado.
De ser cierta, la versión que está regando sin mayor esfuerzo, pero con la suficiencia que todos en Tuluá le conocemos a 'Taponcho', tocará asumir como colofón de este penoso incidente de censura, el mensaje enviado por Ramos Acevedo, quien me escribió al respecto, "La ignorancia del alcalde impera en su reino de mediocridad".