Si usted tiene la vocación, por supuesto. Y si, parafraseando a Ortega y Gasset, tiene un enorme apetito por la justicia y una resuelta voluntad de mediodía por la ética, no lo dude. Estudiar la carrera de derecho, para quienes son compatibles con las ciencias jurídicas, es una de las aventuras intelectuales más fascinantes del ser humano. Desde el primer semestre en una aula de jurisprudencia (es mi parcial opinión, claro está), el alumno ya se cree abogado, un buen síntoma de su total compenetración con la carrera.
Este fenómeno también lo vemos en el estudiante de medicina, que con solo ponerse la bata blanca lo hace sentir como si fuera un médico cirujano. Obviamente para quienes no están llamados a ser abogados o médicos es un acto de esnobismo, pero para los que sienten la camiseta de su carrera es un motivo de altruismo. Las profesiones de abogacía y medicina tienen un magnetismo especial, tal vez porque el doctor contribuye a la supervivencia del ser humano y el abogado a la sana convivencia a través del sagrado principio de la justicia. De los pocos políticos en nuestra historia que han sido médicos y abogados está el caso de Carlos Albán, un payanés controvertido que se dio el lujo de estudiar ambas carreras. O el caso de Maimónides, que no fue propiamente un abogado pero sí un compilador de la ley judía, filósofo y doctor.
Lo que se vive en las aulas universitarias por parte de un estudiante de derecho apasionado es pura adrenalina. El primer día de clases es emocionante. Desfilan docentes que son jueces, magistrados, prósperos y exitosos juristas que nos deleitan con sus clases, y que luego sus exámenes (escritos u orales) son un verdadero desafío que ponen a prueba nuestra nuestra aptitud profesional. Todas las clases son materia de debate. Y la lluvia de opiniones y conceptos que leemos y escuchamos por doquier van enriqueciendo nuestro acervo intelectual. De esa manera nos convertimos en filósofos y sociólogos; economistas y administradores; políticos y educadores. Es una profesión de espectro universal, con altísima responsabilidad social y una verdadera herramienta para la vida.
Dice el eminentísimo profesor Alan Dershowitz de la Universidad de Harvard que el primer abogado fue Abraham, quien fue capaz de cuestionar al propio Dios en plena ira contra Sodoma y Gomorra: “¿Puede el Juez de toda la tierra no hacer justicia?". (Génesis 18:25).
Si usted tiene el deseo de estudiar derecho, repito, y tiene la vocación, no se desanime con las banderas rojas que hoy flamean en el horizonte. Me refiero a las vergonzosas noticias sobre los corruptos magistrados de la CSJ y a la opinión generalizada de que aquí en Colombia ya no cabe un abogado más. Los que no caben son los que han hecho del derecho una licencia para hacer fechorías y cometer felonías. En la historia de los Estados Unidos hubo una época (La Colonia) en que los abogados no eran bienvenidos. Eran rechazados y de qué manera. Pero no por sinvergüenzas, sino por el miedo a que estos terminaran reconociendo derechos que los puritanos no querían soltar.