Estragos de la historia

Estragos de la historia

"La caída de Sebastián de Belalcázar deja ver las grietas de cinco siglos de masacres y de tiempos de injusticia"

Por: Silvio E. Avendaño C.
septiembre 23, 2020
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Estragos de la historia

Estando en suspenso en el salón de clase, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el pupitre y la mano en la mejilla, la maestra frente al tablero y arriba el escudo nacional y el Sagrado Corazón de Jesús, me imaginaba a los indios pelirroja como se muestran en la cajetilla de cigarrillos.

La maestra narraba la conquista de los invasores. América era un continente vacío porque lo que encontraron los “conquistadores” fue descalificado, a partir de aquella idea de la cristiandad europea, como único mundo válido. Ellos traían la verdad, la civilización, el lenguaje, sus leyes y su Dios.

Los que llegaron se establecían sobre la nada. La naturaleza se desconocía y la sociedad se aniquiló. La cultura de estos pagos se destruyó. Era una cultura inexistente, porque, ojo, los de estos rincones no tenían lenguaje, carecían de leyes y eran idólatras… Y como ellos eran legítimos podían usurpar tierras, asesinar, vulnerar espacios sagrados, traer esclavos, establecer la servidumbre y borrar lo que existía. Y la pregunta que me asaltaba: si eran tan legítimos y tan justos, ¿por qué se portaron así?

Y vuelve a la memoria la pedagogía en la escuela elemental. Historia patria centrada en el culto de los héroes en el horizonte de la conquista, colonia, independencia, república. Y la historia religiosa: creación, caída, promesa, salvación y la iglesia hacia el final de los tiempos. Cada historia tenía sus textos y ceremonias. Himno nacional e izadas de bandera. Catecismo, procesiones con santos buenos mozos y judíos feos.

Tal pedagogía buscaba formación del niño en los valores patrios y valores religiosos. La historia patria con el culto a los héroes que no entraña otra cosa que el señorío de la gente de bien sobre los mantecos y mechudos. No entrañaba otra cosa que la carencia de autonomía de la voluntad, pues lo importante es la imposición del poder y leyes externas que llevan la obediencia a la autoridad existente, requisitos para el trabajo y la pobreza. A su vez, la historia religiosa que no trata de la realización de la vida, en el reino del cielo que comienza en este mundo, sino la resignación en la miseria cotidiana.

Por eso la caída de Sebastián de Belalcázar deja ver las grietas de cinco siglos de masacres y de tiempos de injusticia en este espacio borrascoso y de pandemia. Solo que cuando cae el monumento, según las leyes de la gravedad, sorprende la actitud del alcalde. Dice que hay que respetar al otro y, al mismo tiempo, como cualquier sheriff del oeste, ofrece recompensa por la captura de quienes tomaron conciencia de lo que simboliza esa estatua, en ese sitio ceremonial y religioso de los pueblos de estos lares. Y pronto manda un buldócer para abrir el camino y recoger al muerto para curarlo de la descalabrada con plastilina y cáscaras de huevo.

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