Escasos días atrás un funcionario o contratista del Ministerio de Tecnologías de la Información, en realidad un truhan con algún rótulo burocrático desde donde exagerar poder, se refería con audible violencia verbal contra comunidades indígenas a las que tocaría asignarles algunos recursos ministeriales, lo que en síntesis implicaba una terrible pérdida porque ellos serán “miserables toda su vida”, dicho más concretamente, unos “HP” a los que “yo ya odio”, que joden mucho y a quienes nada les sirve.
La página acerca de ese paupérrimo servidor se pasó rápido, aunque se reedita hoy, no por los hechos sin duda profundamente más aberrantes, sino por ese palpable sentido de desprecio humano que no oculta matices étnicos: la denuncia del secuestro y violación de una niña de la comunidad Embera por varios miembros del ejercito, algo sobre lo que cualquier calificativo o expresión de desánimo resulta escaso.
Abundarán en horas siguientes las ambigüedades calcadas protocolariamente acerca de “nuestros niños y nuestras niñas”, la “diversidad de nuestras comunidades indígenas que son lo más lindo que tenemos en el país”, o el anuncio de que “este hecho no quedará impune” y “no permitiremos que se repita”, lo que lamentable, pero nada infrecuentemente puede significar que los investigados o los culpables pasada la excitación de las noticias queden libres por algún protocolo o lánguida interpretación judicial.
En cualquiera de sus 65 lenguas aún sobrevivientes a ataques sistemáticos y xenófobos, las comunidades indígenas expresan, con razón, que no confían en la fuerza pública, en la justicia ordinaria, ni en las declaraciones oficiales o simplemente convenientes de un país atestado de referencias sobre la integración, la diversidad, el resarcimiento frente al genocidio histórico o ante las formas de violencia y desplazamiento más recientes.
Podrá decirse que se trata de hechos que ninguna relación tienen, pero parece ostensible que la hay en cuanto al talante o el recelo con el que sigue mirándose a las minorías étnicas, indígenas en particular.
Está impune casi en su totalidad la muerte de 242 de sus líderes desde la firma del Acuerdo de Paz, 47 de ellos este año, 14 durante el aislamiento obligatorio decretado dentro de la emergencia sanitaria. No hay respuestas, a la generalidad del país no le importan; y cuando hay alguna explicación esta tiende a envolver a la propia víctima en hechos dudosos personales o delincuenciales.
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Siguen siendo molestos los “indios” o en el mejor lenguaje “las comunidades” para eso que se denomina consultas previas; lo son para la minería, para el trazado de las carreteras...
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Al margen de iniciativas particulares o institucionales ciertas de reconocimiento y defensa de derechos humanos que por supuesto las hay y son a las claras identificables, por lo general aquí, tanto si se trata de empresarios como de funcionarios, siguen siendo molestos los “indios” o en el mejor lenguaje “las comunidades” para eso que se denomina consultas previas; lo son para la minería, para el trazado de las carreteras, para las hidroeléctricas, para la idea más avanzada o más depredadora de desarrollo.
Resultan embarazosos para pronunciarse en cuanto a cosas arqueológicas o rituales, para proponer sobre tierras o escuelas, para concertar o para ejercer participación política que habitualmente se califica como colaboración insurgente o guerrillera. Molestan los desplazados que abundan en las aceras de las ciudades, molestan los pueblos indígenas si protestan en los resguardos, si lo hacen en las carreteras o si caminan hasta la Capital para conseguir una cita oficial.
Próximamente se celebrará el día internacional de los pueblos indígenas, luego el día de la mujer indígena, así como el decenio de las lenguas indígenas. Muy bien, pero hay ecos, voces severas en realidad, de una concepción atávica que no deja de sentir a los indígenas como “incómodos habitantes de esta tierra”.
Así que el caso de la niña emberá sometida al terror no es aislado y no puede quedar en renglones de discursos. De no haber un resultado pronto y muy enérgico de penalización a los responsables y de reforma en la fuerza pública, seguiremos cargando vergüenza y alguna culpa común.
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