Sancho no es ningún español; no es omnipotente, sino un impotente ante las adversidades de esta urbe cartagenera. Tampoco nació en la mancha, sino con manchas en su cuerpo. Con ojos críticos, vivaces y una locuacidad característica del hombre caribeño, este carromulero cartagenero narra a sus amigos y colegas de oficio sus peripecias, así como aquellas percepciones de una ciudad sitiada por los bucaneros de la corrupción en los consabidos “conversatorios” de todas las tardes en la tienda del barrio, no sin antes reírse hasta la saciedad de las ocurrencias de este Sancho caribeño.
Como siempre pasa con todo lo que pasa en estas salitrosas tierras, sus análisis no serán tenidos en cuenta por ningún encopetado dirigente, pues él no sabe cómo hacer llegar a tan alta personalidad sus ideas de hombre del común. Sancho conoce la basura, el escombro, el estiércol de su mula desgarbada y todo aquello que aparentemente no sirve; es un experto, por eso no se acerca a ellos ni para épocas de elecciones. Tampoco acompaña a ningún caballero de “luenga figura”; va solo con su mula. Él, socarronamente, con sus dicharachos y refranes hace alusión a la cotidianidad de una ciudad inmóvil y sin liderazgo que sucumbe estoicamente sin levantar su voz de protesta.
En estos “calamitosos tiempos” los análisis de Sancho, ícono de todos los que trabajan en sus carretas tiradas por jumentos, mulos o caballos de la costa caribe; ese enjuto carromulero con su famélico mulo que trasiega por calles y avenidas de nuestra ciudad es el perfecto símbolo de aquellos a los que le han acallado sus voces.
Sí, este Sancho es nuestro. Trabaja de sol a sol, pero se dedica con sorna y socarronería a criticar de todo y a todos. A pesar de ser así, mordaz criticón, siempre lo tienen fregado y nunca se le tiene en cuenta en la toma de grandes decisiones. Es uno más del montón. Un número más para el Dane.
En su imaginario permanece latente la mamadera de gallo de todo buen costeño. Siempre lleva una sonrisa desabrochada en su rostro, y por eso afirma que lo tienen jodido, porque creen que la pobreza es felicidad y no hay que acabarla, pues los pobres se morirían de tristeza y entonces dónde se encontraría la felicidad.
Para Sancho, sin ser una persona leída ni entendida en cosas de política, los paraderos de Transcaribe no son ningunos molinos de viento; son unos elefantes blancos enormes que se han comido grandes cantidades de dinero del erario del Distrito y la Nación. Hermosos elefantes productos de la incapacidad administrativa y la corrupción que, como encantadores de la realidad, convierten todo en nada. Sancho no lucharía nunca contra ellos, porque desaparecería en un santiamén y sería una cifra más en un país donde las desapariciones son el pan de cada día, y sus hijos y su esposa lo necesitan.
Asimismo, para Sancho, las fuerzas vivas de la ciudad son lo que son: fuerzas vivas. Tan vivas que ante cualquier oportunidad electoral, sacan a uno de sus integrantes para que se lance a cualquier puesto de poder, y cuando llega al sitial se olvida de los que lo llevaron al poder y comienza a “vivir” de los bobos que lo eligieron. “Esas sí son fuerzas vivas”, dice con una risa estentórea mientras se seca las espumas de la cerveza que le queda en la boca.
Sancho saca a relucir su humor en reiteradas oportunidades, expresando que el fleteo y el crecimiento del pandillismo se deben a la falta de “mano dura” del director de la policía. Porque “mico-mandante” no aplica las estrategias necesarias para contrarrestar la violencia y la inseguridad como debería hacerse, con mano dura con los delincuentes. Además, nunca capturan a los que cometen los delitos, sino a los más pendejos.
Así, Sancho se bebe su par de cervezas y entre chiste y mamadera de gallo se deja llevar por una realidad acuciante que lo hace ser uno de tantos inconformes en una ciudad donde todo desaparece por arte de encantadores. Sancho no teme ningún fracaso. Si se quiere corroborar lo anterior, lea el periódico de la ciudad todos los días para que vea cómo lo insólito se convierte en verdad y la verdad en algo insólito.