Es normal que estemos cargando los complejos de la conquista. Que aún nos creamos blancos, cuando somos mestizos y que seamos racistas y por tanta misa y tanta confesión pensemos de modo inconsciente que al rezar y pecar estemos empatando y no nos demos cuenta de que moralmente obramos mal y que el racismo lo confundimos con clasismo.
Tan normal es que no nos dimos cuenta de lo errados que estábamos, que cuando en la historia reciente llegaron los sicarios de Pablo Escobar a la escena social con las caletas de Pablo y las rutas del patrón, comprando fincas y casas en los barrios de los ricos, que eran herederos, mas no millonarios, no nos diéramos cuenta de lo que estaba pasando y para acoger a los nuevos vecinos mejor los enseñoramos diciéndoles Don, porque llegaron con plata y carros último modelo, que generar el rechazo social hacia unas personas sin modales y no hiciéramos reparos en su forma mañé de vestir y obrar.
Tan frágiles estábamos que entonces empezamos a relacionarnos con personas sin escrúpulos y como manejaban dinero, nos dejamos hipnotizar por su nivel sociocultural y los empezamos a emular y sin darnos cuenta su conquista fue tal que ya la educación pasó a un segundo plano y el concepto de esfuerzo y tiempo mutó, al punto que todo valía la pena siempre y cuando el avispao que llevamos dentro aflorara para orgullo propio y congraciar con la astucia de los nuevos patrones.
No lo notamos, pero nuestro lenguaje cambió. Dejamos de decir ganamos y empezó a reinar, para casi todos nuestros logros el coronamos. Involucionamos en todos los aspectos del desarrollo humano, al punto que los rectores de la moral en Colombia se vieron premiados recibiendo diezmos sustanciosos de la mano de criminales que después o antes de hacer una masacre, los convocaban para celebrar una misa, con tal de espiar sus culpas, como cualquier ser humano lleno de ansiedad y miedo a morir.
Así pasaron los años setenta y los que vinieron, olvidando los horribles cincuenta, donde desde el pulpito se autorizaba matar a los liberales, con tal de preservar la cama y los manteles de las buenas almas y la rectitud moral de una sociedad que se erigió en función de complacer a la corona sostenida por esclavos y peones.
Entonces es normal que hoy, esa misma sociedad se escandalice de que por primera vez en Colombia un guerrillero sea el presidente de la nación y no pueda ver cómo el “patrón de patrones”, Pablo Escobar, ya había logrado su acenso en la sociedad, no solo a través del dinero, sino de su estilo de pensar y obrar.
Esa sociedad de “Criollos que se creen blancos” hoy se mira con el rabo del ojo porque por primera vez en la historia de Colombia tenemos una vicepresidenta afrodescendiente, al punto que los que tienen con qué, corrieron para dejar el país, y los que no tienen, están de luto cerrado, amargados porque según su cosmovisión, llegó el fin, al parecer, para su clase social.
Tan mal estamos que, viviendo los últimos años en una narcodemocracia, sale un expresidente godo por las redes sociales enarbolando las banderas de la moral que representa la contradicción de la Colombia que ha permitido todo esto, diciendo que no acepta la invitación a la posesión del nuevo presidente, porque representa todo lo malo que va a ser el país, cuando él fue uno de los que sostuvo lo malo que ha sido este país.
El Pacto Histórico y la Colombia Humana es, a los ojos de las mentes sensatas, la consecuencia lógica de una historia que clamaba por un punto final a una involución de la transfiguración de los valores.
Nos han contado la historia de una sola manera, cuando gracias a la multiplicidad del significante, la historia tiene muchas formas de ser interpretada. Sin embargo, la corona y la cruz temen perder sus beneficios sociales, por ello insisten en hacer existir una visión donde negros y esclavos son los encargados de servir la mesa y fregar los platos, por decir lo menos.
El nuevo gobierno representa, en la historia de Colombia, lo que Jorge Eliécer Gaitán en su momento dijo. Parafraseándolo, celebro que este gobierno no es un hombre, es un pueblo que tiene la oportunidad de escribir la historia por sí mismo.